Como
sabes, dinosaurio significa algo así como lagarto
forzudo. Pero George Poinar Jr., profesor emérito del College of Science de
la Universidad de Oregón, nos invita a
agradecerles lo que sigue.
Un Triceratops o un Tyrannosaurus rex, hace cien millones de años, las hicieron caer al
pasar y mover una Araucaria sobre ámbar, donde han quedado hasta ahora con el
mismo aspecto que tenían cuando cayeron.
Son
pequeñísimas, de 3 a 5 milímetros, pero son testigos de un mundo lejano en el
tiempo que nos regalan fragmentos venerables de vida lejanísima.
Es una
buena lección para grandes y chicos. El legado, las vivencias, triunfos y
fracasos, lágrimas y lecciones de la historia no pueden ser sin más, realidades
que se hayan desvanecido en la nada.
Me
refiero especialmente al tesoro del ámbar que encierra la lectura que tan poco
y tan mal se educa y se practica. Al alcance de todos están los chorros de vida
del pasado que nos han dejado hombres recios, sabios, pensadores,
experimentados, sufridores que se nos acercan con humildad y acierto para
despertar en nosotros respeto e interés hacia los que nos han precedido en la
lucha, el dolor, la desesperación, la ternura, la vida...
Recordando
libros tan dispares, tan atractivos y tan ricos como El collar de la paloma de Ibn Hazm, Fouché, El candelabro
enterrado, El mundo de ayer de
Stefan Zweig, La Biblia en España de
George Borrow, Un puente sobre el Drina
de Ivo Andric, De cómo los griegos somos
nosotros de Manuel Rabanal, María
Antonieta de Nicolás González Ruiz… de los que guardo la experiencia del
agrado de jóvenes a los que sugerí alguna vez su lectura.
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