Cuando hablamos de desempleo,
estudio, trabajo, abandono de estudios, sueldos… lo hacemos a veces (o muchas
veces) con un cierto aire de compasión, cuando no de protesta o de abierta
acusación. Acusamos al “sistema”, a los responsables políticos, a los
mandamases de las empresas, a los educadores e instituciones consagradas al
estudio… Es posible que no tengamos presente, por ejemplo esta triste nota
suficientemente aireada: “687.430 alumnos de 18 a 25 años han dejado de
estudiar al terminar la ESO y, por consiguiente, no tienen ni el Bachillerato
ni una Formación Profesional de Grado Medio”.
Los que estudian esta situación
atribuyen el abandono a la tentación de contratos inmediatos, aparentemente
fáciles y parciales; a la postura insuperable del desdeño por el estudio
heredada con frecuencia en la familia, al bajo nivel de estima de los padres,
amigos y compañeros hacia la tarea intelectual y el mundo del pensamiento, a la
rigidez del sistema escolar, a lo poco atractivo o lo mucho inaguantable que
resulta la disciplina escolar.
Me aventuro a creer que en el
punto de partida, en el fondo, en las causas de ese problema está la “falta de
educación”. ¿Por parte de quién? Mayoritariamente de los padres. La educación
debe llevar, como una de las convicciones más enérgicas, el sentido de
exigencia. La vida es exigente. Cuando una planta no recibe humedad se seca.
Cuando un animal no se impone luchar y matar para poder comer, languidece y
muere. Solo una actitud de exigencia mueve a obtener las condiciones necesarias
para lograr una existencia sana, fuerte y digna.
Si esto sucede en el mundo de la
vida de plantas y animales, se aplica con mayor dureza (y, evidentemente, con
otro estilo) en la humana. Fue siempre así y seguirá siendo de un modo
creciente así.
“No me gusta”, “Me cuesta
mucho”, “Es muy difícil”, “¿Para qué me sirve?”, “Esto no hay quien lo
trague”… vienen a ser con frecuencia argumentos suficientes para que sucumban
padres que no educan e hijos que no se dejan educar o no reciben la educación
que necesitan.
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