Lindsay Hasz y su marido Chris cenaban hace unos días en
el restaurante de productos de mar Montalcino de Issaquah, en el estado de
Washington. Lindsay se sintió molesta, pero poco después más o menos asombrada
(y contenta), cuando, al masticar, dio en duro y encontró una rara perla color
violeta llamada Quahog. Un experto
calculó al día siguiente que la pequeña perla podía valer 600 dólares. La almeja mercenaria, redonda o de tapa dura es
un molusco de las costas orientales de América del Norte y Central. Y no es muy
raro encontrarles en sus entresijos productos tan poco comestibles y tan
estimables como una pequeña perla de color rosa o violeta.
Este es el arranque.
Vayamos a la moraleja. Vivimos, comemos y masticamos día a día sin descubrir que
la vida y los alimentos que la sostienen, las personas con las que nos
encontramos casualmente o tratamos a diario son más perla de lo que de ordinario sentimos. Lamentamos no haberles reconocido
su valor de perla hasta haberlas perdido y, por consiguiente, perdemos la
oportunidad de sorber de su personalidad ese hondo sabor a grande que tantas
personas encierran. Son ordinariamente sencillas, no hacen ruido, no enseñan su
alma, pero están dispuestas a abrirse para nosotros aunque ello suponga, en alguna
forma, perder la libertad y la vida.
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