Es bien sabido que
nuestros 142 atletas paralímpicos en los juegos de Londres de 2012 (entre los
4.200 que intervienen) han obtenido en la mayor parte de las 20 modalidades de
deportes y atletismo, 42 medallas. Aunque la clasificación general del
medallero tiene en cuenta los trofeos de oro y España, con ocho, ocupa el 17º
puesto, el número total de medallas nos daría el puesto 10º de las 164 naciones
que intervienen.
Estoy seguro de que
algunos de los que leen estas líneas están muy al tanto de los datos exactos
del hecho y me corregirán lo transcrito. Pero como lo que nos importa aquí no
es redactar una crónica fiel, sino expresar un pensamiento que tal vez
compartimos todos, eso hacemos.
No sólo nuestros
compatriotas, sino todos los que participan en este notable acontecimiento son
el exponente visible de muchas personas que, en lo deportivo y en otras muchas
modalidades de la lucha en la vida, demuestran su valía. Y se sobreponen a lo
que podría considerarse una condena y lo convierten en un estímulo
admirable.
En
cambio, parece como si ese estímulo en los que organizan la vida pública (y en
los que viven esperando lo que hacen esos organizadores) y en las vidas e
iniciativas más o menos privadas (sociedades, agrupaciones, familias…) se
quisiese resumir en vivir bien, es decir, en bienestar a toda cosa. No sufrir,
evitar la fatiga, el arrojo, el ardor, el denuedo, el coraje, el aliento, el
empeño, el esfuerzo, el trabajo… Hay familias en las que todo el empeño está en
hacer hijos altos, sanos, guapos, orondos… y se olvidan de lo principal. De que
no sean imbéciles. Pero los hacen así o dejan que se hagan ellos mismos así.
Parece mentira, pero los etimólogos no se ponen de acuerdo en lo que significa
y es, por tanto, un imbécil: que si el viejo que vacila porque no tiene bastón,
el que no pincha ni corta porque no tiene “cetro”… Y lo malo es que cuando se
dan cuenta de cómo es su hijo, ponen el grito en las nubes sin caer en que han
sido ellos los que lo han hecho así. El capricho, la complacencia, la
aceptación, la “democracia” (¿qué democracia?), la “paz” (¿qué paz?) fue el
alijo al que se le concedió que se instaurara como norma y objetivo.
Recuerdo
una triste y cabal afirmación de un gran hombre cuando se refería al proyecto
social y familiar de nuestros días para el hombre: “Un cerdo en una cama con
ruedas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.