Scott Kelly, norteamericano, desde la Estación Espacial
Internacional, contempló y fotografió hace pocos meses este bello lago
encaramado a 4.970 metros en la zona nordeste del Himalaya. De él dice Scott
que es lo más azul que se ve desde tan arriba. Se llama, como seguramente
sabes, Cuowomo. No te lo pongo en chino, porque no sé. Y porque seguramente no
te interesa de momento. Es relativamente
pequeño, 22 kilómetros cuadrados, y parece un corazón clavado en lo alto como
con ganas de que nadie lo contamine. Y así es, porque en la península o isla
que hay en su centro solo hay una estación de referencia ordinariamente
deshabitada: Duopanma.
Otros lagos cercanos, el Chagala o el Qu Baqugu, por ejemplo, y
que a lo mejor no se llaman así, además de más pequeños, son muchísimo menos
azules. Y no creo que, si se da envidia entre lagos, ellos la tengan, porque al
lado del Cuowomo no tienen nada que hacer.
Referirme a este bello lugar me trae interrogantes que tal vez
compartas. ¿Hace falta vivir apartado del mal para conservarse puro? ¿El mundo
en que vivimos tiene que permitir (¡o hasta forzar!) el contagio de la sordidez
o es posible, aun en medio de él, empaparse de luz y de color? ¿Existe un
sistema de vacunación o trasfusión que haga pasar de corazón a corazón – de
corazón de padres a hijos, de maestros a discípulos (“que aprenden”) – la paz personal,
la paz con los demás, el respeto a lo que vale, el cultivo de las plantas más
hermosas y nobles? ¿Por qué el modelo del hombre ha de ser, en forma humana, el
cerdo? El egoísmo, la afición a revolcarse para encontrar alivio, el afán por
hozar y saciarse, la holgazanería… no pueden ni aceptarse ni proponerse para
crecer.
Debemos estar más atentos y ser
más exigentes en nuestra elección de metas, de métodos y de modelos. Más
todavía: deberíamos no perder de vista que la auténtica educación se da cuando,
con humildad, decisión y mesura, nos
convertimos en meta, en método y en modelo.