Poco antes de morir, el 16 de Abril de 1879, de gangrena en una pierna, escribió esta página que alguien definió como su “testamento”:
Por la pobreza de mamá y papá, por la ruina del molino, por aquel tablón de la desgracia, por el vino derramado, por las ovejas sarnosas, gracias, Dios mío.
Por la boca hambrienta que debía saciar, por los niños que cuidé, por las ovejas que apacenté, gracias.
Gracias, Dios mío, por el procurador, por el comisario, por los guardias, por las palabras duras del abbé Peyramale.
Por los días que viniste. Virgen María, por los que no viniste no podré nunca darte gracias bastante más que en el Cielo.
Por la bofetada que me dieron, por las bromas, por las ofensas, por los que me tomaron por mentirosa, por los que me creyeron una interesada, gracias, Nuestro Señor.
Por la ortografía que no aprendí, por la memoria que no he tenido nunca, por mi ignorancia y mi estupidez, gracias.
Gracias, gracias porque si hubiese habido en la tierra una joven más insignificante no me habríais elegido a mí.
Por mi madre muerta lejos de mí, por la pena que tuve cuando mi padre, en vez de tender los brazos hacia su pequeña Bernadette, me llamó "Sor Marie-Bernarde", gracias, Jesús.
Gracias por haber colmado de amarguras el corazón demasiado tierno que me habéis dado.
Por madre Joséphine, que dijo de mí que no valgo para nada, gracias.
Por los sarcasmos de la Madre Superiora, por su voz dura, sus injusticias, sus ironías, y por sus humillaciones, gracias.
Gracias por haber hecho que Madre Marie-Therese pudiese decir: "A usted no le sale nada bien".
Gracias por haber sido objeto privilegiado de regañinas, de modo que las hermanas decían: "Qué suerte no ser Bernadette".
Gracias por haber sido Bernadette, amenazada con la cárcel porque, por haberos visto, Virgen Santa, la gente me miraba como a un bicho raro: a esta Bernadette tan insignificante que cuando la veían, decían: "¿Esa?"
Por este cuerpo menguado que me habéis dado, por esta enfermedad de infierno, por mis carnes gangrenadas, por mis huesos cariados, por mis sudores, por mi fiebre, por mis dolores sordos y agudos, gracias, Dios mío.
Y por esta alma que me habéis dado, por el desierto de la aridez interior, por vuestra oscuridad y vuestras revelaciones, por vuestros silencios y vuestros destellos, por todo, por Vos, ausente o presente, gracias, Jesús.
Sor Bernadette Soubirous
A veces creemos que los santos son acaparadores de felicidad, humana y divina, y que caminaban por la vida sin barro, propio o ajeno, que pudiera hacer de lastre a sus alas. Su santidad se apoyaba en un “sentido común” que aceptaba la realidad de la vida con la condición de todo ser de paso caduco por estos “barrios bajos”, sin perder el sentido de que todo lo que vivían y los hacía santos era gracia del Autor del Amor: Dios.
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