No se sabe (ni hace falta saber) de quién
salió la frase Beati hispani quibus
vivere bibere est (Dichosos los españoles para quienes vivir es beber). No
es ciertamente de Cicerón, de Antonio o Craso, de Hortensio o de Molón de
Rodas. Ni siquiera de Catilina. Vino (no de beber
sino de venir) bastante más tarde
cuando los romanos (y los galos y los germanos… a los que obligaron a ser
también romanos) sufrían porque los españoles no distinguían en la
pronunciación latina entre la V y la B. Nos sigue pasando a muchos. La frase
tiene mucho de filosofía práctica, además de crítica. O de envidia.
Entre los objetos que se contemplan en el
Museo Monográfico de la Villa romana de La Olmeda (ya sabes: Saldaña-Palencia)
hay uno (¿una lámpara?) en el que se proclama (con faltas de ortografía) que
para estar alegre, para vivir, para ser feliz (¿) hace falta beber: VINARI - LETARI. Pero no siempre. Ni
para todo ni para todos. Ni en igualdad de exigencia. Porque hay quien está
triste aun bebiendo mucho. Y quien es feliz sin vino, sin el aturdimiento de la
juerga.
Porque, llevando las cosas a términos más
anchos, es verdad que a veces sucumbimos a la tentación de olvidar que la vida,
el vivir, encierra y ofrece un inmenso tesoro del gozo que da trabajar,
construir, ordenar, servir, amar, dar la vida por quien se ama. O por un
desconocido que la necesita. “No hay mayor amor que el del que da la vida por
un amigo”. Esta frase encierra el mensaje del Maestro en amor, vida y felicidad que nos dice en cada paso de la
vida dónde está la grandeza de nuestros actos.
El grano que se encierra en sí y se guarda
queda estéril. La juerga, es decir la
“huelga”, el no hacer nada, esperar que me den, exigir que me den la “sopa
boba” me hace ser un parásito de los demás. Contempla tu entorno familiar,
social, político, laboral… Comprender que “el otro es (soy) yo mismo” me hace
amar hasta morir por él.
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