El pasado 30 de
octubre (estamos en el año 2018) tuvo lugar una edición más de la Red Bull Rampage. A los profanos de esta
asombrosa carrera se nos perdona que la describamos a otros profanos como una
bajada en bici a tumba abierta. Los
que saben la llaman freeride mountain
bike. Y los cronistas comunican que el ganador, con 89,66 puntos, fue el
canadiense Brett Rheeder, de 25 años por delante de otros 18 competidores. Se realizó en Virgin en
el estado de Utah. Y el autor de la
proeza hizo dos backflip impecables y un giro
de 360 grados. Así lo afirman los testigos.
Tuve ocasión de
verlo, sin creer que Brett pudiese llegar a la meta, en este medio tan generoso
de GOOGLE. Y quedé lleno de asombro.
Pero se me ocurrió
que este hecho deportivo puede
inspirar una convicción para nuestra misión de educadores. Lo que vi hacer a
Brett no era fruto de una improvisación, de una idea loca, de una decisión sin
cabeza. Era natural que antes de aquella victoria hubiese habido tanteos,
fracasos, caídas, decepciones, atisbos del logro y decisión para llegar al
triunfo.
Un sentimiento
frecuente en nuestros muchachos es el de dejar de esforzarse porque pierden el
atractivo en lo que buscan, no están acostumbrados a esforzarse, a perseverar,
a convencerse de que los valores no se encuentran tirados por la calle, de que
el triunfo es siempre fruto de una dedicación perseverante, odiosa a veces,
efecto de la entrega de una personalidad madura o que se está empeñando en
madurar.
La fuente de todos
los triunfos es la persona: la persona con convicciones, con el deseo de llegar
a ser alguien que sirva en una
sociedad en la que es fácil que lo que se desea llegue de regalo, por puro
deseo, sin haberlo ganado.