viernes, 20 de enero de 2012

¡La crisis!

¡Viven! es el título de uno de los libros (se escribieron al menos 18) y películas (3; y 9 documentales) sobre la extraordinaria experiencia que vivieron los 14 supervivientes de un accidente aéreo. El 13 de octubre de 1972 el avión que llevaba 45 pasajeros de Montevideo a Santiago de Chile chocó contra los Andes. El 22 de diciembre (¡dos meses y diez días después!) los dos destacados desde la nieve a tierra habitada lograron tocar la vida y provocar el rescate. Me parece recordar que uno de ellos, comentando sus emociones, se avergonzaba de que en la primera comida que hizo le parecía comer como si no lo hubiera hecho nunca y no lo volvería a hacer.
La protagonista Scarlette O’Hara de la película Lo que el viento se llevó (1939, 5 directores, 239 minutos, 11 oscar y más cosas) decía con verdadero arrebato aquella frase tantas veces repetida “Pongo a Dios por testigo que jamás volveré a pasar hambre”.
Se me ocurre pensar que un hambre parecida fue hace unos años la inspiradora de la crisis económica, social, psicológica y moral que hoy nos aqueja. El hambre ciega. Pero esa ceguera produce espejismos que se eliminan con grave dificultad. Y en su secuela estamos.
Las madres (¡muchas madres!) se empeñaban en defender a sus hijos de la pobreza que ellas habían padecido. Y al concederles todo, hasta los desvaríos del capricho y las desviaciones de las adormideras, estaban minando la voluntad para optar, la capacidad para renunciar, la fortaleza para revestir la vida de la noble austeridad. El modelo del espartano, que asumía voluntariamente el dolor, todos los dolores, con tal de ser un digno vástago de la familia, un intrépido compañero de la lucha, un generoso hermano de la vida, una columna de una patria fuerte y orgullosa, se cambió por la propuesta de no sufrir:"¡Que no sufra!”. Como si alguien hubiese llegado a ser grande sin aguantar, humanamente rico sin ser materialmente pobre, fuerte sin haberse exigido un ejercicio duro y constante de violencia sobre sí mismo. 
Y las instituciones, mercados y prestamistas, se lanzaron a medrar facilitando atractivos y préstamos. Se compró lo que no hacía falta, se buscó lo que se había convertido en necesario porque necesario era lo que producía bienestar y placer. Se copió lo que hacía el vecino para no parecer menos que él, es decir, para no quedar mal, se superó lo que había hecho o comprado el vecino para quedar bien, para presumir, es decir, para parecer, para lucir y, si era posible (y si no era posible se hacía lo posible para que lo fuese) para deslumbrar.      
Todo eso fue minando la autenticidad. Uno no era lo que era, sino lo que parecía; uno no adquiría lo que necesitaba, sino lo que daba placer. Y se fue debilitando el sentido de lo justo, de lo recto, de lo esencial, de la verdad.
¿Valdrá el dolor de la crisis para poner atajo a la enfermedad?

martes, 17 de enero de 2012

Fuera...!!

Odi profanum vulgus, et arceo, “decía” de sí mismo Horacio (Quinto Horacio Flaco) en sus Carmina, confesando el disgusto que le producía, seguramente, la insensibilidad del vulgo ante su poesía. Odio al vulgo profano y lo aparto de mí, podría ser una traducción más o menos correcta, pero que dice en castellano lo que decía Horacio. Este selecto poeta venusiano, que propone el carpe diem (toma, aprovecha cada día), la aurea mediocritas (la mediocridad de oro) y el retiro del beatus ille (feliz aquel…) para ser feliz, encuentra eco en otro poeta, el nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, con el nombre de combate artístico más conocido de Rubén Darío. Darío definía (creo haberlo leído en el prólogo de las obras poéticas de un buen amigo suyo) como público municipal y espeso al vulgo profano del otro poeta.
Y al leer estos calificativos nos quedamos pensando si eran seres engreídos por una hinchada autoestima o por la estima de los demás que los colocaban en baldaquinos de honor y selección.
Si pensamos y juzgamos así, somos injustos. No valemos para jueces. Porque en la médula de nuestra personalidad hay mucho más de lo que creemos de esa necesidad de apartar de nosotros a los que no son de los “nuestros”. Necesitamos la seguridad de pertenecer a una tribu (y sabemos lo que la tribu tiene de cerrazón en defensa de su identidad) para sentirnos arropados por ella, conocidos por los demás, aceptados como gente de su “raza”.
Basta repasar las filas del deporte, del arte, de la política, del tener o no tener y de las tantas esferas en las que nos movemos, para darnos cuenta que tendemos casi instintivamente a alejarnos o alejar a los que no nos son propios. ¡Cuánta torpeza hay en avanzar cuando rechazamos sistemáticamente lo que dice el que no es “nuestro” porque no es nuestro no porque no tenga razón! 
Es un instinto animal. Basta observar el comportamiento de animales salvajes o domesticados para afirmarlo. No es malo ese instinto: pertenece a nuestra naturaleza.
Lo malo es depender del instinto cuando somos algo más que animales movidos por esa fuerza. Advertirlo con nuestra capacidad de discernir, decidirse a no resignarse a ser esclavos depender de ella, y ejercitarse en la apertura, la aceptación y hasta el aprecio del que nos es distinto.     
Se da en la educación familiar un riesgo en este asunto. Se previene sin más al hijo, ya desde niño, hacia o, peor todavía, contra el que no es de “los nuestros”, sin darse cuenta de que están planteando una vida para el futuro en la que necesariamente debe haber amigos y enemigos.
Tal vez nos venga bien ensanchar el corazón y hacer de nuestra actitud de acogida un principio de conducta para nosotros y nuestros hijos.

sábado, 14 de enero de 2012

Stenon.

Hoy hablamos de Stenon, porque el pasado 11 de enero hizo 374 años que nació como Niels Stensen, en Copenhague. No fue el inventor de la estenografía, como algunos creen. Ese fue el inglés John Willis, 38 años antes (aunque desde 1641 se prefirió llamar taquigrafía al sistema geométrico de escribir mucho en poco espacio y, sobre todo, hacerlo deprisa).
Niels Stensen (o Nicolás Stenon, como prefirió firmar cuando empezó a escribir en Latín) se formó con seriedad bajo la tutela de su padre, pastor luterano. Se inclinó por la Medicina y en su especialidad de anatomía descubrió, al diseccionar la cabeza de un cordero, la existencia de la glándula parótida (la que produce la saliva y la que, si se infecta, provoca la parotiditis o paperas). Más tarde le siguió el descubrimiento de la existencia de los óvulos en la mujer. Siguió sus trabajos de investigación, combatido y criticado, en su patria, en Francia y en Italia. En Florencia hizo la disección de un tiburón advirtiendo el parecido de sus dientes con las llamadas glossapetrae fósiles.  Y de ahí arrancó su teoría de la evolución de la tierra por sucesivas sedimentaciones y cataclismos. 
Le preocupó la unión de los cristianos. Y en 1667 se convirtió al catolicismo. Se ordenó de sacerdote en 1675 y se dedicó, en un ambiente de incomprensión (Leibniz, por ejemplo, escribió: “… de ser un gran científico ha pasado a ser un mediocre teólogo”), a su misión de pastor. Obispo desde 1677 se dedicó, como vicario apostólico en las tierras luteranas de las que procedía, a difundir la verdad. Murió pobre y entregado a su fe. El 23 de octubre de 1988 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II.
Vale la pena este repaso de la vida de un gran hombre. Pero sobre todo valdrá si su honradez espiritual nos estimula en la búsqueda honrada de la verdad por el descubrimiento del proyecto que Dios tiene sobre cada una de nuestras vidas.

miércoles, 11 de enero de 2012

Fresas y Naves.

Quien sube a las colinas romanas (“castelli” las llaman allí) y se acerca a Nemi, una de ellas, llega a un lugar misterioso, sagrado. Porque estuvo consagrado a la diosa Diana (el nombre de Nemi – nemus = bosque -  recuerda su vecina morada) y el lago al que se asoma, coqueta, la pequeña ciudad, mirándose en él, como lo sigue haciendo por la noche la diosa: ¡es el Espejo de Diana! 
Habrá quien se interese por visitar Nemi y sus fruterías y por contemplar la cantidad, variedad y belleza de las fresas que allí se cultivan y preparan en deliciosas cestitas. Pero tal vez le interese a alguno lo que susurra el aire hablando de naves y de olvido. 
Cayo Julio Germánico nació muy cerca de aquí, en Anzio. Y por eso, o por la belleza del lugar, se le ocurrió, cuando llegó a emperador (Cayo Julio César Germánico, alias Calígula, ya sabéis por qué) “fletar” en aquellas aguas dos fantásticas naves para su recreo y el de sus amigos. La vida de Calígula duró poco: cuando tenía 29 años Casio Querea secundó la sugerencia de algunos senadores y le asesinó. Su tío, Claudio, fue un buen gobernante y tal vez por eso no quiso saber nada de aquellas naves que se fueron al fondo.   
Ya desde 1446 hubo tanteos por descubrir lo que la leyenda o la tradición de pescadores y nadadores decían de los pecios. Y mucho se llevaron. Pero hasta 1928 no se intentó en serio sacarlos a flote. A flote, no. Porque la solución fue bajar el nivel de las aguas por medio de bombas y entregarlas al túnel emisor que existía ya antes de los romanos. El 28 de octubre de 1928 aparecieron los restos de la primera  y dos años y medio después los de la segunda. Se restauraron, recubrieron con una capa protectora y trasladaron a un enorme pabellón, donde acabaron convertidas en carbón por un incendio que se produjo en la retirada de los alemanes el 31 de mayo de 1944.
Medían respectivamente 64 por 20 y 71 por 24 metros de eslora y manga, como dicen los entendidos, es decir, de largo y de ancho. Eran de madera de pino, estaban recubiertas con lana impregnada de betún y láminas de plomo. Y habían albergado villas, templos, termas, villas… de las que se conservan, afortunadamente, columnas, mosaicos, mármoles, instrumentos mecánicos de desplazamiento de plataformas, anclas, objetos de bronces, estatuas…
Moraleja que vale para el hombre: ¿Para qué vale una nave que no se destina a luchar contra las olas? ¿Para qué se construye una nave que carece de horizontes? ¿Para qué se despliegan velas que no van a sentir el apremio del viento? ¿Para qué sirven anclas si la estrechez de su piélago es tan triste como la de la mente de su creador? ¿Qué aportan naves que duermen siglos y siglos en la oscura y húmeda ociosidad de un fondo cenagoso? ¿De qué singladuras dan cuenta maderas que se quedan en tizón después de no haber servido?

domingo, 8 de enero de 2012

La verdad.

La HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA fue una obra de ancianidad de Bernal Díaz del Castillo. Se había ido a los 19 años, en 1514, sin dineros y sin letras, con el denostado, más sin razón que con ella, Pedrarias Dávila.
Nuestro Bernal estuvo en todos los fregados de la conquista del Nuevo Mundo. Desde Cuba, donde recalaba a las órdenes de descubridores, exploradores y conquistadores de Panamá, Méjico, Guatemala, Honduras… casi casi hasta su muerte, pobre, en Guatemala en 1584. Tenía 88 años y había ido escribiendo lo que vivió u oyó haber vivido por otros. Y dejo una obra monumental  por su verdad, su denso contenido y su deseo de reivindicar la gloria para los humildes luchadores de su Castilla (él había nacido en Medina del Campo) a los que se tenía poco en cuenta al exaltar a los que, sin duda, fueren grandes capitanes, pero lo pudieron ser casi sólo por el esforzado denuedo, la entrega, la ilusión, el aguante, la entereza, la valentía de sus hombres “de a pie”.
Y como esto no es una lección de historia, sino la pantalla desde la que nos habla un gran hombre, para ejemplo nuestro, y basta con ello, le dejamos decir:
«...ningún capitán ni soldado pasó a esta Nueva España tres veces arreo, una tras otra, como yo; de manera que soy el más antiguo descubridor y conquistador que ha habido ni hay en la Nueva España...»… «De quinientos cincuenta soldados que pasamos con Cortés desde la isla de Cuba no somos vivos en toda la Nueva España de todos ellos, hasta este año de mil quinientos setenta y ocho, que estoy trasladando esta mi relación, sino cinco».
«Lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista yo lo escribiré, con la ayuda de Dios, muy llanamente, sin torcer ni una parte ni otra...»…  «Según nuestro hablar de Castilla la Vieja, y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni policía dorada, que suelen poner los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo bien hablar».
«Mi intento desde que comencé a hacer mi relación no fue sino para escribir nuestros heroicos hechos e hazañas de los que pasamos con Cortés, para que agora se vean y se descubran muy claramente quiénes fueron los valerosos capitanes y fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo Mundo y no se refiera la honra de todos a un solo capitán; porque no hay memoria de ninguno de nosotros en los libros y memorias que están escritos, y sólo el marqués Cortés dicen en esos libros que es el que lo descubrió y lo conquistó, y los capitanes y soldados que lo ganamos quedamos en blanco, sin haber memoria de nuestra personas y conquistas, que por sublimar a un solo capitán quieren deshacer a muchos».
«Todos dimos muchas gracias a Dios que escapamos de tan gran multitud de gente, porque no se había visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se haya dado tan gran número de guerreros juntos, porque allí estaba la flor de México y de Tezcuco y todos los pueblos que están alrededor de la laguna, y otros muchos sus comarcanos, y los de Otumba, Tepetezcuco y Saltocán, ya con pensamiento de que aquella vez no quedara roso ni velloso de nosotros».

jueves, 5 de enero de 2012

¡POR FIN LLEGARON! (El Polo Norte).

El barco Fram de Nansen.
Ellos dijeron que sí, o quisieron decir que sí, pero como siempre hay gente chinche que viene detrás negándote el laurel, parece que resultó que no. Primeros en intentarlo en el buque Fram, bien proyectado y bien abastecido, fueron los noruegos Fridtjof Wedel-Jarlsberg Nansen y Fredrik Hjalmar Johansen en 1893. Pero se quedaron a 3º 55’ de la meta, el Polo Ártico. Tuvieron que rescatarlos tres años más tarde.
Doce más tarde Frederick Albert Cook, explorador y médico norteamericano, dijo que el 22 de Abril de 1908 había puesto el pie (los dos, naturalmente), con los esquimales Ahpellah y Etikishook, en el Polo Norte. Había ido por tierra (léase “hielo”). Pero no se aceptó su afirmación ya que en ella había puntos oscuros.
También era norteamericano el explorador Robert Edwin Peary que se puso a ello y aseguró haber llegado el 6 de abril de 1909. Al día siguiente escribió en su diario: “¡Mío al fin!”. Como entre Peary y Cook se mantenía la contienda sobre la autenticidad de su gesta, se hiló fino en el estudio de sus aseveraciones y se concluyó varios años más tarde que había logrado sólo llegar a 150 kilómetros del lugar soñado.
Fue Walter William Herbert (Wally para los amigos), británico, el que el 6 de abril de 1969 (¡también el 6 de abril!), con tres colaboradores, después de una travesía a pie que duró 16 meses, alcanzó el Polo de los osos. Habían recorrido 6.115 kilómetros.
(Un recuerdo curioso, más cercano y más audaz: El 21 de julio de ese mismo año, 1969, dos estadounidenses, Neil Alden Armstrong y Edwin F. Aldrin pisaron la Luna. Michael Collins se había quedado en órbita esperando su regreso al Apolo 11).
El sucinto repaso de esos hechos inspira muchos pensamientos. He aquí algunos muy simples. ¿Pusieron una pica en Flandes? Es decir: ¿hicieron mucho y presumieron poco? Realmente hicieron mucho y se sintieron justamente orgullosos de una proeza. ¿Mintieron Peary y Cook? En absoluto. Creyeron haber llegado y lo afirmaron como tal. ¿No hubo desproporción entre el esfuerzo y el fin? Eran exploradores o, lo que es lo mismo, buscadores. Necesitaban hacerlo. Hay una ley biológica que se llama del mínimo esfuerzo: No gastar, no invertir, no arriesgar, no dar, no perder, no buscar, no sudar… Es una ley que canaliza, encanijándola, la vida de los débiles, de los timoratos, de los cobardes, de los cardíacos, de los viejos, de los vagos, de los peleles… Pero no es una ley que podamos imponer a los valientes, a los osados, a los soñadores, a los buscadores, a los generosos de alma, a los empresarios de grandezas.
¿Tenemos que ser los mejores? Ser el mejor es a veces ser sólo el menos miserable de los miserables. Se nos pide sólo ser bueno, lo bueno que nos toca ser. Pero, comparándonos con nosotros mismos, como quien aspira a ser obra de arte y para lograrlo emplea todas sus fuerzas en realizar el propio proyecto. Ser bueno no es una meta que alcanzamos, sino que tenemos siempre delante. Labrarse al cien por cien no es acabar la obra, sino morir en el empeño.

lunes, 2 de enero de 2012

Arqueo. ¿Seguimos o no?...

Cuando yo era pequeño y me atraía el fondo de las palabras y me gustaba pegarlas, repitiéndolas una y otra vez, en el tesoro de mi ralo vocabulario, esta de arqueo me resultó interesante, casi misteriosa. Se sacaba a relucir al final del año con el arca de los dineros para ver cuánto quedaba al cerrarse un ejercicio económico. O eso me pareció entender. Indudablemente se recurría a arca como referencia al lugar donde se hurgaba para ver si había o no había y, si había, cuánto. Después el diccionario de la RAE me enseñó que arca es una “caja, comúnmente de madera sin forrar y con tapa llana que aseguran varios goznes o bisagras por uno de los lados, y uno o más candados o cerraduras por el opuesto”. Y que arqueo es “medir la cabida de una embarcación”. Sea como sea y se tome la acepción que más guste, al final del año es bueno preguntarse qué es de este blog o weblog o, mucho mejor, como algunos dicen, bitácora, el armario en que han ido quedando los 150 mensajes lanzados desde el 11 de febrero del año que está acabando, con la ingenua intención de que se hiciese más acertada la navegación.
Después de esta etapa y sin saber si iniciar la siguiente, nos vienen a los que hacemos esto algunas preguntas como ésta: ¿Los lee alguien? ¿Cuántos? ¿Les aporta alguna ayuda en su reflexión? ¿Tienen sus hipotéticos lectores alguna sugerencia que hacer? ¿Seguimos?
Al final de cada “capítulo” de “buenasnoches” figura esta leyenda: 0 comentarios. Sólo hubo uno el 7 de Noviembre que era, en realidad, un cordial saludo de un antiguo alumno de la Universidad Laboral de Zamora. Para enviar tu comentario, que deseamos y que nos vendrá muy bien, pincha sobre el circulito y escribe en la plantilla que se te presentará.    
Diez días antes del aniversario de su aparición, esta bitácora te desea, querido amigo que lees, que con los tuyos vivas el largo año que viene (¡es bisiesto!) en la paz de Dios. Y que nos digas si seguimos o no.

viernes, 30 de diciembre de 2011

San Gimignano.


San Gimignano a la hora de la siesta 
Quien viaja de Siena a Florencia por la apacible, hermosa, acogedora, artista Toscana y a igual distancia de esas dos preciosas ciudades, descubre a la izquierda, en una colina elevada (y si no hay niebla, tan bonita y tan espesa como la de la Toscana), una ciudad amurallada de sueño: San Gimignano. Y si tiene tiempo y se desvía a la izquierda, como queda dicho, a la altura de Poggibonsi, puede encontrarse en medio de las altas torres que dan a San Gimignano su carácter propio y, creo, exclusivo. Tiene otros atractivos este viejo y casi misterioso lugar, asentamiento etrusco primero y romano más tarde. Pero lo que le ha dado carácter fue el fruto del tesón de algunos de sus habitantes, los nobles que lo habitaban en el siglo XII, que contendían en nobleza y apariencia y que levantaron en sus moradas (no podemos llamarlas simplemente “casas”) su propia torre, más alta que la del vecino, ¡claro está! Se conservan 15 de las 72 que parece que tuvo. 
La UNESCO, que anda a la caza de cosas y lugares donde colocar sus distinciones, declaró a San Gimignano, hace poco más de veinte años, Patrimonio de la Humanidad.   
¿Nos valen esta historia y estos pujos para mirarnos a nosotros mismos, mirar a los vecinos y mirar, sobre todo, a nuestros hijos? Sería pueril que nuestras vidas estuviesen movidas por el “¡Pues yo, más!” que tanto nos condiciona, generalmente, … ¡para ser menos!. Porque esa expresión, esa actitud interior, nace de la inmadura pretensión de aparecer, de parecer que, por ser máscara de la vida, suele ocultar el vacío interior que tan poco suele preocupar a los que andan locos por adornar el escaparate. “¡Yo no sé parecer…!”, decía Hamlet a Gertrudis, su madre. Hay quienes se alimentan de parecer. Y enflaquecen en el nervio interior del “ser”.
Pero puede haber otra mirada, no más benévola sino más exigente, al contemplar las altas torres de san Gimignano, que es la del estímulo, la emulación. Cuando un protagonista de la Historia (¡lo somos todos!) mira a su alrededor y descubre la grandeza de un obrero, la nobleza de una madre, la dignidad de un servidor público, los notables logros de un tesonero estudiante, la belleza de un paralítico que sonríe y agradece, la sonrisa de un paciente enfermo sin remedio… está estudiando y aprendiendo, si la entiende, la alta lección de ascender en la verdadera aristocracia, la interior.
¡Qué hermoso sería poder contemplar y vivir en medio de un bosque de torres no cerradas en sí mismas y alimentadas de envidia y acechanza, sino levantadas a costa de esfuerzo, sacrificio, entrega, solidaridad y amor! No sería utopía. Sería simple y sublime realidad de la que es capaz el ser humano, investido del Soplo divino.

martes, 27 de diciembre de 2011

Nuestra música.


En cierta ocasión, un buen hombre que viajaba con sus mulas cargadas de mercancías, fue asaltado por unos ladrones.
A la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encontraron a nuestro personaje cubierto de moratones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar.  Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con sus labios entumecidos e hinchados: "me robaron las mulas". Permaneció en un silencio que causaba dolor; y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “me robaron el arpa”... Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, comenzó a reír. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de aquel rostro desgarrado. Y, en medio de la risa, aquel hombre logró decir: “¡pero no me robaron la música!”.
Amigos: ¡La Música! Esa melodía interior que va modulando todo lo que hacemos, lo que soñamos, por lo que luchamos... Y que da, incluso, sentido a lo que sufrimos. Eso no nos los pueden robar, no podemos permitir que nos lo robe nadie. Y eso depende de nosotros. Cada uno sabrá qué son para él las mulas...; en qué consiste su arpa... Los acontecimientos, las circunstancias que forman parte de nuestra vida, podrán llegar a robarnos las mulas y el arpa. Pero no permitamos que nada ni nadie nos robe la música.
Nuestra música, como creyentes, es Jesús. Verdadera melodía que puede dar luz, sentido y alegría a toda nuestra vida. A ese Jesús de quien estamos a punto de celebrar el cumpleaños un año más. Los días que vamos a vivir serán días de bullicio, de nerviosismo y ocupaciones. Que nada de ello nos impida algún momento en que poder pensar, valorar y agradecer lo que el Niño de Belén es para cada uno. Nos puede parecer que cada año se repite lo mismo, que no hay novedad de una Navidad a otra... Cuando una melodía nos encandila, la estamos repitiendo continuamente, ¡y nos estimula!
Que la Navidad “repetida” de este año nos ayude a aprender, a interiorizar, esa melodía que es Jesús. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, nos iremos identificando con Él.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Jesús Vivo.

Greccio es una pequeña localidad a mitad de camino entre Roma y Asís. Y cuenta Tomás de Celano, franciscano desde joven, historiador y poeta, en su Vita prima de San Francisco, que éste quiso en 1224, tres años antes de morir, celebrar Navidad en aquella ciudad, “rica en su pobreza”, por la religiosidad de su moradores. Lo narra en el capítulo XXX de su obra.
Hombres y mujeres llegan gozosos llevando cada uno una luz “para iluminar aquella noche en la que se encendió en el Cielo, espléndida, la Estrella que iluminó todos los días y los tiempos”. Llega Francesco: ve que todo está según el deseo que había manifestado y se le ve radiante de alegría. Se acomoda el pesebre, se pone la paja, se trae al buey y al asnillo… Greccio es un nuevo Belén. Se canta y se llenan el bosque y las rocas de alabanzas al Señor. “El Santo está allí, extático, frente al pesebre, con el espíritu vibrante de compunción y de gozo inefable”. 
Después de la Misa, Francisco, revestido con sus ornamentos de diácono “canta con voz sonora el santo Evangelio: aquella voz fuerte y dulce, límpida y sonora, arrebata a todos con deseos de cielo... con palabras dulcísimas evoca al recién nacido, Rey pobre, y a la pequeña ciudad de Belén”“uno de los presentes - sigue Tomás de Celano - hombre virtuoso, tiene una admirable visión. Le parece que el Niñito yacía sin vida en el pesebre, y Francisco se le acerca y le despierta de aquella especie de sueño profundo. Y la visión prodigiosa no se apartaba de los hechos, porque, por los méritos del Santo, el niño Jesús resucitaba en los corazones de muchos que lo habían olvidado y su recuerdo permanecía impreso profundamente en su memoria”. 
Así se nos cuenta la historia de aquel primer Nacimiento. Y nos queda el deseo de que la voz de Francisco, la voz de tantos gestos de bondad de nuestro Rey pobre, que tan bien conocemos, despierten en nosotros, en nuestros hogares, en el corazón de nuestros hijos, en el de nuestros amigos, la presencia viva de Jesús que sólo nos pide que se lo abramos para poder entrar en él y cenar con nosotros.