Hay
palabras (de las que subrayo ahora amor
y amigo) que se usan como un pañuelo.
Pueden ser el leve cofre de un delicioso perfume, un signo de alianza
desplegado en el aire, el tapón con el que queremos impedir que se nos escape
la vida de una persona que
es parte de la nuestra, un dócil instrumento con el que sacudimos el polvo y
hasta el recipiente temporal de algo que no queremos que se vea ni se toque ni
se huela.
Decimos amigo cuando en realidad estamos tantas veces refiriéndonos a amiguitos, a amiguetes, a amigotes… A
nuestro alrededor, tan intensamente denso como lo hace el círculo angustioso de
los medios llamados de comunicación, aparecen con profusión esas figuras. El
interés, el miedo, la pura y sucia simpatía, la necesidad de contar con
respaldo para nuestras aventuras, la afinidad de gustos y tantas otras
dimensiones de la precariedad de nuestra personalidad, nos hacen recurrir a la
larga fila de rodrigones a los que mal
llamamos amigos.
Abu Muhammad 'ali Ibn
Hazm nació en Córdoba el año 994 entre los clamores de las victorias de
Almanzor, y murió contando ya setenta años, en su casa de campo Manta Lisham
(Montíjar hoy, en Huelva) la tarde de un domingo, cansado de la política y del
engaño y después de haber pensado y escrito sobre teología, filosofía,
historia, política…
En el capítulo XVII (Sobre
el amigo favorable) de su libro juvenil El collar de la paloma nos
explica lo que él considera encomiable en la amistad:
“Entre
las cosas que son de desear en amor, es una que Dios Honrado y Poderoso conceda
al hombre un buen amigo, de amables palabras y grande ánimo, que sepa cómo
tomar las cosas y cómo salir de ellas, de claro entendimiento y lengua aguda,
reposado y muy entendido, poco dado a llevar la contraria y mucho a ayudar,
colmado de paciencia, indulgente con las importunidades, aunado con su amigo,
buen cumplidor de los juramentos de la amistad, razonable en amoldarse a las
cosas, de natural loable, incapaz de injusticia, presto a la asistencia, aborrecedor
de todo desabrimiento, fácil de abordar, desprovisto de perversidad, de ideas
sutiles, sabedor de las debilidades humanas, de buenas costumbres, de ilustre
cuna, guardador del secreto, muy piadoso, de veras leal, libre de traición, de
alma generosa, de fina sensibilidad, de intención notoria, de moderación
evidente, de temperamento constante, pródigo en dar consejos, de afecto
acreditado, fácil de convencer, de rectas creencias, de lenguaje sincero, de
espíritu vivo, de natural casto, de brazos abiertos y holgado pecho, revestido
de tolerancia, amigo de los puros afectos e incapaz de desvío”.
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