martes, 11 de diciembre de 2018

Un raro Pulpo.


La imagen de este animal, que aquí se nos presenta, se debe a la ayuda de la telecámara de un submarino robótico de la expedición Ocean Exploration Trust a ochenta millas al Oeste de Monterey y a tres mil metros de profundidad.
Lo llaman “Dumbo” porque dicen que se parece al elefantito de Disney. Pero es, dicen, un pulpo, un pulpo raro, pero un pulpo. Un Grimpoteuthis bathynectes (ese es el solemne nombre que le han dado) de sesenta centímetros, que se alimenta de crustáceos, gusanos y moluscos.
Los apéndices que luce como orejas atentas no se han estudiado todavía dada la dificultad de observar esas realidades de vida tan profundas.
Pero contemplarlo vale para una sencilla reflexión sobre el bulismo infantil. Y escribo infantil porque es propio de quien no ha madurado como para comprender la amplitud, la riqueza, la dignidad de cualquier ser vivo, pero especialmente de las personas más cercanas.
¿De dónde nace esa práctica pueril que tanto mal provoca? ¿Podemos afirmarlo sin error? Sí. De los padres y solo de ellos adquieren los niños la capacidad de medir. Aprenden de ellos a clasificar, a medir el calibre de los bienes y los males, a comparar la altura o grandeza, la bajura y raquitismo de todos los que no son “de la familia”. La crítica es una práctica mezquina e inmadura en la vida de relación. Pero es muy frecuente que el criterio de valores (de cualquier tipo que se piense) que expresan los padres (el padre y la madre) en el hogar sea decidido, decisivo, tajante, exagerado. A veces va envuelto en un sentimiento de envidia o de revancha, de desahogo, de superioridad que sirve para plantar una cátedra propia de jueces.
Cuando esa debilidad en la entereza del respeto al otro, a todo otro, se une a la del amigo o compañero o grupo o rebaño, el contagio del placer de mortificar, la tendencia a acosar al animal herido, el regusto de creerse superior, la falta de compasión, el instinto desbocado forman escuela.
No es difícil en nuestra vida de relación comprobar que muchos, demasiado…, hasta el más necio  (seguramente más que ningún otro) viven embistiendo y son capaces de juzgar, de clasificar, de condenar, de despreciar –sin más- al que no le cae bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.