Los
lectores más jóvenes no conocen, tal vez, a Thomas James Merton (1915-1968).
Fue un escritor estadounidense con un recorrido largo en su no larga vida y en
sus experiencias políticas y espirituales. Se convirtió al catolicismo en 1938.
Trapense en 1941, se ordenó como
sacerdote en 1949. Escribió La
montaña de los siete círculos donde expuso su camino hasta el
catolicismo. En abril de 1940, un año y medio después de su ingreso oficial en
la Iglesia católica tuvo en Cuba una experiencia muy grata que nos narra con
evidente agrado (El corte magnético) en el libro citado.
“Con frecuencia yo dejaba una iglesia e iba a oír otra
Misa a otra iglesia especialmente si era domingo y podía escuchar los
armoniosos sermones del sacerdote español, la perfecta gramática de quien
estaba lleno de dignidad y misticismo y elegancia. Después del Latín me parece
que no hay lengua tan apropiada para rezar y para hablar de Dios como la
española, ya que es una lengua al mismo tiempo fuerte y flexible; hay en ella
agudeza, se encuentra en ella la calidad del acero que le da la precisión que
necesita la verdadera mística, y sin embargo es delicada también, y donosa y
flexible como la devoción requiere; y cortés y flexible y afable y se presta
asimismo sorprendentemente a un poco de sentimiento. Tiene algo de la
intelectualidad del Francés, pero no la frialdad que intelectualmente se da en
el Francés; y nunca se desliza hacia las melodías femeninas del Italiano. El
español no es nunca un lenguaje lánguido, nunca tibio ni siquiera en los labios
de una mujer”.
Los que leen estos leves comentarios de las Buenas Noches
tienen la buena fortuna de poseer, usar y gozarse con la lengua que Merton
apreció en su estancia en La Habana. Se me ocurre preguntar si la estimamos, la
apreciamos, la cultivamos, la cuidamos, nos la exigimos con la nobleza y
belleza que expresa, en nosotros mismos y en los que caminan a nuestro lado y
aprenden de nosotros a hablar. La siembra que hagamos de ello será una buena
defensa de nuestra hermosa lengua frente a los desgarros de los que es víctima
con asidua frecuencia.