Gustavo Adolfo Bécquer nos ha dejado una obra a
la que se recurre con frecuencia deseando sentir como sentía aquel sensible
autor. El respeto a su memoria no ahorra comentar que su breve vida (¡34 años!)
no fue precisamente una vida feliz, porque sin duda estuvo poblada de ensueños,
pero también de fracasos.
Nació en Sevilla y buscó en Madrid, donde murió
en 1870, hacerse un hueco entre los grandes de las Letras que, afortunadamente
para nosotros, eran muchos. Y, sin duda, lo logró. Desde Madrid acudía de vez
en cuando a Toledo, donde vivía y trabajaba como pintor su hermano Valeriano.
La prensa actual da cuenta de que en la portada
de la iglesia del convento de San Clemente de Toledo se ha descubierto una
firma de Bécquer hecha con grafito. El Centro de Restauración de Castilla La
Mancha la ha descubierto recientemente
durante su intervención de limpieza y conservación.
Que yo no me lo crea no viene al caso: ¿cómo
logró firmar tan alto, en el friso que corona la portada, si no fue en la
noche, subiéndose al andamio que tal vez quedaba allí durante algunas obras en
marcha?; ¿cómo un alma tan fina, por mucho que estuviese necesitada de atención
y recuerdo, iba a caer en esa liviandad?
Pero como de este comentario lo único que
interesa es llegar a alguna reflexión que nos siga animando en la preciosa
labor de educar, se me ocurre esta leve consideración.
Todo lo que hacemos, decimos, dejamos de hacer
o callamos, pensamos y sentimos… deja huella en la historia. Puede ser que, sin
darnos cuenta, una mirada haya despertado en alguien confianza en sí mismo. O
que una observación hiriese el amor propio del que la recibía. O que desde que
nos portamos así, aquel amigo no haya vuelto a dirigirnos la palabra. O que el
comentario en una reunión institucional haya provocado una enorme cruz y una
interminable raya y abandonarla para siempre…
“Reflexionar” es flexionar una y otra vez. El
caballo que da una coz la ha dado: y volverá a hacerlo si se le impacienta otra
vez. La rata que se ha comido un queso volverá a comerse otro si se le pone al
alcance.
La huella que deja un ser inteligente es un
surco que se abre según sea la huella, para el aprecio, el agradecimiento, el
hastío, el asco, el rechazo, la escabullida… Y este proceso nos debe hacer
reflexionar, volver al antes para no tropezar en lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.