Los honderos baleares fueron buenos mercenarios en los ejércitos
cartagineses y romanos que ganaban o perdían batallas (¡es un decir para los
demasiado chinches!) en el encuentro o en el cuerpo a cuerpo. Porque no había
balas.
Los honderos las ganaban a distancia. Iban en primera fila y, como David
ante Goliat, con un solo disparo (de una de las tres hondas que llevaban en la
cabeza, la cintura y la mano) eliminaban a un enemigo, con otra piedra (o una
pieza de plomo de 200 gramos) a otro... Y así diezmaban la vanguardia, que
era lo más selecto del ejército
enemigo.
En la guerra de griegos contra cartagineses a finales del siglo V, en
el ejército de Amílcar, Asdrúbal y Aníbal (recuerda: Cannas, primero – derrota -
y Zama más tarde - desquite) estuvieron destrozando escudos y corazas y…
desconcertando al enemigo. O perforando, desde la costa, el casco de madera de
los barcos hostiles o sospechosos.
Se entrenaban desde niños, como sabes. Y debían
acertar en su puntería si querían comer.
A veces serpea entre nuestras prácticas educativas una
que suele ser complacer para que nos quieran o nos dejen en paz. A la larga lo
que logramos es que nos declaren la guerra (esa guerra insidiosa de la
desestima o el desquite solapado que tanta tristeza y desolación produce). El
ejercicio de la paternidad nunca se realiza con el ejercicio del paternalismo.
Autoridad es la calidad del que acompaña en el crecer, en madurar, en acompañar al hijo o al “pupilo”
para que vaya siendo él mismo y lo sea sabiamente.
Dar de comer gratis no es el camino. Ayudar a entender
que el premio de la amistad, de la cercanía, del triunfo sobre la propia
limitación no es un regalo, sino una meta que se alcanza cuando se ha crecido
en puntería, en fuerza y en constancia animado por la mirada exigente,
estimulante y llena de aprecio y cariño del que lo quiere ver de verdad
convertido en un buen luchador.
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