Los romanos no pudieron hacer de las
tierras habitadas por las tribus germánicas una nueva provincia romana. La
historia nos recuerda, por ejemplo, que, al intentar crear esa deseada
provincia al Norte y Este del Rin, los romanos perdieron quince mil hombres en
la batalla de las selvas de Teotoburgo el año 9 dC. Esto les hizo resignarse y
establecer una red de fuertes que, durante tres siglos, fueron la frontera
Norte de su Imperio.
En el de Waldgirmes, cerca de
Frankfurt, un labrador encontró hace muy pocos años, en el fondo de un pozo, la
preciosa cabeza que vemos arriba. Era de un caballo de bronce bañado en oro.
Pesa 13 kilos y se valoró en casi dos millones de dólares.
Aquel hallazgo provocó, como es
natural, una intensa campaña de búsqueda por parte de la Comisión
romano-germánica del Instituto
arqueológico germánico. El fuerte había albergado,
además de los espacios dedicados a los soldados, talleres de cerámica y madera,
y estaba dotado de tuberías de plomo para el agua corriente.
¿De qué nos sirven noticias como
estas? Se me ocurren varias lecciones. Por ejemplo: la cabezonería no debe ser
nunca la fuerza que me mueve. Y cuántas
veces lo es: por amor propio, por capricho, por llevar la contraria, por no dar
el brazo a torcer, por quedar bien…!
Otra lección que me puede resultar
positiva es la de dar atractivo, belleza, un cierto aire de frivolidad o alivio
a deberes penosos que no hay más remedio que asumir. Alternar el esfuerzo y la
distensión puede ser una actitud sabia y buena compañera en el viaje de la vida
y de sus obligaciones.
Lo pasado no ha dejado de haber
sucedido. Que el pasado me importe, y de él o en él me valga, o me recree es un
sano ejercicio de distinción, juicio crítico, aprendizaje, escarmiento,
estímulo, maduración del ejercicio de mi discernimiento y de mis opciones. Y sobre
todo (y esta es la intención de estas pobres líneas), todo ello un buen
servicio en la escuela para el crecimiento de la personalidad de mis jóvenes
compañeros de camino.