Esta es Marion Booth, canadiense, a la que ya conoces por la
prensa. Setenta años después de hacer lo que hizo se le ha concedido, en
Inglaterra, el premio «Bletchley Park» por su eficacísima
colaboración, desde sus 17 años, en descifrar mensajes japoneses entre los
buques de guerra de la Segunda Guerra Mundial. Y lo que hizo no se sabe, porque
firmó un contrato de silencio sobre su labor.
Cifrar
y descifrar es un trabajo pesado, casi penoso, y más si es en la guerra, fuera
de su patria y a su edad. Y sin poder presumir de lo que hacía, como solemos
hacer nosotros.
¿Y por
qué fue? Lo cuenta ella: «Estaba sirviendo a nuestro país. Vi a hombres
jóvenes, cuando estaba todavía en la escuela secundaria, que se marcharon con
16, 17 y 18 años. Solíamos ir a la estación para decirles adiós, y muchos de ellos nunca regresaron. No voy a olvidar eso. Por eso me
fui. Tenía que hacer algo o ayudar a hacer algo». Se alistó en la marina
canadiense y fue enviada a la «Women’s
Royal Canadian Naval Service», en el servicio secreto como una de las
primeras espías de su nacionalidad en ese tipo de trabajo
Al
terminar la guerra regresó a Ottawa y decidió seguir en su papel de espía: «Los
20 o 25 dólares que ofrecían parecían bastante buenos”. Tenía que vivir,
conocía ya el percal y aceptó ese magro sueldo mensual.
Lo importante en este leve comentario ya está
dicho un poco más arriba y lo copiamos aquí de nuevo: “… muchos de ellos nunca
regresaron. No voy a olvidar eso. Por eso me
fui. Tenía que hacer algo…”.
Es un buen punto de partida para nuestra reflexión de educadores. Conceptos, noticias, cálculos, fechas, personajes, métodos, procedimientos… y muchas más “cosas” (permitidme que hable así) llegan a la mente de nuestros destinatarios para “amueblar” su vida. Pero si nosotros mismos (yo, tú…) no somos “un valor”, no habremos sido capaces de infundir “valores”, verdaderos valores, auténticos valores y no habremos cumplido con nuestra sublime misión de colaborar en la generación de personas, auténticas personas, valiosas, verdaderas.
Es un buen punto de partida para nuestra reflexión de educadores. Conceptos, noticias, cálculos, fechas, personajes, métodos, procedimientos… y muchas más “cosas” (permitidme que hable así) llegan a la mente de nuestros destinatarios para “amueblar” su vida. Pero si nosotros mismos (yo, tú…) no somos “un valor”, no habremos sido capaces de infundir “valores”, verdaderos valores, auténticos valores y no habremos cumplido con nuestra sublime misión de colaborar en la generación de personas, auténticas personas, valiosas, verdaderas.