La foto es de 1982. Está hecha sobre
una pequeña isla, Ile des cochons, (de fácil traducción) del Océano Índico, camino del Polo Sur, bajando casi en línea
recta desde Madagascar.
No lo vas a creer, pero los
estudiosos afirman que, en los treinta y cinco años transcurridos hasta ahora,
el número de pingüinos reales que la habitan ha descendido de casi dos millones
a sesenta mil. Los que usan porcentajes dicen que la disminución ha sido del
ochenta y ocho por ciento. Y lo peor es que parece que es inútil pensar en
hacer algo. Porque no saben qué ha pasado, por qué ha pasado y, casi
naturalmente, qué hacer.
No es un fenómeno único. En muchas
dimensiones de la población, de las costumbres, de las necesidades, de las actitudes,
de las prácticas y… de la educación sucede algo parecido. Es corriente
escuchar: ¿“Por qué ahora…?”, ¿“A qué se debe…?”, “¿Qué ha pasado que ahora
sucede…?”.
No advertimos, pienso, en la hondura
que produce en las costumbres (llamémoslo así) contemporizar, dejar pasar, no
dramatizar, “¡no es para tanto!”, “¡eso se arregla solo!”… Y hemos aprendido a
tragar.
Lo que condenamos ayer no nos parece
tan malo hoy y aceptamos que tal vez sea bueno mañana. Cuesta ir
contracorriente. No queremos pasar por intransigentes, no aceptamos ser “los
únicos” que dicen ¡No! a lo que la mayoría está diciendo que… “Bueno” y algunos
“Muy bien”.
La “costumbre” no es un fenómeno de
crecimiento ni de mejora de la calidad. Es la cesión a la comodidad, a la
inercia, a la identificación singular, a la natural dejadez… Cuando no a la
cobardía, al instintivo dejarse llevar, a la insidia, al socavamiento de un
edificio bien levantado. El criterio se tambalea, la voluntad desfallece.
No dejarnos dominar por la
somnolencia o la insensatez o despertar a tiempo debe hacernos prestar una
atención optimista y creciente a la sublime misión que tenemos de consolidar
personas cabales.
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