Entre Hamlet y Polonio - ¿recuerdas? - se
cruza este diálogo en el acto III:
- ¿No ves aquella
nube? ¿No tiene la joroba de un camello, mi amigo?
- Un camello: es
verdad…
- No, deja, deja. ¿No
ves más bien como una comadreja?
- Justo: una comadreja…
- Pues te digo que
más bien me parece ya un pescado
- ¡Un pescado!
- Una ballena
- ¡Justo!
- ¡Basta! ¡Que me has
hartado con tus conformidades!
Aunque el propósito
del príncipe perdido era manifestar su desagrado por la mentira y la ilusión en
que pueden enredar los aduladores, nos viene bien traerlo aquí. La sensación de
percibir algo sensorial en un estímulo aproximado a la imagen de un objeto es
un fenómeno psicológico mucho más común de lo que creemos y al que los
especialistas llaman pareidolia (es
decir, aproximadamente, cercano a una
imagen). Por ejemplo ver en el perfil de una nube la cara de una persona,
interpretar como el quejido de un niño el ruido de los goznes de una puerta
perezosa. Rorschach lo usó en la exploración psicológica y Jeff Hawkins lo introdujo en su teoría de memoria- predicción.
Y nosotros lo usamos
continuamente en nuestro pensar, juzgar y hablar: Me parece, se parece… Y nos quedamos tan tranquilos. Como si
pudiésemos construir una opinión con pareceres, como si la justicia se asentase
sobre pareceres, como si las decisiones
pudiesen ser hijas de pareceres. Y peor es aún que sean los pareceres de los
demás los que nos mueven en el precioso y delicado oficio de tejer el juicio y
la resolución. Una de las causas de mayor desbarajuste en la conducta de los
hijos está en nacer en hogares en los que no hay certeza en lo que se juzga y constancia
en la línea de la actuación. Porque muchísimo
peor es que no equivoquemos de
parecer y lo cambiamos y la barca personal, matrimonial y familiar se
mueve en círculos.
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