domingo, 7 de octubre de 2018

Nada en demasía (Μηδέν άγαν).


Pausanias, viajero griego del siglo II, geógrafo e historiador, nos dejó entre sus escritos, como sabes, diez libros en los que nos describe el mundo griego que él visitó. En el capítulo 24 del último, dedicado a la Fócida, nos dice que en la pronao del templo de Apolo, en Delfos, figuraban frases que los sabios ofrecían a los hombres para norma de su vida. He aquí dos: “Conócete a ti mismo” (Γνῶθι σαυτόν) y “Nada en demasía” (Μηδέν άγαν), que los romanos tradujeron Ne quid nimis, conocidas por muchos y vividas por pocos.
La observación de la conducta de los hombres, después de veinte siglos, teniendo presentes aquellos sabios consejos, de los que hoy me preocupa el segundo, despierta en mí estas dudas: ¿Me gustan los “demasiados”, los “absolutos”, los “irrepetibles”, “los “pluscuamperfectos”...? Y, sin embargo, tendemos a creer que existen, que hay quien vive sin error, quien alcanza el zenit de la perfección, quien nunca nos ha decepcionado…
El camino de la demasía se recorre de muchos modos. Por eso en nuestra obra educativa debemos atender a que la mesura (que no es la mediocridad sino la medida correcta) sea la meta de nuestra búsqueda.
A partir de la adolescencia (y a veces bien avanzada la juventud) nuestros hijos y formandos tienden a compararse y a distinguirse. Se cubren con un manto que no es el suyo, se dan cuenta de que se les evita y no aciertan a saber por qué. Ser petulantes queriéndose hacerse valer es fácil en esas etapas inmaduras de la vida.    
Hay quien se esfuerza en quedar bien. Casi siempre mete la pata. Porque en la vida no debemos ir adelante (en todas las esferas de la dignidad, del bienestar y del mando) buscando sobresalir.
¿Cuál es la fórmula? Estoy seguro de que todos los que leen estas simplezas la conocen: Cumplir enteramente con el deber, asimilar todo cuando pueda forjar un carácter flexible y exigente; mirar el futuro con confianza; servir, servir y servir. Es decir: tener presente al otro, a los otros; y aportar con nobleza, prudencia, constancia y generosidad lo bueno que se tiene.

martes, 2 de octubre de 2018

Las Ocas del Segrino.


El grande y precioso lago de Como no es el único lago del Comasco, como llaman los italianos a esta privilegiada zona del Norte de Italia en el que están Como y su espléndido lago. Hay otros lagos, no menos dignos y atrayentes, aunque más pequeños y menos invadidos por el turismo, como es el lago  Segrino. Tan atractivo que todos los días recibe a un fiel grupo de patos, les ofrece alimento, les brinda un baño y los acoge con agrado. Hasta las siete de la tarde. No los echa. Se van ellos. Y vuelven puntualmente a casa respetando siempre el paso peatonal y pasando en grupo para no alterar el tráfico rodado del final del día.      
“Las ocas se ponen siempre en fila india y una de ellas se para en el centro de la carretera para controlar que todo el grupo pueda pasarla con seguridad. Es increíble. Podemos poner a punto el reloj a su paso. Se han convertido en nuestras mascotas”, relata un testigo.
Los animales aprenden del hombre algunas rutinas. Y el hombre aprende de algunos animales algunas virtudes. No vale lo dicho para que imitemos a los patos del Segrino. Pero sí para volver sobre nuestros pasos y constatar que caminamos siempre con prudencia y sabiduría, con respeto a las normas y a las personas, sobre todo a las más débiles. Porque es más frecuente de lo que advertimos, que pisamos terrenos que nos son nuestros con nuestras críticas y lecciones cívicas y morales.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Rimas: Lo que queda en la historia...


Gustavo Adolfo Bécquer nos ha dejado una obra a la que se recurre con frecuencia deseando sentir como sentía aquel sensible autor. El respeto a su memoria no ahorra comentar que su breve vida (¡34 años!) no fue precisamente una vida feliz, porque sin duda estuvo poblada de ensueños, pero también de fracasos. 
Nació en Sevilla y buscó en Madrid, donde murió en 1870, hacerse un hueco entre los grandes de las Letras que, afortunadamente para nosotros, eran muchos. Y, sin duda, lo logró. Desde Madrid acudía de vez en cuando a Toledo, donde vivía y trabajaba como pintor su hermano Valeriano.
La prensa actual da cuenta de que en la portada de la iglesia del convento de San Clemente de Toledo se ha descubierto una firma de Bécquer hecha con grafito. El Centro de Restauración de Castilla La Mancha la ha descubierto recientemente  durante su intervención de limpieza y conservación.
Que yo no me lo crea no viene al caso: ¿cómo logró firmar tan alto, en el friso que corona la portada, si no fue en la noche, subiéndose al andamio que tal vez quedaba allí durante algunas obras en marcha?; ¿cómo un alma tan fina, por mucho que estuviese necesitada de atención y recuerdo, iba a caer en esa liviandad? 
Pero como de este comentario lo único que interesa es llegar a alguna reflexión que nos siga animando en la preciosa labor de educar, se me ocurre esta leve consideración.   
Todo lo que hacemos, decimos, dejamos de hacer o callamos, pensamos y sentimos… deja huella en la historia. Puede ser que, sin darnos cuenta, una mirada haya despertado en alguien confianza en sí mismo. O que una observación hiriese el amor propio del que la recibía. O que desde que nos portamos así, aquel amigo no haya vuelto a dirigirnos la palabra. O que el comentario en una reunión institucional haya provocado una enorme cruz y una interminable raya y abandonarla para siempre…
“Reflexionar” es flexionar una y otra vez. El caballo que da una coz la ha dado: y volverá a hacerlo si se le impacienta otra vez. La rata que se ha comido un queso volverá a comerse otro si se le pone al alcance.
La huella que deja un ser inteligente es un surco que se abre según sea la huella, para el aprecio, el agradecimiento, el hastío, el asco, el rechazo, la escabullida… Y este proceso nos debe hacer reflexionar, volver al antes para no tropezar en lo mismo. 

sábado, 22 de septiembre de 2018

Cocodrilos: una lección de educación.


Crocódeilos era para los griegos (pero escrito en griego, que es más divertido) nuestra lagartija, el gusano sobre la piedra. Y el nombre se aplicó más tarde a todas las lagartijas, fuese cual fuese su tamaño, por ejemplo al cocodrilo.
Supongo que has leído hace unos días o has tenido ocasión de contemplar el lamentable espectáculo de un domador de cocodrilos en un parque zoológico (Phokkathara en Chiang Rai, al norte de Tailandia) que pretendía meter el brazo en la boca abierta de un animal domesticado de esta especie, pero que pudo salvarlo al reaccionar rápidamente ante el gesto egoísta del animal-cocodrilo que quería  comérselo.
Viendo el desarrollo del percance se me ocurría aplicarlo a nuestro ejercicio de educadores.
“¡Qué lástima!”, “¿Pero cómo le ha pasado?”, “¡No tiene arreglo!”, “¡No hay vuelta  atrás!”… Son algunas de las blandas e inútiles expresiones de desencanto o tristeza cuando conocemos la meta de los pasos (o el efecto de la acción o la identificación con uno u otro movimiento atractivo en sus propuestas y desolador en sus resultados) de algunos de los muchachos a los que hemos pretendido formar.       
No es presuntuoso creer que formamos. Formar no es crear. Formar es dar un perfil adecuado, firme, tal vez hermoso, a esa preciosa materia prima que llega a nuestra vida (¡a nuestro corazón!) y de la que soñamos (como el escultor ante un bloque de mármol) que se convierta en vida volando sobre la miseria que tal vez le rodea.
Nos llena de pasmo ver un retrato firmado, por ejemplo, por Rembrandt, pero no nos paramos a considerar que es un conjunto de tanteos, bosquejos, pinceladas, matices… latidos del corazón del artista hasta conseguir la obra que admiramos.   
A Luca Giordano le llamaban Luca fa presto por lo rápido de su obra. Pero pintaba bien. No podemos imitarlo. Educar bien es entregarse pacientemente a colaborar. Es el joven el que se educa, se forma a sí mismo. Pero nuestra cercanía es casi siempre de alta utilidad, si no imprescindible. Y esta convicción nos debe llevar a nunca desertar.    

lunes, 17 de septiembre de 2018

Pingüinos Reales en peligro de extinción.


La foto es de 1982. Está hecha sobre una pequeña isla, Ile des cochons, (de fácil traducción) del Océano Índico, camino del Polo Sur, bajando casi en línea recta desde Madagascar.
No lo vas a creer, pero los estudiosos afirman que, en los treinta y cinco años transcurridos hasta ahora, el número de pingüinos reales que la habitan ha descendido de casi dos millones a sesenta mil. Los que usan porcentajes dicen que la disminución ha sido del ochenta y ocho por ciento. Y lo peor es que parece que es inútil pensar en hacer algo. Porque no saben qué ha pasado, por qué ha pasado y, casi naturalmente, qué hacer.   
No es un fenómeno único. En muchas dimensiones de la población, de las costumbres, de las necesidades, de las actitudes, de las prácticas y… de la educación sucede algo parecido. Es corriente escuchar: ¿“Por qué ahora…?”, ¿“A qué se debe…?”, “¿Qué ha pasado que ahora sucede…?”.
No advertimos, pienso, en la hondura que produce en las costumbres (llamémoslo así) contemporizar, dejar pasar, no dramatizar, “¡no es para tanto!”, “¡eso se arregla solo!”… Y hemos aprendido a tragar.
Lo que condenamos ayer no nos parece tan malo hoy y aceptamos que tal vez sea bueno mañana. Cuesta ir contracorriente. No queremos pasar por intransigentes, no aceptamos ser “los únicos” que dicen ¡No! a lo que la mayoría está diciendo que… “Bueno” y algunos “Muy bien”.
La “costumbre” no es un fenómeno de crecimiento ni de mejora de la calidad. Es la cesión a la comodidad, a la inercia, a la identificación singular, a la natural dejadez… Cuando no a la cobardía, al instintivo dejarse llevar, a la insidia, al socavamiento de un edificio bien levantado. El criterio se tambalea, la voluntad desfallece.     
No dejarnos dominar por la somnolencia o la insensatez o despertar a tiempo debe hacernos prestar una atención optimista y creciente a la sublime misión que tenemos de consolidar personas cabales. 

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Lucky se ha muerto de pena.


Resumo de los diarios: Un perro Pastor de la Maremma, de dos años y medio, ha muerto de pena.   
Lucky era feliz con su joven propietaria. Y se portaba siempre correctamente, aunque crecía y crecía, alguna vez se escapaba (¡solo dos veces!) para dar una vuelta por el pueblo, pero sin hacer mal a nadie. Y ladraba, ladraba mucho y bien, sobre todo de noche. Hasta que la denuncia de la gente ante el tribunal correspondiente hizo que el responsable del Ayuntamiento lo condenase a vivir en la perrera del pueblo.  
Poco a poco se observó que Lucky estaba mal, de modo que hubo que llevarlo a la clínica canina. Allí le visitaron durante algunos días tanto la dueña como sus amigos. Pero nada valió para sacarlo de la mortal tristeza de sentirse solo en la historia.
Cualquier ser vivo despierta admiración. Y simpatía: “¡Vive su vida como yo la mía!”. Pero cuando el ser vivo es un ser humano, sobre todo si vive alimentado por la seguridad de que sus padres le quieren,  y un día descubre que no es verdad, que se interesan más en otros objetivos, porque andan liados por dar cauce a otros amores, empieza la irremediable enfermedad del desvío. Que desemboca en el saboreo amargo de la decepción más honda, en la muerte del amor, en el deseo del desquite, en  la venganza, si es posible y del modo posible, contra quien debiera alimentarle sin reservas con el fecundo aliento del amor.
Don Bosco decía que la educación es cosa del amor. La auténtica educación nace y crece en el amor. Un buen ejercicio de análisis de la propia conducta de educador –en esas estamos- es observar, juzgar y condenar la de los que construyen lo humano sin humanidad movidos por dar respuesta al propio yo tantas veces envenenado por el egoísmo. 

viernes, 7 de septiembre de 2018

Hablar: apreciar nuestra lengua.


Los lectores más jóvenes no conocen, tal vez, a Thomas James Merton (1915-1968). Fue un escritor estadounidense con un recorrido largo en su no larga vida y en sus experiencias políticas y espirituales. Se convirtió al catolicismo en 1938. Trapense en  1941, se ordenó como sacerdote en 1949. Escribió La montaña de los siete círculos donde expuso su camino hasta el catolicismo. En abril de 1940, un año y medio después de su ingreso oficial en la Iglesia católica tuvo en Cuba una experiencia muy grata que nos narra con evidente agrado (El corte magnético) en el libro citado.
Con frecuencia yo dejaba una iglesia e iba a oír otra Misa a otra iglesia especialmente si era domingo y podía escuchar los armoniosos sermones del sacerdote español, la perfecta gramática de quien estaba lleno de dignidad y misticismo y elegancia. Después del Latín me parece que no hay lengua tan apropiada para rezar y para hablar de Dios como la española, ya que es una lengua al mismo tiempo fuerte y flexible; hay en ella agudeza, se encuentra en ella la calidad del acero que le da la precisión que necesita la verdadera mística, y sin embargo es delicada también, y donosa y flexible como la devoción requiere; y cortés y flexible y afable y se presta asimismo sorprendentemente a un poco de sentimiento. Tiene algo de la intelectualidad del Francés, pero no la frialdad que intelectualmente se da en el Francés; y nunca se desliza hacia las melodías femeninas del Italiano. El español no es nunca un lenguaje lánguido, nunca tibio ni siquiera en los labios de una mujer”.
Los que leen estos leves comentarios de las Buenas Noches tienen la buena fortuna de poseer, usar y gozarse con la lengua que Merton apreció en su estancia en La Habana. Se me ocurre preguntar si la estimamos, la apreciamos, la cultivamos, la cuidamos, nos la exigimos con la nobleza y belleza que expresa, en nosotros mismos y en los que caminan a nuestro lado y aprenden de nosotros a hablar. La siembra que hagamos de ello será una buena defensa de nuestra hermosa lengua frente a los desgarros de los que es víctima con asidua frecuencia. 

domingo, 2 de septiembre de 2018

Los honderos o dar el blanco.


Los honderos baleares fueron buenos mercenarios en los ejércitos cartagineses y romanos que ganaban o perdían batallas (¡es un decir para los demasiado chinches!) en el encuentro o en el cuerpo a cuerpo. Porque no había balas.
Los honderos las ganaban a distancia. Iban en primera fila y, como David ante Goliat, con un solo disparo (de una de las tres hondas que llevaban en la cabeza, la cintura y la mano) eliminaban a un enemigo, con otra piedra (o una pieza de plomo de 200 gramos) a otro... Y así diezmaban la vanguardia, que era  lo más selecto del ejército enemigo.  
En la guerra de griegos contra cartagineses a finales del siglo V, en el ejército de AmílcarAsdrúbal y Aníbal (recuerda: Cannas, primero – derrota - y Zama más tarde - desquite) estuvieron destrozando escudos y corazas y… desconcertando al enemigo. O perforando, desde la costa, el casco de madera de los barcos hostiles o sospechosos.  
Se entrenaban desde niños, como sabes. Y debían acertar en su puntería si querían comer.
A veces serpea entre nuestras prácticas educativas una que suele ser complacer para que nos quieran o nos dejen en paz. A la larga lo que logramos es que nos declaren la guerra (esa guerra insidiosa de la desestima o el desquite solapado que tanta tristeza y desolación produce). El ejercicio de la paternidad nunca se realiza con el ejercicio del paternalismo. Autoridad es la calidad del que acompaña en el crecer, en madurar, en acompañar al hijo o al “pupilo” para que vaya siendo él mismo y lo sea sabiamente.
Dar de comer gratis no es el camino. Ayudar a entender que el premio de la amistad, de la cercanía, del triunfo sobre la propia limitación no es un regalo, sino una meta que se alcanza cuando se ha crecido en puntería, en fuerza y en constancia animado por la mirada exigente, estimulante y llena de aprecio y cariño del que lo quiere ver de verdad convertido en un buen luchador.

martes, 28 de agosto de 2018

Chiribiquete o dejarse asombrar...


En la sesión número 42 del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco (Manama, capital de Barein, ya sabes) fue declarado recientemente Patrimonio de la Humanidad este asombroso paraje natural y rupestre del corazón de Colombia, que es la Amazonia: el Chiribiquete.
Decir que ofrece, por ejemplo, más de setenta mil figuras de arte rupestre que nos han quedado al aire libre desde hace siglos es ya un buen estímulo para interesarte por ello.
Juan Manuel Santos, Presidente de aquella nación anunció, al conocer esta deseada declaración, que se ampliaría el parque quedando así protegidos su increíble biodiversidad y su inestimable legado histórico.
Si esta leve referencia que acabas de leer te hace sentir la curiosidad por ahondar en algunos de los medios que tienes a tu alcance para ampliar tu conocimiento y admirar su amplitud, sentirás la satisfacción de abrir tus ojos, tu mente y tu corazón a un mundo insospechado.
Pero en esta humilde página de propuestas para la reflexión cabe solo la que nos lleva a cultivar en nuestra tarea existencial y en la de nuestros sucesores esta idea, u otra parecida. No sé si del filósofo chino Lao Tse o de otro tan sabio como él, hace ya muchos años: “¡Ay del que ha perdido ya la capacidad de asombrarse con un ¡Ah!”.
Es frecuente que cuando nos referimos en el despliegue de nuestros argumentos a algún tema, a algún hecho, a alguna circunstancia valiosa para nuestro intento de educar, escuchemos un tajante “¡Ya lo sabía!” que nos deja sin ganas de seguir.          
Debemos orientar la cabeza de quien tratamos de acompañar en su maduración humana no sólo por el camino del saber, sino por la escala del sentir.
El que aprende agranda el saco de su conocimiento. El que modula su corazón con el asombro, la admiración, el aprecio, el agradecimiento, robustece el ejercicio y agranda su capacidad de hacer suya la riqueza espiritual de saber amar.

jueves, 23 de agosto de 2018

Los viejos: escuchar el silencio.


En nuestro difícil oficio de educar resulta también muy difícil enseñar a escuchar el débil y acaso acobardado comentario de quien más sabe, porque ha vivido más y, tal vez, porque más ha sufrido.
La actitud de un adolescente, y hasta de un joven, suele ser la de arrinconar al viejo. En el rincón descansa. En el rincón se calla. Desde el rincón no trata de seguir siendo maestro y protagonista. Se le ha pasado la vez. Lo mejor en el viejo es el silencio... Por fin se ha quedado dormido.   
Y, sin embargo, es fácil constatar que cuando un joven crece en la estima hacia su viejo, más podemos apreciar en el joven su madurez. Que no consiste solo en respetar, solo en apreciar, solo en acoger, sino también en descubrir que el viejo es un pozo profundo, y a veces desconocido, de experiencia, de sufrimiento, de aguante, de renuncias, de entrega,  de cariño…
Estas reflexiones me animan a transcribir el canto de un anciano que advierte con gozo la presencia en su vida de los que le quieren.

Benditos los que me miran con simpatía
Benditos los que comprenden mis pasos titubeantes
Benditos los que alzan la voz para disimular mi sordera
Benditos los que toman con calor en sus manos las mías temblorosas
Benditos los que se interesan por mi lejana juventud
Benditos los que no se cansan de escuchar mis historias tantas veces repetidas
Benditos los que comprenden mi necesidad de afecto
Benditos los que me regalan preciosos retazos de su tiempo
Benditos los que se acuerdan de mi soledad
Benditos los que me acarician cuando sufro
Benditos los que alegran los últimos días de mi vida
Benditos los que me acompañan en el momento de mi salida
Cuando entre en la Vida sin fin los acariciaré en mi corazón junto al Señor Jesús