Ese título va en Latín porque está en Latín el lema que abraza el escudo de la Congregación salesiana. Son cinco palabras de San Jerónimo hace quince siglos de la traducción de una historia de hace casi cuatro mil años.
Narra el libro del Génesis que Abrahán, la figura grandiosa de los comienzos de nuestra fe, tuvo que sacar de apuros a su sobrino Lot, inquieto y una pizca ambicioso, preso de cuatro jefecillos de las orillas del Jordán (Amrafel, Aryok, Kedorlaomer y Tidal) porque era amigo de los mandamases de Sodoma y Gomorra a quienes habían derrotado.
Abrahán venció a aquellos facinerosos con nombres de bandidos, liberando a su sobrino y quedándose con los bienes y los hombres capturados a Sodoma. Poco después le salió al encuentro el jefe de aquel lugar que le dijo: “Dame los hombres y quédate con lo demás”.
Esta frase, en Latín, como figura en el título, que invita a traducir Dame almas y llévate lo demás, la dijo San Francisco de Sales al hacerse cargo, como obispo, de la diócesis de Ginebra. No encontró ni un franco en la alcancía episcopal. Y su reacción como hombre anclado en Dios, fue pensar sólo, preocuparse sólo, amar sólo a las “almas”, al pueblo de Dios, católico o calvinista, que le había confiado a su gran corazón de buen pastor.
Cuando en Septiembre de 1884, se fijó la forma del escudo de la Sociedad salesiana, presentado por D. Antonio Sala, Ecónomo General, se tomó ese lema en vez de otros propuestos igualmente preciosos: Dejad que los niños se acerquen a mí, Templanza y trabajo, Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. La razón la dio el mismo Don Bosco: "Se adoptó un lema desde los orígenes del Oratorio, en los tiempos en que yo estaba en la residencia sacerdotal e iba a las cárceles: Dame almas…”.
Se podría decir sin exagerar que se volcó sobre el mundo buscando almas, es decir, jóvenes a los que amar y elevarlos a la condición de “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Que no es poco. La fundación de una Familia de consagrados, la apertura de centros de acogida, la expansión de su obra durante su vida en Italia, Francia, España, Argentina y Uruguay, la peregrinación de un sitio a otro pidiendo dinero para dar de comer y educar a esos muchachos estaba alentado por la profunda petición de más y más jóvenes a los que consolidar en su dignidad de hombres e hijos de Dios.
Narra el libro del Génesis que Abrahán, la figura grandiosa de los comienzos de nuestra fe, tuvo que sacar de apuros a su sobrino Lot, inquieto y una pizca ambicioso, preso de cuatro jefecillos de las orillas del Jordán (Amrafel, Aryok, Kedorlaomer y Tidal) porque era amigo de los mandamases de Sodoma y Gomorra a quienes habían derrotado.
Abrahán venció a aquellos facinerosos con nombres de bandidos, liberando a su sobrino y quedándose con los bienes y los hombres capturados a Sodoma. Poco después le salió al encuentro el jefe de aquel lugar que le dijo: “Dame los hombres y quédate con lo demás”.
Esta frase, en Latín, como figura en el título, que invita a traducir Dame almas y llévate lo demás, la dijo San Francisco de Sales al hacerse cargo, como obispo, de la diócesis de Ginebra. No encontró ni un franco en la alcancía episcopal. Y su reacción como hombre anclado en Dios, fue pensar sólo, preocuparse sólo, amar sólo a las “almas”, al pueblo de Dios, católico o calvinista, que le había confiado a su gran corazón de buen pastor.
Cuando en Septiembre de 1884, se fijó la forma del escudo de la Sociedad salesiana, presentado por D. Antonio Sala, Ecónomo General, se tomó ese lema en vez de otros propuestos igualmente preciosos: Dejad que los niños se acerquen a mí, Templanza y trabajo, Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. La razón la dio el mismo Don Bosco: "Se adoptó un lema desde los orígenes del Oratorio, en los tiempos en que yo estaba en la residencia sacerdotal e iba a las cárceles: Dame almas…”.
Se podría decir sin exagerar que se volcó sobre el mundo buscando almas, es decir, jóvenes a los que amar y elevarlos a la condición de “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Que no es poco. La fundación de una Familia de consagrados, la apertura de centros de acogida, la expansión de su obra durante su vida en Italia, Francia, España, Argentina y Uruguay, la peregrinación de un sitio a otro pidiendo dinero para dar de comer y educar a esos muchachos estaba alentado por la profunda petición de más y más jóvenes a los que consolidar en su dignidad de hombres e hijos de Dios.
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