martes, 18 de septiembre de 2012

Pareidolia.



Entre Hamlet y Polonio - ¿recuerdas? - se cruza este diálogo en el acto III:
- ¿No ves aquella nube? ¿No tiene la joroba de un camello, mi amigo?
- Un camello: es verdad…
- No, deja, deja. ¿No ves más bien como una comadreja?
- Justo: una comadreja…
- Pues te digo que más bien me parece ya un pescado
- ¡Un pescado!
- Una ballena
- ¡Justo!
- ¡Basta! ¡Que me has hartado con tus conformidades!

Aunque el propósito del príncipe perdido era manifestar su desagrado por la mentira y la ilusión en que pueden enredar los aduladores, nos viene bien traerlo aquí. La sensación de percibir algo sensorial en un estímulo aproximado a la imagen de un objeto es un fenómeno psicológico mucho más común de lo que creemos y al que los especialistas llaman pareidolia (es decir, aproximadamente, cercano a una imagen). Por ejemplo ver en el perfil de una nube la cara de una persona, interpretar como el quejido de un niño el ruido de los goznes de una puerta perezosa. Rorschach lo usó en la exploración psicológica y Jeff Hawkins lo  introdujo en su teoría de memoria- predicción.
Y nosotros lo usamos continuamente en nuestro pensar, juzgar y hablar: Me parece, se parece…  Y nos quedamos tan tranquilos. Como si pudiésemos construir una opinión con pareceres, como si la justicia se asentase sobre  pareceres, como si las decisiones pudiesen ser hijas de pareceres. Y peor es aún que sean los pareceres de los demás los que nos mueven en el precioso y delicado oficio de tejer el juicio y la resolución. Una de las causas de mayor desbarajuste en la conducta de los hijos está en nacer en hogares en los que no hay certeza en lo que se juzga y constancia en la línea de la actuación. Porque muchísimo  peor es que no equivoquemos de  parecer y lo cambiamos y la barca personal, matrimonial y familiar se mueve en círculos.

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