Como sabes, el joven
emperador Calígula hizo construir, junto al lago de Nemi (celebrada por sus
fresas), a unos veinticuatro kilómetros de Roma dos (o tres, pero el tercero no
ha aparecido) lujosos barcos o algo parecido (de 73 y 71 metros de largo o
eslora) para honrar a Diana en uno y celebrar fiesta en el otro.
Calígula (Cayo Julio
César Augusto Germánico), emperador durante cuatro años (le asesinaron a los 29
años en el año 41) no pudo disfrutar mucho de aquel sueño. Y el Senado decretó,
a su muerte, disipar su memoria. Y los barcos fueron al fondo.
Los siglos recordaban el
hecho y en ellos hubo intentos de recuperarlos. En 1928 Mussolini ordenó desecar
el lago con un esfuerzo colosal y llevar los restos (después de reforzarlos por
su vejez) a un museo construido al
efecto (1936). Pero el 31 de mayo de 1939 un incendio fortuito o
provocado los convirtió en ceniza.
Los hechos narrados se me ocurren como una sólida
invitación a contemplar la historia. Sí, es verdad, lo puedo hacer con tantos
jirones o jalones de historia como se nos vienen a la memoria del pasado y,
sobre todo, a la mente del porvenir.
Pero la contemplación de la historia (el pasado, el
presente, el porvenir que le tejen) de los que me interesan, porque me los han
confiado, debe ser una sana obsesión que haga arder toda mi vida. El proyecto lo llena todo: ¿Hacia dónde?
¿Con que pasos? ¿Con qué ayuda? ¿Con que convicciones? ¿Con cuánto entusiasmo?
¿Con qué seguimiento? ¿Con que cercanía? ¿Con cuáles respetos?
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