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miércoles, 15 de julio de 2015

Mitocondrial.

Ya sabes lo que ha dicho Neil Gemmel, de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda),  a propósito del hecho comprobado de que las mujeres vivan más que los hombres (aquí en España, por ejemplo, las estadísticas dicen - y supongo que cuentan bien - que la vida media de las mujeres es de 86 años mientras que la de los hombres queda en 80). En el laboratorio de Gemmel, se anuncia en su presentación “se investiga combinando la genómica con la ecología, la población, la conservación y la biología evolutiva para examinar problemas en organismos que van desde los invertebrados hasta los mamíferos”.
Gemmel ha dicho en el reciente encuentro anual de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología que esa diferencia se debe a que los hombres heredan una serie de genes defectuosos y que eso no les pasa a las mujeres, así como que, en el aspecto  genético, el hombre es el sexo débil. La culpa (o la causa) de ello la tendría el ADN mitocondrial que se hereda de la madre y que es el encargado de proporcionar energía a las células. Su mutación puede producir daños en la fertilidad, capacidad de conocimiento y en otros factores que se relacionan con su esperanza de vida.
Hace ya muchos años, cuando el alumbrado público se hacía todavía en algunos lugares con gas, Gregorio Marañón lo decía con más gracejo: “… la mujer está principalmente construida para realizar una completa función sexual primaria – concebir al hijo, incubarlo, parirlo y lactarlo - y el hombre,  por el contrario, cumple  esa función de un modo fugaz, como el farolero que toca la boquilla del gas con su pértiga y desaparece dejando la llama encendida”.
Hay un empeño constante, creciente y poco inteligente en afirmar y convencer de que la mujer y el hombre son iguales. Los que lo hacen se meten en la camisa de once varas de los estudiosos que dicen que ¡nanay! 

La mujer está construida para una función excelsa ante la que el hombre queda anonadado y con ganas de pujar para no quedarse insignificante ante ella. Y se dedica a practicar deportes en formas desmesuradas, a conquistar algo, sea lo que sea y como sea, aunque mejor si llama la atención,  para dejar así su nombre en las páginas de la historia.

La maternidad es algo tan alto que hay hombres – se lo he oído decir a alguno, en broma, claro, que le gustaría parir una vez, sin dolor, después de haber gestado a lo más tres días y sin tener que aguantar al niño después como un peso insoportable.

Espero que estos disparates que acabas de leer te parezcan, no una tomadura de pelo, sino una invitación a pasar de la constatación indolente de ver dar a luz a convertirte en luz que ilumine la grandiosidad de la madre.   

martes, 9 de junio de 2015

Marion Booth

Esta es Marion Booth, canadiense, a la que ya conoces por la prensa. Setenta años después de hacer lo que hizo se le ha concedido, en Inglaterra, el premio «Bletchley Park» por su eficacísima colaboración, desde sus 17 años, en descifrar mensajes japoneses entre los buques de guerra de la Segunda Guerra Mundial. Y lo que hizo no se sabe, porque firmó un contrato de silencio sobre su labor.
Cifrar y descifrar es un trabajo pesado, casi penoso, y más si es en la guerra, fuera de su patria y a su edad. Y sin poder presumir de lo que hacía, como solemos hacer nosotros.
¿Y por qué fue? Lo cuenta ella: «Estaba sirviendo a nuestro país. Vi a hombres jóvenes, cuando estaba todavía en la escuela secundaria, que se marcharon con 16, 17 y 18 años. Solíamos ir a la estación para decirles adiós, y muchos de ellos nunca regresaron. No voy a olvidar eso. Por eso me fui. Tenía que hacer algo o ayudar a hacer algo». Se alistó en la marina canadiense y fue enviada a la «Women’s Royal Canadian Naval Service», en el servicio secreto como una de las primeras espías de su nacionalidad en ese tipo de trabajo
Al terminar la guerra regresó a Ottawa y decidió seguir en su papel de espía: «Los 20 o 25 dólares que ofrecían parecían bastante buenos”. Tenía que vivir, conocía ya el percal y aceptó ese magro sueldo mensual. 
Lo importante en este leve comentario ya está dicho un poco más arriba y lo copiamos aquí de nuevo: “… muchos de ellos nunca regresaron. No voy a olvidar eso. Por eso me fui. Tenía que hacer algo…”.
Es un buen punto de partida para nuestra reflexión de educadores. Conceptos, noticias, cálculos, fechas, personajes, métodos, procedimientos… y muchas más “cosas” (permitidme que hable así) llegan a la mente de  nuestros destinatarios para “amueblar” su vida. Pero si nosotros mismos (yo, tú…) no somos “un valor”, no habremos sido capaces de infundir “valores”, verdaderos valores, auténticos valores y no habremos cumplido con nuestra sublime misión de colaborar en la generación de personas, auténticas personas, valiosas, verdaderas.

domingo, 15 de febrero de 2015

Peer Gynt.

Peer Gynt fue el sugestivo nombre que el escritor noruego Henrik Ibsen dio al protagonista del drama que le musicó el rebelde compositor Edward Grieg. Se estrenó hace ya casi 150 años. Puede ser que la obra no se represente ya, pero ¿quién no se ha sentido lleno de tristeza por la muerte de la madre Aase, angustiado por el hechizo horrendo de la hija del Rey de las Montañas, seducido por la danza de la coqueta Anitra en el escenario del lejano y sin fin desierto de África donde Peer había caído en la esclavitud de ser tratante de esclavos, o escuchando, de vuelta ya de todo, la dulce canción de Solveig, su primer amor, su verdadero amor, su único amor, el amor que redime?
El adolescente Peer Gynt quiere llenar su vida de sueños, de riqueza, de amor, de felicidad… Pero nada es noble en lo que encuentra, porque su corazón no es noble. La Nada, la Sombra, el fracaso, el desengaño, el escarmiento, el vacío, la traición de los que parecían amigos le hacen volver a una tierra que es la suya, la de su destino. Porque es la de su cuna y la de una encantadora muchacha toda dignidad y amor que estuvo siempre esperando.
Peer Gynt es una metáfora existencial, una parábola de la vida. Ibsen, que supo ahondar en el corazón de la mujer (¡y denunciar el egoísmo del hombre!), por ejemplo en su espléndidamente triste Casa de muñecas, nos hace pensar que la educación en la que no se ofrece como supremo valor el servicio, es decir, el amor, la entrega al otro, es una educación de formas, de ciudadanos, de comensales en la mesa de los amiguetes, pero vacía de los cimientos y tejidos que le hacen a un hombre ser compañero de camino hacia la Verdad y la Justicia.

martes, 10 de febrero de 2015

Idiotas?

Hay quien estudia cosas arcanas, lejanas, profundas, raras… Y hay quien lo hace en solitario y quienes lo hacen en equipo. Hace poco, según la prensa que sin duda has leído, un equipo del Instituto de Medicina Celular de la Universidad de Newcastle del Reino Unido obtuvo un primer premio por los resultados obtenidos en un estudio peculiar: constatación científica de la idiotez masculina. ¿Qué camino han recorrido? Han fijado su mirada en la tendencia, mayoritaria entre los hombres, de asumir riesgos innecesarios, es más, irremediablemente estúpidos.
Aducen como prueba las salas de urgencia de los centros médicos y las causas de muerte del débil ser humano. A los hombres les gusta mucho más que a las mujeres sufrir accidentes, coleccionar lesiones por temeridad y deporte, atravesarse de algún modo en el tráfico mecánico, lucirse en proezas de superhombre, presumir de que están muy por encima de las leyes de la gravedad, sonreír por encima del hombro cuando ven a sus pies a la mujer (¡las mujeres!) asustada mientras él se balancea en una cuerda floja.
Copio la noticia: “…son mucho más propensos que las mujeres a sufrir lesiones accidentales y deportivas, así como a ser víctimas de accidentes de tráfico, con una probabilidad mayor de un amargo final sin vuelta atrás. Esta diferencia entre sexos puede ser explicada por factores culturales y socioeconómicos, ya que con mayor frecuencia ellos practican deportes de riesgo o tienen empleos peligrosos, pero existe algo que llaman el «riesgo idiota», un riesgo sin sentido y en principio sin ninguna recompensa que suele terminar muy mal, en el que los varones destacan y mucho.
Según la teoría de la idiotez masculina (MIT, por sus siglas en inglés), los hombres son más propensos a las lesiones y la muerte simplemente porque son idiotas y los idiotas hacen cosas estúpidas. Hasta ahora esta teoría estaba sostenida sobre datos anecdóticos, pero los investigadores quisieron hacer un análisis sistemático de la diferencia entre sexos a la hora de comportarse de forma poco comprensible”.
¿Podemos hacer algo? Yo creo que sí y me atrevería a resumirlo en una sencilla y seria aseveración: “No ser (tan) presumidos: ni ante las mujeres, ni ante los conocidos, ni ante los hijos, ni ante los amiguetes, ni ante los desconocidos, ni ante nosotros mismos”. Se podría resumir: “Sé cuerdo” o “No seas idiota”.
En español la sigla de la teoría sería TIM. No trates de timar a nadie.