Don Claudio Sánchez Albornoz hizo su entrada en la Real
Academia de la Historia el 28 de febrero de 1926 con un discurso que tituló Estampas de la vida en León durante el siglo
X. Ahora sigue estando a nuestro alcance con el título Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Lo leí con el
placer especial de sumergirme en el pasado.
“Circulan por León
–se empieza a leer en la página 50- monedas
del pueblo hispano-musulmán, con que comercia el reino y a la par las viejas
piezas galicanas o romanas que alza el arado de la tierra a cada paso. Mas no
bastan los dirhemes de Córdoba, los sueldos de Galicia ni los viejos denarios,
y aunque con frecuencia se acude al trueque directo de objetos por objetos,
como no es éste siempre suficiente y los reyes leoneses no acuñan numerario,
fuerza es admitir en los pagos todo trozo de plata y pesar la moneda, para
igualar de algún modo los diversos instrumentos de cambio”.
Nos hace saber, por ejemplo, que un asno se vendía por
cuatro sueldos, una yegua vieja por quince, un galnape (o cobertor) por cuatro, un modio de trigo por uno, una
saya carmesí por treinta…
Naturalmente lo que me cautivó no fue la cotización de la
vida el año 1.000 en León, sino la vida misma en León en el año 1.000, mostrada
a través de un instrumento tan vívido como son las costumbres y usos de aquello
que ha pasado.
Me hace esto pensar que hoy el interés y el valor de ese
pasado no ocupan lugar en nuestra mente, en nuestros sentimientos, entre los “instrumentos”
de nuestra labor de formadores del futuro. Se me ocurre que del pasado, en
general y casi solo, tomamos ciertos hechos que nos animan a criticarlos. Y,
sin embargo, en nuestra curiosidad por acercarnos a tantas cosas, el mundo
grandioso del pasado (grandioso por sus errores, por sus esfuerzos, por sus
carencias, por sus victorias, por su crueldad algunas veces, por su ternura
otras muchas) no nos sirve de apoyo para afinar la sensibilidad de los que van a construir el
futuro pero que, al mismo tiempo, son inevitablemente producto del pasado.
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