Calló en diciendo esto don Quijote, y el de lo verde, según
se tardaba en responderle, parecía que no acertaba a hacerlo; pero de allí a
buen espacio le dijo:
-Acertastes, señor caballero, a conocer
por mi suspensión mi deseo; pero no habéis acertado a quitarme la maravilla que
en mí causa el haberos visto; que, puesto que, como vos, señor, decís, que el
saber ya quién sois me lo podría quitar, no ha sido así; antes, agora que lo
sé, quedo más suspenso y maravillado. ¿Cómo y es posible que hay hoy caballeros
andantes en el mundo, y que hay historias impresas de verdaderas caballerías?
No me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare
doncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos, y no lo creyera si en vuesa
merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, que con esa
historia, que vuesa merced dice que está impresa, de sus altas y verdaderas
caballerías, se habrán puesto en olvido las innumerables de los fingidos
caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas
costumbres y tan en perjuicio y descrédito de las buenas historias.
-Hay mucho que decir -respondió don
Quijote- en razón de si son fingidas, o no, las historias de los andantes
caballeros.
-Pues, ¿hay quien dude -respondió el Verde-
que no son falsas las tales historias?
-Yo lo dudo -respondió don Quijote-, y quédese esto aquí; que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas.
Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán:
-Yo lo dudo -respondió don Quijote-, y quédese esto aquí; que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas.
Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán:
-Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un
hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido.
Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida
con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la
caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso,
o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y
cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías
aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son
profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten
con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay
muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces
los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de
murmurar, ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas
ajenas, ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de
mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar
entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se
apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están
desavenidos; soy devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia
infinita de Dios nuestro Señor.