Uno de
los estados del ánimo más frecuente entre los jóvenes es el del aburrimiento.
No es raro que lo expliquen como consecuencia de no saber qué hacer, de no
encontrar atractivo o estímulo en lo que hacen, de sentirse perdidos ante el
deber que deben abordar, de no saber cómo descubrir el placer de crear, de
organizar, de embellecer de verdad su inmenso y sediento mundo interior.
Los que
se pasan horas ante el ordenador (o ante alguno de los muchos instrumentos de
comunicación e incomunicación que se usan profusamente hoy) son aburridos
profesionales. Porque recurren a ello como trabajo normal, casi obligado.
Aunque lo que hacen es volver a atarse a una máquina que va despoblando su
corazón.
Cuando
nos llega la noticia de que un joven de 19 años (inglés y de nombre Adam
Cudworth) ha logrado hacer unas sorprendentes y hermosas fotografías de la
Tierra con una cámara digital montada en un globo de helio, quedamos
convencidos de que el fenómeno del aburrimiento no aparece cuando con unas horas
de trabajo, pruebas e investigación, con un gasto de pocos cientos de libras y
el permiso de la Aviación Civil llega a fotografiar la Tierra desde casi 34 mil
metros.
Yo
estoy convencido de que el aburrimiento es hijo de la vagancia. Y que la
vagancia se enseña y se hereda. Estas líneas, como todas sus hermanas, parten
del deseo de sacudir en los padres su deber de iniciar en sus hijos, desde muy
pequeños y en la medida oportuna, en alguna actividad “extraescolar”
ilusionante. Me describía un muchacho sensible y sensato la figura desesperante
de su padre de vuelta a casa del trabajo: “Se sienta delante del televisor y no
se levanta más que para comer. No hace nada, ni invita a nada, ni pide compañía
y colaboración para nada”.
Puede
ser que pensemos que se trata de un padre cansado que necesita llevar la barca
de su vida a la orilla de la evasión televisiva para restaurar sus fuerzas.
Pero es más justo pensar que es el caso de un hombre aburrido que no tiene en
cuenta que es padre y que debe educar en ese bello camino de la creatividad
hacia la que naturalmente se sienten
atraídos los niños. Y los jóvenes que no han empezado a estrenarse como
aburridos profesionales.
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