En la sesión número 42 del Comité de Patrimonio
Mundial de la Unesco (Manama, capital de Barein, ya sabes) fue declarado
recientemente Patrimonio de la Humanidad este asombroso paraje natural y rupestre
del corazón de Colombia, que es la Amazonia: el Chiribiquete.
Decir que ofrece, por ejemplo, más de setenta mil
figuras de arte rupestre que nos han quedado al aire libre desde hace siglos es
ya un buen estímulo para interesarte por ello.
Juan Manuel Santos, Presidente de aquella nación
anunció, al conocer esta deseada declaración, que se ampliaría el parque
quedando así protegidos su increíble biodiversidad y su inestimable legado
histórico.
Si esta leve referencia que acabas de leer te hace
sentir la curiosidad por ahondar en algunos de los medios que tienes a tu
alcance para ampliar tu conocimiento y admirar su amplitud, sentirás la
satisfacción de abrir tus ojos, tu mente y tu corazón a un mundo insospechado.
Pero en esta humilde página de propuestas para la
reflexión cabe solo la que nos lleva a cultivar en nuestra tarea existencial y
en la de nuestros sucesores esta idea, u otra parecida. No sé si del filósofo
chino Lao Tse o de otro tan sabio como él, hace ya muchos años: “¡Ay del que ha
perdido ya la capacidad de asombrarse con un ¡Ah!”.
Es frecuente que cuando nos referimos en el
despliegue de nuestros argumentos a algún tema, a algún hecho, a alguna
circunstancia valiosa para nuestro intento de educar, escuchemos un tajante “¡Ya lo sabía!” que nos deja sin ganas
de seguir.
Debemos orientar la cabeza de quien tratamos de
acompañar en su maduración humana no sólo por el camino del saber, sino por la
escala del sentir.
El que aprende agranda el saco de su conocimiento.
El que modula su corazón con el asombro, la admiración, el aprecio, el
agradecimiento, robustece el ejercicio y agranda su capacidad de hacer suya la riqueza
espiritual de saber amar.