Cneo Pompeyo Trogo era voconcio. Como suena a insulto debo recordar a quien no lo tenga presente
(¡han pasado tantos siglos!) que voconcios eran los naturales de una tribu de
la Galia Narvonense. Este Trogo (galo él, pero ciudadano romano) vivió en el
siglo I a.C., cuando los romanos estaban asentando sus huestes militares, sus
ciudades más o menos civiles, su genio constructor y sus costumbres y calzadas
en su Hispania. Y digo su, porque era
nuestra, pero la hicieron suya. Y tuvo cierto relieve como historiador en
tiempos del primer emperador, Augusto, y casi casi del insigne historiador Tito
Livio. En realidad Trogo era más que historiador. Escribió sobre la Naturaleza,
sobre animales y plantas. Y lo hizo tan bien que Plinio el Viejo escribió su Naturalis Historia bebiendo en las
fuentes de nuestro Trogo.
La obra
principal de Trogo son las Historias Filípicas (¡44 “libros”!) sobre Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro
Magno. Y para eso leyó detenidamente a los historiadores griegos Teopompo,
Éforo, Timeo, Polibio… en la obra de Timágenes de Alejandría.
¿Y qué
pinta aquí Cneo Pompeyo Trogo? Pues supongamos que nos conoció bien a nosotros,
los hispanos, y escuchemos lo que escribió de nosotros: "... prefieren la
guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa". Y
si añadimos lo que pensaba Lucio Anneo Floro, africano, que vivió un siglo
largo más tarde, y que reflejó mucho y bien en su Compendio de la Historia Romana sobre las Guerras Cántabras, tendremos un retrato nuestro de hace veinte
siglos: "La nación hispana no supo unirse contra Roma. Defendida por los
Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso, pero
mal jerarquizado".
Seguramente
nos indigna que extraños como Trogo y Floro se metan con nosotros o contra
nosotros. Pero, ¡atentos!, porque si lo hacemos, estaremos dándoles la
razón.
¿No advertimos en lo que decían
algo muy propio de nuestro ser? ¿Hay remedio? ¿Preocupa a los que educamos
acompañar desde pequeños a los que mañana han de poblar, relacionarse y mandar
actitudes serenas, maduras y firmes de respeto y atención a los demás, de responsabilidad
en la gestión de la propia vida, de grandeza en las relaciones con los demás,
de honradez y austeridad en el manejo de la brida de nuestra vida y de las
misiones que se nos confían? La vocación de dictadores que naturalmente
llevamos dentro no puede ser la herencia que leguemos. Aprendamos, para poder
enseñarlo, que el servicio es la única actitud que dignifica al hombre.
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