martes, 8 de febrero de 2011

Los ojos, espejo de Dios

Si miras los ojos del ser humano que tienes de frente, sea hombre o mujer, joven, anciano o niño, blanco o negro, no podrás sentir ni odio ni desprecio ni rencor ni envidia ni desamor. Porque detrás de esos ojos verás un ser que sufre, que tiene penas, problemas, angustias, temores, fracasos, dolor… ¿Y cómo se puede sentir odio y desamor hacia un ser humano que sufre? Si no eres capaz de sentir amor simplemente porque es un ser humano, siéntelo al menos por respeto a sus sufrimientos.
“Si Dios habita en todo viviente - completaba Gandhi con la grandeza de quien se siente casa de Dios -, ¿cómo podemos pensar que alguien sea nuestro enemigo?”.
O necesita de ti una luz de perdón, un atisbo de comprensión para un error que ha cometido contra ti. O puede que, al mirarte, sueñe, que te ame, que desee descubrir en tus ojos el fondo de tu alma. Que busque encontrar en tu persona el estímulo que necesita para ser mejor, el refugio para sus inquietudes de bien.   
Los tres evangelistas llamados sinópticos (porque presentan la vida de Jesús sobre un esquema muy parecido) narran el encuentro de un varón con el Maestro. Mateo dice que era joven, Lucas que era uno de los principales, pero Marcos anota un gesto precioso de Jesús: “Jesús, fijando en él sus ojos, le amó y le dijo: Una cosa te falta, anda, cuanto tienes, véndelo y da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme”. En tan pocas palabras hay todo un programa de perfección.
Pero ahora interesa ponderar estas palabras: “Fijó en él sus ojos y le amó”.
Nos fijamos, al escuchar o pensar en Jesús, más en su doctrina que en su persona. Y perdemos, por dejar de mirarle, la riqueza de su afecto que conquista con su mirada. El joven se alejó triste porque era muy rico y no era capaz de seguir aquel proyecto. Pero Jesús le amó más porque vio en sus ojos la debilidad de sus buenos deseos.  
No podemos dejar de mirar a Jesús para aprender a mirar amando. Y no podemos dejar de amar aunque nuestras palabras, nuestra persona, nuestras propuestas queden en el aire.
Nuestra mirada y nuestro amor no han sido en vano. 

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