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lunes, 29 de febrero de 2016

Un libro!!

El Latín que hoy aparece en estas BBNN no es macarrónico, aunque lo parezca. Y lo damos tal cual (se encuentra reposando, pero no dormido) porque hasta para los doctos en Ciencias es perfectamente comprensible. Lo de “macarrónico” (me refiero a este sabroso adjetivo) se lo debemos al bien-humorado Michele di Bartolomeo degli Odasi que hacia 1488 escribió Macaronea, titulo abreviado del Carmen Macaronicum de Patavinisis (Poesía Macarrónica de Padua) que, como bien sabes, era una sátira contra los que usaban el Latín sin conocerlo.        
Nuestro tesoro, en escritura visigótica, difícilmente legible para los no expertos, es un Codex miscellaneus del siglo XI. Y lleva por título Quid est liber? (¿Qué es un libro?). Acompaña a otros textos, igualmente ancianos, en un humilde soporte de 34 hojas y que mide 18 por 14 centímetros, bien guardado en Toledo.

Quid  est liber?
Liber est lumen cordis;
speculum corporis;
uictiorum (sic) confussio;
corona prudentiurm;
diadema sapientium;
honorificentia doctorum;
vas plenum sapientia;
socius itineris;
domesticus fidelis;
hortus plenus fructibus;
archana revelans;
obscura clarificans;
rogatus respondet;
iussuque festinat;
vocatus properat
et faciliter obediens.
Explicit.

Y si un libro es gloriosamente tanto, poderosamente todo, ¿por qué no leemos? ¿por qué no enseñamos a leer? Hace algunos años aprender y enseñar a leer era  aprender y enseñar a unir letras para formar palabras, para expresar conceptos, para nutrir el espíritu, para ennoblecer nuestras vidas. Si es una troje de sabiduría, un compañero de viaje, luz del corazón, confusión de vicios… ¿por qué no ayudamos a aprender que leer es entrar en ese huerto lleno de frutos que se nos ofrece sin pedirnos pago, sin confundirnos en un mar de engaños, sin esclavizar nuestra existencia con mensajitos vacíos e imágenes irrisorias, muchas veces despreciables y pocas despreciadas? 
Explicit. Y ahí el autor nos dice: Se acabó, Ahí está todo, Basta con esto. ¡Ojalá!  

martes, 3 de noviembre de 2015

Y con el mazo dando.

Como sin duda sabes, sabio lector, los obeliscos son hijos de Egipto. Pero el nombre que hoy usamos para hablar de ellos, no. Es griego. Los griegos tenían en su admirable Grecia el obelós, es decir, el asador. Y cuando fueron a Egipto a alimentarse de ciencia y sabiduría quedaron asombrados ante esos monumentos a los que dieron el nombre de obeliscós, es decir, asadorcitos, “pinchitos” en jerga moderna. (Los griegos, además de sabios, eran alegres e irónicos: Obelix vino más tarde).
Parece que en el mundo hay unos cuantos obeliscos egipcios fuera de Egipto. Por ejemplo, ocho en Roma (Roma tiene, además, otros tantos hechos en Italia), tres más en esa península y hay otros ocho en varios lugares del mundo.
Asuán (Sienet antiguamente), en el Sur del Egipto antiguo, era la patria de los obeliscos y de muchas de las piedras (de granito sienita) usadas en monumentos y pirámides. El obelisco que preside estas líneas desde Asuán, es, desde hace siglos, símbolo y lección. A mí se me ocurren estos y estas. Tú serás más fecundo.
Símbolo de la perennidad de lo noble. Aunque yace y parece que no habla, ahí está para decirnos todo lo que su permanencia dicte a tu sensibilidad. No espera ya que lo acaben para elevarlo y trasladarlo desde su cuna a algún lugar suntuoso. No vale. Se rajó y en su cabeza partida no hay dignidad para erguirse como sus hermanos, los que ya apuntan hacia las estrellas. Pero, antes de que un leve temblor de rocas lo rajase, dándolo por perdido, hubo una legión de especialistas en darle, golpe a golpe, enérgica, pero suave y constantemente, la forma que le habría hecho grande y sagrado. Ya no sueña con levantarse. Pero los turistas que lo visitan y suben, como ves en la foto, hasta su noble costado, piensan con él y como él en su frustrada historia. 
Y hasta alguno piensa en el camino paralelo de la educación, en el inútil esfuerzo por hacer de un niño, de un joven un hombre hecho y derecho. ¿Por qué de una materia viva como es esa promesa infantil y juvenil no florece siempre y se convierte en fruto maduro el que tanto podía haber logrado? ¿Lo malograron sus padres? ¿Naufragó él entre ilusiones, distracciones, debilidades, cobardías, concesiones al agrado? ¿Hay alguna obra de arte en la que la tenacidad del maestro, la docilidad del discípulo, la mutua colaboración no hayan exigido constancia, tenacidad, pincelada tras pincelada, correcciones, golpes de gubia, de azuela, lima o punzón?

martes, 6 de octubre de 2015

Qué fatiga!!

Volver la mirada en la hondura de los tiempos nos puede hacer bien. Podemos comparar modos, medios, grandezas y límites. Por si acaso vale, te invito a una escuela “elemental” en la antigua Roma. Y repasar el Latín. Sigo al justamente admirado José Guillén en su monumental obra Urbs Roma
Los niños y niñas empezaban su vida escolar a los siete años, hasta los doce, en el ludus magistri. Ludus era juego, pero también escuela. Y para que no hubiese duda, se dejó lo de ludus y se dijo ya más tarde schola.
Había que madrugar para llegar a tiempo. Cada niño llevaba un farol hasta que la luz del día permitía apagarlo. Si la familia tenía medios, al niño le acompañaba todo el tiempo un pedagogus al que se le escapaba alguna vez un coscorrón. Y si los medios eran más abundantes se añadía un capsarius con la capsa que custodiaba las tablillas para escribir y los volúmenes (rollos de papiro) para escribir con la penna (pluma) o la arundo (caña) mojadas en el atramentum (tinta). Además del abacus y los calculi  de piedra o madera insertados en sus cuerdas. 
La schola era un local abierto, humilde, un toldillo o una pergula, una taberna o pequeño local comercial donde se vendía sabiduría. Es un decir.
Los niños se sentaban en bancos corridos, sin respaldo. El magister, en la cathedra, un asiento un poco más elevado. A veces, si había pared, colgaba algún mapa en ella. 
Escribían en el disticus (dos pequeñas tablillas enceradas que se cerraban sobre sí mismas) con un stylus o instrumento de escritura, en punta por un extremo para escribir y liso en el otro para allanar la cera.
El ludi magister enseñaba a leer, escribir y contar. En Roma había pocos analfabetos.
Al ludi magister se le pagaba el auctoramentum seruitutis. Recibía regalos en las fiestas de Minerva (19 de Marzo), Saturno (17 de Diciembre) y la strena (1º de Enero). Cobraba poco de cada alumno en los Idus de mes (más o menos, a mediados), menos en los tres meses de vacaciones ni los días que el alumno no iba a clase. Diocleciano estableció en 301 lo que cada alumno debía pagar al mes: 50 denarios, algo así como 0’45 euros.
Los maestros, casi todos libertos, eran duros y exigentes. Usaban la ferula (palmeta) o el látigo hasta finales del siglo I en que se pasó a una blandura criticada por algunos.
Al final de esta etapa escolar todos leían y escribían bien prosa y poesía, sabían las cuatro reglas de aritmética y se sabían de memoria las XII Tablas. Como hoy.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Celti.

Parece que la Celti turdetana (hoy probablemente Peñaflor, en la provincia de Sevilla, tocando a la de Córdoba, y al lado del Guadalquivir que pasa joven y haciendo eses) fue una plaza romana importante en el comercio de aceites y alfarería en el siglo I aC. Tuvo moneda propia. En un ejemplar conservado aparece un jabalí alcanzado por una lanza (muy cerca, a unos siete kilómetros, está la sierra) y consta la abreviatura, CELTITAN, del nombre completo que le dio en el año 74 el emperador Vespasiano: Municipium Flavium Celtitanum
Además del yacimiento arqueológico de La Viña, se conservan restos funerarios, que siguen hablándonos. Una estela funeraria nos regala la biografía de un joven. Leamos:
"A los Dioses Manes. Aquí yace Quintus Marius Optatus, natural de Celti y de edad de veinte años. ¡Ay, dolor! ¡Oh tú, caminante, que pasas por la vera de este camino!, entérate quién fue el joven, cuyos restos mortales se guardan dentro de esta tumba. Apiádate de él y ofrécele tu saludo. Era diestro en lanzar el arpón y el anzuelo al río, de donde sacaba abundante pesca; como buen cazador sabía clavar su jabalina en el corazón de las fieras bravas; sabía también apresar a las aves con varas untadas de liga. Además cuidaba del cultivo de los bosques sagrados, y a ti, ¡oh Diana!, nacida en Delos, casta, virgen y triforme luna, erigió un santuario tutelar en la sombreada floresta, cumpliendo lealmente el voto realizado. En el gran predio de su heredad dio feliz impulso a las tareas agrícolas, haciendo que con ellas se uniesen los extensos valles a los pintorescos paisajes y las ásperas cimas de la sierra, bien surcando los eriales con el arado, bien metiendo y protegiendo en hoyos hechos con cuidado, los tiernos sarmientos de la vid”.
¡Una densa vida bien apretada en veinte años! Ilusionado con la vida, emprendedor,  amante de su tierra, superior a las bestias, habilidoso en las artes de pesca y caza, valiente y seguro ante las “fieras bravas”, de corazón devoto hacia Diana y fiel a la pietas paterna que, sin duda, cultivó hacia sus padres. Porque ellos ¿quién, si no?, pusieron sus restos en la orilla del camino (como se hacía con quienes se quería mantener cerca) y lloraron, ¡Ay dolor!, su precoz descanso.
¿Algo que escuchar? Sin duda. La identificación con un ejemplar modélico que nos anima a creer en nuestros hijos, en nuestros educandos, en su crecimiento integral, en su sueño de poder servir como ejemplo e incentivo para sí mismos y para los demás.    

domingo, 24 de mayo de 2015

En griego.

Uno de los lectores de unas Buenas Noches anteriores preguntaba si era posible tener el texto griego del papiro de Oxyrrinco con la oración Bajo tu amparo… (Sub tuum praesidium…). La pregunta denota, evidentemente, en el preguntador su conocimiento del griego, condición que no es la nuestra. Y, por si no ha tenido modo de hallarla por sí mismo, hela ahí arriba, como llegó a nosotros en un humilde papel egipcio. Y esto me sirve para un breve desahogo personal que quisiera de utilidad para el inteligente lector.
Hace varios años un buen amigo me hizo el regalo de dejarme leer un libro que él consideraba un maravilloso tesoro. Y lo fue también para mí. Lo había escrito el entrañable y eminente catedrático leonés (nacido en Canales, donde le llamaban familiarmente Manocho) Manuel Rabanal Álvarez. El título o subtítulo de ese libro era sorprendentemente “De cómo los griegos somos nosotros”. Y con el sabroso jugo con que los buenos maestros saben aderezar el alimento que nos dan, iba repasando palabras y palabras castellanas y haciéndonos ver el cómo el griego está en las entrañas de muchas de ellas. No me refiero a las que los científicos encuentran hoy (o encontraron ayer) en el diccionario griego, como apódidos (sin pies) para clasificar al vencejo; o esternocleidomastoideo (¡y cómo me costó llegar a decirla bien!) para definir al noble músculo que baja desde nuestro cuello hasta ocultarse bajo el cuello de la camisa. Sino a otras, como chirimbolo, que es el despojo en que ha quedado la designación de un “ostracon” entregado en mano como recibo de haber consignado una  mercancía.
Tuve que vérmelas yo, que no sé alemán, con un médico alemán, que no sabia español. Nos entendimos en Latín. Y me explicaba que en la preparación a la carrera de Medicina se estudia Latín. ¿Lo seguirán haciendo? 
Entiendo que los que trabajan en Informática y en Metalurgia no sepan Latín y Griego aunque el nombre de su profesión sea latino o griego y que la mayor parte de los instrumentos y conceptos que usan sean latinos o griegos. Y que las madres que daban a sus hijos Pelargón no supiesen que en Griego pelargós es cigüeña.
Pero no puedo entender que se deban desterrar del cuadro de estudios desde el comienzo esas Lenguas que llamamos Clásicas, pero que son Madres, que son Nobles, que ayudan a desentrañar no solo el pasado, sino el significado de nuestros lazos con el pasado que se dan, en gran parte, en la palabra.

sábado, 7 de marzo de 2015

El libro!

Preguntaba a un buen muchacho si leía. –“¿Qué?”, me preguntó. – Algún libro. – En mi casa no tenemos libros. Leemos alguna revista y vemos la televisión.

Para ese buen amigo que no tiene libros, a los buenos amigos que no leen los que tienen, a los que se cansan de leer o les aburre, les ofrezco estos versos que seguramente no han leído o les ha aburrido ahondar. 


De Lope de Vega        Es cualquier libro discreto
(que si cansa, de hablar deja)
un amigo que aconseja
y que reprende en secreto.
¿Cómo compones? Leyendo,
y lo que leo imitando,
y lo que imito escribiendo,
y lo que escribo borrando,
y lo borrado escogiendo.

De Francisco de Quevedo      Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

De Rubén Darío         El libro es fuerza, es valor,
es poder, es alimento,
antorcha del pensamiento
y manantial del amor.
El libro es llama, es ardor,
es sublimidad, consuelo,
fuente de vigor y celo,
que en sí condensa y encierra
lo que hay de grande en la tierra,
lo que hay de hermoso en el cielo.
El libro males destierra,
da al espíritu solaz,
y, derramando la paz,
va destruyendo la guerra.
El nos pinta en lontananza
albas de dulce bonanza,
que nos llenan de consuelo
y nos muestra allá en el cielo
el iris de la esperanza. 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Cien por cien.


Cneo Pompeyo Trogo era voconcio. Como suena a insulto debo recordar a quien no lo tenga presente (¡han pasado tantos siglos!) que voconcios eran los naturales de una tribu de la Galia Narvonense. Este Trogo (galo él, pero ciudadano romano) vivió en el siglo I a.C., cuando los romanos estaban asentando sus huestes militares, sus ciudades más o menos civiles, su genio constructor y sus costumbres y calzadas en su Hispania. Y digo su, porque era nuestra, pero la hicieron suya. Y tuvo cierto relieve como historiador en tiempos del primer emperador, Augusto, y casi casi del insigne historiador Tito Livio. En realidad Trogo era más que historiador. Escribió sobre la Naturaleza, sobre animales y plantas. Y lo hizo tan bien que Plinio el Viejo escribió su Naturalis Historia bebiendo en las fuentes de nuestro Trogo.    
La obra principal de Trogo son las Historias Filípicas (¡44 “libros”!) sobre Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro Magno. Y para eso leyó detenidamente a los historiadores griegos Teopompo, Éforo, Timeo, Polibio… en la obra de Timágenes de Alejandría.
¿Y qué pinta aquí Cneo Pompeyo Trogo? Pues supongamos que nos conoció bien a nosotros, los hispanos, y escuchemos lo que escribió de nosotros: "... prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa". Y si añadimos lo que pensaba Lucio Anneo Floro, africano, que vivió un siglo largo más tarde, y que reflejó mucho y bien en su Compendio de la Historia Romana sobre las Guerras Cántabras, tendremos un retrato nuestro de hace veinte siglos: "La nación hispana no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso, pero mal jerarquizado".
Seguramente nos indigna que extraños como Trogo y Floro se metan con nosotros o contra nosotros. Pero, ¡atentos!, porque si lo hacemos, estaremos dándoles la razón.  

¿No advertimos en lo que decían algo muy propio de nuestro ser? ¿Hay remedio? ¿Preocupa a los que educamos acompañar desde pequeños a los que mañana han de poblar, relacionarse y mandar actitudes serenas, maduras y firmes de respeto y atención a los demás, de responsabilidad en la gestión de la propia vida, de grandeza en las relaciones con los demás, de honradez y austeridad en el manejo de la brida de nuestra vida y de las misiones que se nos confían? La vocación de dictadores que naturalmente llevamos dentro no puede ser la herencia que leguemos. Aprendamos, para poder enseñarlo, que el servicio es la única actitud que dignifica al hombre.

viernes, 26 de septiembre de 2014

¡Dictador!

Los romanos pusieron mucho interés en gobernar bien. Y cuenta la historia (¡cuántas cosas cuenta la historia que nos pueden enseñar tanto!) que fue Tito Larcio Flavo, de ascendencia etrusca y cónsul en el 501 y 498 aC, el que inventó la figura del dictador. Dijo más o menos: No bastan dos cónsules ni las autoridades ordinarias para regir a este pueblo en momentos difíciles de su historia, sobre todo si hay guerra o peligro de que alguien la arme. “¡Pero sólo por seis meses!” Y él fue el primer dictador en la historia de Roma. Es fácil comprender que quería demostrar cómo se usaba el invento.
A lo largo de los años se fue perfilando el nuevo papel de gobierno y su uso y los adornos que subrayaban la importancia del cargo. Por ejemplo le precedían en las ceremonias a las que asistía 24 lictores. ¡Y no los 12 que iban acompañando al cónsul! Era el magister populi y nadie podía criticar, discutir, censurar y ni siquiera pensar que se equivocaba en sus decisiones y actuaciones.
Pero porque no es este el lugar de sacar a exposición las atribuciones de los dictadores y sus circunstancias que tú, lector de estas líneas, conoces sobradamente, paso a una modesta reflexión sobre este mundo en que vivimos hoy: ¿Sigue habiendo dictadores hoy? Me permito aportar mi respuesta: ¡como hongos! Y no me refiero a que crezcan al ras del suelo, sino a que abundan en todas las instituciones, estamentos, en las clases políticas, en las clases escolares, círculos, grupos, familias, partidos, partidejos, corrientes, ciénagas, credos, políticas, economías, pensamientos, modas… Todos los que dicen que ellos tienen la última palabra son dictadores, evidentemente. Los que, en consecuencia no dejan que hablen otros, los que sonríen compasivamente ante los que no piensan como ellos. Los que dicen aborrecer las dictaduras y dicen recordar las que hubo en el pasado y de las que no tienen más idea que la que les puede dar su naturaleza de dictadores. Los que invocan la libertad que les garantiza lo que ellos llaman democracia pero que la esgrimen porque les sirve para poder ser dictadores sin que nadie les chiste. 
En este ámbito pequeño de la familia y la educación al que pretenden abrirse estas líneas hay un riesgo de revestirse del odioso papel de dictador cuando empezamos a decir: “¡Tú de eso no tienes idea!·”, “¡Lo he dicho yo y basta!”, “¡Se acabó!”, “¡He dicho una y mil veces que…!”,  y hasta “¡Pa ti la perra gorda!”.

domingo, 21 de septiembre de 2014

El olor del dinero.

El subsidio o, al menos, algunas clases de subsidio, eran un derecho en la Roma imperial. Y antes del imperio. Es y era el modo de tener contento al pueblo. Fue (y ruego a los enterados que me corrijan) Cayo Sempronio Graco el que desde 123 a.C. empezó a dar de comer gratis a un colectivo bastante amplio de ciudadanos. Tres siglos más tarde el emperador Aureliano daba pan, vino y carne de cerdo. Y tuvo que levantar las murallas de ladrillo que conocen los que visitan Roma por miedo a los bárbaros. El esplendor del imperio se vino abajo por sus dispendios, no por los bárbaros. Que también llegaron.
Pero hubo quien, por otra parte, presionaba con impuestos. Uno de estos, llamativo hoy hasta cierto punto por lo extraño, fue el vectigal urinae para las fullonicae, es decir, los batanes o lavanderías y tintorerías. El ácido úrico era, parece, un detergente muy estimado. Eso se le ocurrió a Vespasiano (los urinarios públicos actuales de Roma siguen llamándose vespasiani). Y su hijo Tito le reprochaba que no era muy noble esa iniciativa (así lo dice Suetonio en el capítulo 23 de la Vida de Vespasiano). Pero Vespasiano le convenció de un modo muy definitivo. Le hizo oler una moneda mientras le decía algo así como “¿Huele mal?”.

Vivimos, vamos hacia adelante (o hacia atrás) pidiendo, exigiendo, procurando que el ocio y la técnica nos libren de esfuerzos, procurando que la moda y la envidia nos vistan mejor, llenando de inutilidad lo que nos dicen que hoy es imprescindible, haciendo de la existencia una cadena (que nos ata, ¡y cómo!) de subvenciones, pretensiones, concesiones, halagos, lujos, vacíos… Y por otra parte, y cada vez más, mientras acusamos a los demás de corrupción, nos bañamos en un dinero cuyo olor no nos importa. Seguimos acusando, pero con poco acierto en el tiro, porque dejamos de preguntarnos si huele mal el dinero que manejamos nosotros. No porque lo hayamos robado (o sí), sino porque no hemos hecho mucho esfuerzo en nuestras vidas y en la educación de nuestros hijos por saber que muchos de nuestros gastos son un insulto a la dignidad humana, al sentido común, a la justicia y al amor.

martes, 8 de julio de 2014

La Tesela.

Carranque (cerca de Illescas-Toledo), La Olmeda (en Pedrosa de la Vega– Palencia), La Tejada (muy allí también, en Quintanilla de la Cueza), Clunia Sulpicia (Coruña del Conde– Burgos), Almenara Puras (Olmedo- Valladolid), Itálica (Santiponce– Sevilla… son otros tantos luminosos cementerios de otras tantas luminosas teselas milenarias, testigos y frutos de invasiones, luchas, conquistas, holganzas, sueños de belleza, programas de eternidad…
Asombran los mosaicos que afloran cuando la afición al pasado de nuestros buscadores de tesoros ocultos nos las ofrece. Pero yo gozo y sufro al mismo tiempo con cada una de las humildes teselas que los forman. Pétreas o cerámicas (¿qué más da su cuna?) no son nada y lo son todo. Sin una, sin dos o sin más el mosaico es siempre grandioso. Pero sin ninguna, no existe. Es verdad que la alianza sellada por su conjunto (una y otra y otra y otra…) con su inteligente coordinación, las convierte en una fascinación para el alma de un nostálgico. Pero es cada una de ellas, dispuesta a no estar sola, la que hace posible, la maravilla que contemplo y la que me anima a escribir lo que escribo. Porque la siento como un ser vivo o como el rasgo imprescindible de un ser superior igualmente o, mejor, soberanamente vivo. 
El que me ha aguantado hasta aquí ha adivinado que me ocupa un pensamiento más alto. Pienso, en efecto, en la maravilla de una mujer, de un hombre que, desde niño, animado por la sabiduría de sus padres, de sus educadores, de sus maestros, de sus amigos; de los libros, de la experiencia, de la necesidad de ahondar en la Naturaleza y en la Vida, ha ido haciendo de la suya una obra de arte. No ha desechado nada noble, nada cálido, nada radiante, nada difícil, nada generoso para convertirse en ese modelo de gracia humana que enriquece la Naturaleza y hace grande el mundo que tiene la suerte de tenerlo en su alma.

Hay padres y educadores y formadores (los conocemos) que desechan con facilidad muchas de las teselas que requiere la talla del cincel y el esmeril o el fuego del horno para que la obra de arte resulte redonda. Todo lo que supone esfuerzo, renuncia, trabajo, constancia, altruismo, abnegación, sacrificio… queda fuera de un plan de la existencia en el que cuenta poco o no cuenta nada el Amor. 

domingo, 8 de junio de 2014

Paz en la guerra.

Nos suena más “Paz en la Tierra”. Pero es una ilusión que haya paz en la guerra y no lo es menos que la haya en la tierra. Los soldados de la foto que aparecen celebrando la Misa en 1915 son franceses. Qué contrasentido. Celebraban la Vida y se preparaban para ahogarla. Lo hacían en una zona del Nordeste de su patria, llena de vida: lagos, parques naturales (Reims, Orient, Ardenas…), arte, historia e industria  (Sedan, Châlons-en-Champagne, Langres, Troyes…). Y de vides:  ¡el “champagne”. Y de vida. Pero en la guerra no hay nada de eso. Sobre todo no hay vida. La guerra es una máquina infernal preparada para buscar vidas y segarlas. La muerte es el cebo, el alimento de la guerra.   
Es triste que haya guerras. Pero es mucho más triste que vivamos, como a veces lo hacemos algunos, dando guerra, haciendo guerra, mientras profesamos estar en posesión de la verdad, tener razón. Confundimos nuestra verdad, que es fruto del egoísmo, con el fruto que debería brotar necesariamente de la estima del otro. O del respeto a que piense de otro modo, vea las cosas de otro color, tenga un gusto que no es el nuestro. Hace casi veintidós siglos Tito Macio Plauto en su obra Asinaria hacía decir a uno de sus personajes: "Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”. En español, más o menos: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando no sabe quién es el otro”. Y hace cuatro siglos Thomas Hobbes, inglés, lo abreviaba (y agravaba) escribiendo: Homo homini lupus. 
La polémica, la contradicción, el ataque, la exclusión, el exterminio es la fórmula casi continua de nuestras conversaciones (¿conversaciones?) de modo que no solo no respetamos lo que otro piensa, sino que ni siquiera respetamos al otro.

Dos siglos después de Plauto, en su XCV Carta a Lucilo contradecía al comediógrafo paisano escribiendo: “Homo, sacra res homini”, es decir, nada menos que “El hombre es algo sagrado para el hombre”.

miércoles, 8 de enero de 2014

Presumir.



El crucero Costa Concordia es el primero de los hermanos gemelos Pacifica, Favolosa, Fascinosa y Carnival Splendor, como todos sabéis. Se presentó en sociedad en julio de 2006 y navegó en su esplendor hasta el 13 de enero de 2012. Con sus 114.500 toneladas pudo lucir el mensaje de unidad y concordia de su estirpe hasta que un accidente – según parece, leve – acabó con sus deseos: una vía de agua de 70 metros de longitud le hizo zozobrar y escorarse casi 90 grados con la irreparable pérdida de la vida de 32 personas.
Era (y sigue siéndolo, pero derrotado) largo: 290,20 m.; ancho: 35,50; y profundo: 8,20 m. de calado (lo de eslora y manga queda para los especialistas). Lo lanzaban por las aguas, con una velocidad de hasta 19,6 nudos (más o menos 33 kilómetros por hora,  seuo), seis motores de 75.600 kW. Tenía 1.555 cabinas de lujo y 70 suites de superlujo; un Samsara Spa, con fitness, gimnasio, piscina de  talasoterapia, sauna, baño turco, solárium… más otras cuatro piscinas, cinco jacuzzis y otros cinco spas; cinco restaurantes, dos Clubes y trece bares…; un teatro, casino y discoteca, un área para niños, un simulador de Grand Prix motor racing y un Cibercafé.
Ya había tenido un susto cuatro años antes en Palermo: parece que una ráfaga de viento impertinente lo llevó hasta un muelle flotante y se dañó su estribor. Pero todo se arregló.
¿Y…?
Virgilio en sus bucólicas (2,17) advertía y sigue advirtiendo: “¡Hermoso muchacho, no te fíes demasiado de tu aspecto!” (O formose puer, nimium ne crede colori!). Unos menos, otros más y otros mucho vivimos fiados de la apariencia, de nuestra apariencia y de la de los demás. Presumir es poner por delante lo que suele siempre quedar atrás. Cuántas veces hemos dicho y hemos oído decir con asombro, reprobación y casi como disculpa: “¡Pues parecía…!”. Hay personas que “parecen” y se esfuerzan en “parecer” y se apoyan en el “parecer” de las cosas, de las personas y de los acontecimientos como si la cáscara poseyese siempre el sabor del fruto. Y en esto no suele haber escarmiento, es decir, la corrección de conducta que supone haber tropezado, el látigo que se aplicaba a los escolares para que aprendiesen, o la burla mucha veces cruel que se hace del que vive del viento.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Beati Hispani.



No se sabe (ni hace falta saber) de quién salió la frase Beati hispani quibus vivere bibere est (Dichosos los españoles para quienes vivir es beber). No es ciertamente de Cicerón, de Antonio o Craso, de Hortensio o de Molón de Rodas. Ni siquiera de Catilina. Vino (no de beber sino de venir) bastante más tarde cuando los romanos (y los galos y los germanos… a los que obligaron a ser también romanos) sufrían porque los españoles no distinguían en la pronunciación latina entre la V y la B. Nos sigue pasando a muchos. La frase tiene mucho de filosofía práctica, además de crítica. O de envidia.
Entre los objetos que se contemplan en el Museo Monográfico de la Villa romana de La Olmeda (ya sabes: Saldaña-Palencia) hay uno (¿una lámpara?) en el que se proclama (con faltas de ortografía) que para estar alegre, para vivir, para ser feliz (¿) hace falta beber: VINARI - LETARI. Pero no siempre. Ni para todo ni para todos. Ni en igualdad de exigencia. Porque hay quien está triste aun bebiendo mucho. Y quien es feliz sin vino, sin el aturdimiento de la juerga.
Porque, llevando las cosas a términos más anchos, es verdad que a veces sucumbimos a la tentación de olvidar que la vida, el vivir, encierra y ofrece un inmenso tesoro del gozo que da trabajar, construir, ordenar, servir, amar, dar la vida por quien se ama. O por un desconocido que la necesita. “No hay mayor amor que el del que da la vida por un amigo”. Esta frase encierra el mensaje del Maestro en amor, vida y felicidad que nos dice en cada paso de la vida dónde está la grandeza de nuestros actos.
El grano que se encierra en sí y se guarda queda estéril. La juerga, es decir la “huelga”, el no hacer nada, esperar que me den, exigir que me den la “sopa boba” me hace ser un parásito de los demás. Contempla tu entorno familiar, social, político, laboral… Comprender que “el otro es (soy) yo mismo” me hace amar hasta morir por él.