jueves, 23 de agosto de 2018

Los viejos: escuchar el silencio.


En nuestro difícil oficio de educar resulta también muy difícil enseñar a escuchar el débil y acaso acobardado comentario de quien más sabe, porque ha vivido más y, tal vez, porque más ha sufrido.
La actitud de un adolescente, y hasta de un joven, suele ser la de arrinconar al viejo. En el rincón descansa. En el rincón se calla. Desde el rincón no trata de seguir siendo maestro y protagonista. Se le ha pasado la vez. Lo mejor en el viejo es el silencio... Por fin se ha quedado dormido.   
Y, sin embargo, es fácil constatar que cuando un joven crece en la estima hacia su viejo, más podemos apreciar en el joven su madurez. Que no consiste solo en respetar, solo en apreciar, solo en acoger, sino también en descubrir que el viejo es un pozo profundo, y a veces desconocido, de experiencia, de sufrimiento, de aguante, de renuncias, de entrega,  de cariño…
Estas reflexiones me animan a transcribir el canto de un anciano que advierte con gozo la presencia en su vida de los que le quieren.

Benditos los que me miran con simpatía
Benditos los que comprenden mis pasos titubeantes
Benditos los que alzan la voz para disimular mi sordera
Benditos los que toman con calor en sus manos las mías temblorosas
Benditos los que se interesan por mi lejana juventud
Benditos los que no se cansan de escuchar mis historias tantas veces repetidas
Benditos los que comprenden mi necesidad de afecto
Benditos los que me regalan preciosos retazos de su tiempo
Benditos los que se acuerdan de mi soledad
Benditos los que me acarician cuando sufro
Benditos los que alegran los últimos días de mi vida
Benditos los que me acompañan en el momento de mi salida
Cuando entre en la Vida sin fin los acariciaré en mi corazón junto al Señor Jesús

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