El pasado 19 de Febrero falleció en Milán Umberto
Eco. Era antiguo alumno salesiano. Si no por adscripción, sí por educación. Y
en ella destacaba, como bien sabes, amable lector, su asombrosa capacidad de
crítica, su aguda percepción y respeto del sentido de la vida, de la persona y
de los acontecimientos. Manifestó su oposición a los avances técnicos que
desfiguran la grandeza del ser humano que deja de serlo al menos un poco cuando
se convierte en parte de una maquinaria, por muy virtual que sea. Y se mostró
preocupado y entregado a hacer comprender que la mente del hombre solo es
humana cuando es libre y se mantiene con toda su capacidad de comunicadora
lejos de la mayor atadura, la del poder.
Creo que es bueno trasladar aquí algunas líneas de
las que publicó en el diario L’Espresso
el 15 de noviembre de 1981: “El Oratorio es una máquina perfecta, donde todo
canal de comunicación - del juego a la música, del teatro a la prensa, etc. -
es administrado como cosa propia, y cuando la comunicación viene de fuera, se
la discute y se aprovecha, En tal sentido, el proyecto de Don Bosco abarca a
toda la sociedad de la era industrial con penetrante imaginación sociológica,
sentido de los tiempos, creatividad de organización y una política global de
las comunicaciones de masa que es alternativa a la gestión – con frecuencia
inútil y a veces nociva - de los vértices de los grandes dinosaurios (los
grandes medios modernos) que quizá cuentan menos de lo que parece”.
Los dinosaurios de la sociedad, de un color o de
otro, con rabiosa cola o fauces destructoras, no pueden imponerse nunca, salvo
a saltos o por temporadas, mientras digieren su presa, al que en el ámbito de
una educación que respeta la libertad y la iniciativa, está madurando como
hombre en todas las dimensiones de su identidad, desde el amor a la fe y
construyendo, por consiguiente, su persona, desde dentro de sí, como un regalo,
producto de la fe y el amor, para los demás.
Nuestro deber de educadores no debe dejar de lado
estas sugerencias de un gran maestro, crecido a la vida en nuestros propios
patios.
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