jueves, 1 de marzo de 2012

La Antártida.


El próximo 7 de marzo recordaremos que hizo un siglo se supo que el noruego Roald Engelbregt Gravning Amundsen había llegado al Polo Sur. Lo había logrado el 14 de diciembre después de casi tres meses de penoso avance.
No fue igual para el inglés Robert Falcon Scott, que llegó al mismo punto 35 días más tarde y que en el regreso pereció con sus cuatro compañeros bajo la avalancha de una tempestad de frío.
Ambos habían preparado su expedición cuidadosamente. Pero los analistas de los hechos señalan diferencias en esos preparativos a los que atribuyen, no sólo el atraso del segundo, sino también su muerte con la de sus compañeros.
Los factores que jugaron a favor o en contra fueron, por ejemplo, la preparación anterior, sobre todo la remota. Ambos fueron marinos, pero se dice de Amundsen que desde los 14 años ya pensaba en una vida de explorador de los polos. Y se preparó para ella. La programación de Scott incluía estudios del mundo que iba encontrando. Amundsen se propuso llegar y nada más. La expedición de Scott confió para el traslado en caballos mongoles que murieron todos, mientras que Amundsen lo hizo con perros después de aprender de los esquimales su manejo más provechoso (tuvo que matar a algunos de ellos al regreso para disponer de comida para los 11 que sobrevivieron). Parece que la vestimenta no fue suficientemente adecuada en la expedición inglesa para defenderse de las bajísimas temperaturas que debieron soportar. Los noruegos fueron colocando depósitos de alimento antes de emprender la marcha que comprendía ascender a los montes Transantárticos para llegar a la meseta polar. El alimento en ambos casos tenía como base un viejísimo invento americano, el pemmican, más rico en grasas en la dieta de Amundsen que comprendía diariamente también galletas, chocolate y leche en polvo. 
Y, sobre todo, la cohesión del grupo, débil por no decir agria y hasta imposible, en el de Scott.
La lectura de lo mucho que se ha escrito sobre estas dos proezas terminadas de modos tan diferentes, puede servir para hacer serias reflexiones sobre la vida y sus caminos. He aquí algunas. Pueden no ser muy profundas, pero son bien intencionadas. La primera es que las cosas serias no se improvisan. No se puede improvisar ser marido y mujer. Basta contemplar parejas de nuestro alrededor para concluir que se improvisaron. Ser madre y padre no se improvisa. No basta tener hijos, sino que se debe saber quererlos y saber transmitirles la grandeza y la luminosidad de la vida. Y para eso hace falta ser grande y ser luz para acompañarlos en los complejos y a veces arduos y oscuros caminos del crecimiento y la maduración. Amar no se improvisa. Se impone un duro ejercicio de amor para amar de verdad. Pero la mayor parte de los que improvisan el matrimonio lo hacen así porque nunca han salido de su egocentrismo infantil y no sólo no lo encauzan, no lo superan, sino que se empecinan en él.

lunes, 27 de febrero de 2012

Chinches.


Me contó mi amigo Pepe que con otro suyo tuvo que viajar hace años a una capital europea. Recuerdo cuál era, pero por miedo a represalias, no lo digo. Y al llegar la hora oportuna se desearon buena noche y se fueron a acostar. Pasado algún tiempo, cuando mi amigo ya había pasado la etapa MOR de su sueño o la que fuese, se despertó porque creía oír voces. Aguzó el oído y oyó claramente la voz de su amigo que gritaba: “¡Pepe, que me llevan!”.
Ante el evidente secuestro de su amigo que se estaba cometiendo en lengua extranjera, se lanzó de la cama dispuesto a dar la vida para salvarlo. Entró dispuesto a todo en la habitación contigua y descubrió al infeliz ahuyentando chinches y repitiendo una y otra vez. “¡Mira, mira, mira! ¡Vámonos!”.  
El Cimex Lectularius (o “la Cimex”, porque los hay de los dos sexos, claro) es un insecto singular. Tiene costumbres nocturnas, como saben mis lectores más añosos, y sale en la oscuridad a emborracharse de sangre humana donde le dejan. Descubre por el CO2, dicen, a la víctima y lanzándose desde el techo si es necesario y con dos trompetillas que lleva en su hocico, entra al ataque en la despensa de su subsistencia. Con una de ellas extrae el alimento, mientras que con la otra inocula un anticoagulante y un anestésico para que no le interrumpan en su actividad.
Chinches hay en todas partes y en todos los grupos, animales y humanos. Son esos de los que solemos decir: “¡Me está quemando la sangre!”. O una expresión equivalente más sonora que esa. Me gusta observar a la gente. Y supongo que alguno, despistado, también me observa a mí. Y observando, observando me parece haber constatado las causas por las que los chinches sociales lo son. Como mi observación es, sin duda, muy reducida, me gustaría que alguno de mis lectores me ayudase con sus conclusiones a enriquecer mi cuadro.    
Hay chinches de nacimiento: han nacido, parece ser, para picar. Lo hacen como respirar, es decir, sin darse cuenta. Son los que critican todo, lo saben todo, corrigen todo, son los primeros en saber todo… Han nacido dictadores. Y usan el rebenque para hacer sentir quién lleva el látigo. Hay chinches en las familias, entre hermanos, en las pandillas, en las clases, en las agrupaciones de cualquier tipo. O han nacido chistosos. Y gozan con que les rían sus picotazos. Hasta puede ser alguno de estos sea ingenioso: estos no tienen cura, porque viven y perviven sin enterarse de que sus gracias tiene una sal que quema.
Hay chinches amargados. En el mundo del trabajo, en las relaciones sociales, intelectuales, comerciales… ¡y deportivas! Les fue mal aquello y se han envenenado para siempre y envenenan el aire con sus censuras, sus repulsas, sus anatemas…       
Hay chinches…
¿Hay remedio? ¡Claro que hay remedio! Un padre y una madre ecuánimes, justos, de mirada amplia, de afecto cálido, de humor templado, de comentario equilibrado, de trato amable producen hijos como ellos. Y si se dan cuenta de que alguno, desde la niñez, asoma su dardo afilado, saben acompañarlo sabiamente en la reflexión sobre la inoportunidad de lo dicho o lo injusto de lo comentado, sobre la grandeza de apreciar, el placer de comprender y la necesidad de respetar.

viernes, 24 de febrero de 2012

Andamos de grillos.


Un descendiente del Archaboilus Musicus
El Archaboilus musicus salía de noche. De noche cantaba. O estridulaba (como dicen los precisos) frotando sus élitros para organizar sus encuentros amorosos. Porque de día temía al Morganicodon y al Dryolestes que lo buscaba para comérselo. Todo esto pasaba muy antes, en el Jurásico, hace 165 millones de años. Pero no tan ayer que los profesores de la Universidad de Pekín, Jun-Jie Gu y Dong Ren, no hayan podido encontrar su fósil, sorprendentemente conservado, con alas y todo. Y como conocían a  los doctores Fernando Montealegre-Zapata y  Daniel Robert, expertos en canto de los insectos, y al doctor Michael Engel, de la Universidad de Kansas, que sabe mucho de la evolución de los mismos, les preguntaron: “¿Podrían ustedes decirnos cómo cantaba?”.
Después de un largo y complejo proceso de comparación con especies de grillos de hoy, la respuesta fue: Ese grillo del Jurásico era un tiple con un tono agudo de 6.4 kilo-hertzios de frecuencia y con un ritmo de “rasgueos” que duraban 16 milésimas de segundo. Así de claro y de preciso.
Se me ocurría pensar, mientras leía estas curiosas y pasmosas noticias, en la portentosa ignorancia del pasado que tienen algunos de nuestros adolescentes y jóvenes. Lo anterior no existe para ellos. Apenas tienen presente la figura del padre. Pero un poco más allá se pierden en la niebla. No saben nada de cómo cantaban sus tatarabuelos. De la Patria, por ejemplo, que defendían o atacaban, construían o arruinaban, nada de nada. No les interesa o no lo escuchan o no lo estudian. Escuchan cuentos chinos sobre el pasado. Y con ellos engordan su ignorancia. Y repiten lo oído como si fuese dogma. Pero sin ocurrírseles que el recurso a la Historia es la búsqueda de su propio ser. Piensan que los grillos de hoy han nacido de la nada o han salido del huraco del vacío. Y les parece que lo único que interesa tener presente es que ellos están ahí, inaugurando la Historia.                 
Y se me ocurría volver con la memoria a Stefan Zweig, barrido por la insensatez en 1942, y que nos dejó una obra literaria extensa, sólida, ejemplar: poemas, teatro, biografías inigualables de mujeres y hombres tocados por la desgracia o el genio: Erasmo, Fouché, María Estuardo, María Antonieta, Magallanes… A los Momentos estelares de la Humanidad, que es un canto a la luz, le siguió, quince años más tarde, cuando el vendaval de un loco parecía querer arrasarlo todo, un escrito lúcido y amargamente nostálgico: El mundo de ayer. ¡Cuánto aprenderían de él los enhiestos y estériles brotes de la humanidad cuyas estrellas vamos borrando por recurrir, entre otros instrumentos, al suicidio del pasado!

martes, 21 de febrero de 2012

Passau.


San Esteban de Passau
De esta ciudad de Baviera, en la frontera natural con Austria, alguien dijo que es la ciudad más bella de Europa. A lo mejor alguien que lee esto dice que la ciudad más bella de Europa y aun del mundo es la suya. Bueno: vamos a dejarlo en que Passau es una bellísima ciudad. ¿Ese que ha dicho que la ciudad más bonita del mundo es la suya puede decir que su ciudad tiene tres ríos? Pues Passau los tiene: el Danubio, el Eno y el Ilz. Por eso la llaman "la ciudad de los tres ríos". Y siguen diciendo que cada uno de ellos presume coquetamente de un color. El Danubio, naturalmente, del azul. No sería Danubio si no fuese azul. Al menos desde Johann Strauss II (“Jean”, como se llamaba a sí mismo) que con Josef y Eduard formaba el trío musical más fraterno, alegre y nostálgico que nunca existió, herederos de la grandeza musical de su padre Johann Strauss I.
Volvamos a los ríos. El Eno es verde como el heno verde o como los Alpes del que viene y del que trae reflejada la verdura siempre viva. Presume también el Ilz de su color: el  negro. Porque arrastra todo el misterio oscuro de su historia, nacida por los siglos en una zona pantanosa de trasgos, magas y elfos.  
Pero hay algo en Passau desde 1731 que tampoco lo tiene la ciudad más bonita de ese que lo afirma de la suya: un órgano especial en la catedral de San Esteban. Tan especial que tienen cinco teclados en su consola central desde la que se coordinan los cinco órganos que hay en el templo. Este órgano central tiene 126 juegos. Están después el órgano “de eco” con 19 juegos, dos órganos de 25 juegos cada uno y un órgano “de coro” con 38. En total, 233 juegos que cantan a través de 17.774 tubos.
¡Y cómo cantan! Así lo dicen los que han tenido la suerte de gozar, sintiéndose abrazado por la música barroca, alguno de los conciertos de su denso programa anual.
Vayamos a lo nuestro. ¿Por qué con tantos juegos y tantos tubos como hay en nuestras vidas no somos capaces de superar el desconcierto en el que parece que nos gusta vivir? ¿Por qué hacemos de nuestro mundo, el grande y el pequeño, el que parece que nos queda lejos y el que construimos o destruimos a diario “un amasijo de egoísmos”, como comprobaba en su cargo de Secretario General de la ONU aquel gran diplomático, gran hombre, gran cristiano que se llamó Dag Hammarskiold? Hay desconcierto en las familias donde llevar la contraria es deporte diario. En las familias en las que manda el inmaduro hijo caprichoso, exige el petulante adolescente, impone el jovencito venido a menos en su condición de hijo y columna (¡bueno, poste, pero aun así necesario para que no se venga abajo todo!)… poste del hogar… Desconcierto en las chácharas entre amigos y amigas que llevan siempre alguna o muchas notas destempladas, desafinadas y fuera de ritmo con las que se saetea al amigo o al vecino. Desconcierto en la vida pública: la empresa, la administración, la política, el deporte, la caridad, el mercado, los productores, los intermediarios, el campo, la industria, la banca, la pastoral, el tiempo libre, la educación familiar y social, la formación profesional, el arte, los espectáculos, la calle, los lugares de esparcimiento…  
¿Podemos? ¡Podemos! ¡Vamos a ello! ¡Al concierto!

sábado, 18 de febrero de 2012

En su sitio


Por fin Jean d’Alluye descansando boca arriba

“Herodoto de Halicarnaso presenta aquí el resultado de su investigación para que el tiempo no borre el recuerdo de las acciones de los hombres y que las grandes empresas llevadas a cabo  por los griegos o por los bárbaros no caigan en el olvido; explica asimismo la razón que llevó a estos dos pueblos a la lucha”.
Con estas solemnes palabras, escritas en 444 aC, abre sus nueve volúmenes sobre la historia aquel viajero incansable, estudioso sin reposo y “padre de la historiografía”, como le llamó Cicerón. “La historia es la maestra de la vida”. O, al menos, podemos decir nosotros, una maestra.
Pasemos a uno de sus capítulos. Y observemos esa lápida, sobre la que yace devotamente la imagen de Jean d’Alluye, caballero cruzado en 1241 y fallecido en 1248. ¿Qué fue de su sepulcro, de sus restos y de su lápida que estuvo en la abadía benedictina de La Clarté-Dieu, cerca de Tours (Francia), fundada diez años antes de su muerte? La Guerra de los Cien Años, primero, y la Revolución Francesa después hicieron que muchas de sus joyas desapareciesen o se dispersasen. Esta que vemos, de fuerte piedra caliza, que mide 212 centímetros por 87, estuvo boca abajo haciendo de puente sobre un arroyo hasta que los busca-tesoros del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, donde está ahora, la rescataron del olvido.
Así es la historia. O así la hacemos nosotros. Y así es la vida. Pregonamos “el progreso” como nuestra gran victoria sobre el tiempo. Y presumimos de que, al arrinconar o humillar lo pasado, inauguramos una nueva era Aquarius o Piscis que licúa todo lo que de sólido construyeron antes de nosotros. ¿Habéis visto el león que descansa a los pies de don Jean? ¿O es su perro?  Valen igual para decirnos que la fortaleza y la fidelidad deberían estar en lo más alto de nuestros blasones. (¡Ya están estos carcamales con sus historias!). Sí, de historia hablamos y de sus blasones, que significan y son las llamadas que se nos hacen desde el pasado para que nuestras vidas no sean las de larvas que se esfuman al nacer. Necesitamos que lo noble, lo vigoroso, lo bello, lo grande, lo generoso sea modelo para trazar con dignidad la ciudad del tiempo presente. Y que los que nos siguen no vuelquen la honrosa y dura lápida de nuestra herencia para convertirla en plataforma ultrajada por sus pisadas.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Muere Don Bosco


Así escribe ReligionenLibertad.com al dar la noticia de la muerte, el pasado día 3, de Biagio Anthony Gazzara. Es decir, Ben Gazzara en las pantallas, como recio, creíble y buen actor en muchas películas y protagonista en la que lleva el nombre de DON BOSCO de 1988.  La dirigió, con guión de Ennio di Concini, Leandro Castellani. Y en el reparto están, junto a Gazzara, Patsy Kensit, Piera degli Esposti, Philippe Leroy, Karl Zinny… La música es del veterano Stelvio Cipriani.
No interesa dar noticia ni crítica de la cinta, porque muchos la conocen o pueden conocer y en ella podrán apreciar los valores que contiene y las personas que le dieron vida.
Pero sí resaltar la actuación de este norteamericano, nacido en Nueva York, pero de padres sicilianos, escogido para convertirse en rostro del alma de Don Bosco. Y en esta fecha de su muerte, agradecerle con estima y cariño el regalo de su acertada y difícil interpretación. Acertada, a mi parecer, porque respondió a lo que el guión cinematográfico le atribuía, el director le encargaba y el asesor salesiano le sugería. Y difícil porque si ser actor es un empeño arduo siempre (y más cuando se interpreta a una persona real), hacerlo con un santo y más aún con un santo tan complejo como Don Bosco, supone un serio reto. Un santo está animado por un espíritu interior inflamado de amor. Y reflejar esa aura especial es un empeño casi inaccesible. Pero es que la vida de Don Bosco no se vio nunca poblada por aires de persona importante. Y se corre el riesgo de que, al considerar a un santo importante, se sienta un cierto impulso a vestirse de importancia. Ben Gazzara lo comprendió y resultó un Don Bosco plausible.             
Para cerrar este recuerdo es bueno releer lo que Gazzara confesaba de su adolescencia, cuando se vio libre de convertir su vida en la de un criminal al lanzarse con toda su fuerza a ser un buen actor. Esto le exigió entregarse al estudio, a la exigencia, a la docilidad como aprendiz de intérprete, al fracaso momentáneo sin abandonar el empeño de sus sueños. ¡Con qué agrado se vería rodeado de adolescentes y jóvenes que en el rodaje de la película fingían ser muchachos felices por haber sido arrancados del mal por el amor hacia ellos de un sacerdote paisano suyo que quería salvarlos a costa de su propia vida! 

domingo, 12 de febrero de 2012

… Et moriente mori.


La vida de los grandes suele estar llena de grandeza. Aunque nos duele que a veces la grandeza vaya entretejida con algunos jirones de miseria. Esto viene a propósito de dos grandes. Uno, pintor y arquitecto, Rafael Sanzio de Urbino. Y otro, Pedro Bembo, eximio latinista y muchas cosas más, que veía en los escritos de Cicerón la perfección del Latín cultivado por él soberbiamente. Se conocieron y apreciaron, primero en Urbino y después en Roma, aunque Bembo superaba en 13 años la edad de Rafael.
La siguiente reflexión se reduce a un dato mínimo en su extensión, triste en su situación y grande en su contenido. Rafael había hurgado en su juventud en las entrañas de Roma. Con unos amigos, artistas y amantes de la cultura clásica, buscaban y copiaban los restos del arte antiguo de la ciudad. Se descolgaron en las ruinas vacías de la Domus aurea de Nerón, donde dejaron sus firmas con humo en los muros del palacio nunca terminado. Y de allí sacaron las pinturas “grutescas” que habrían de multiplicarse en las obras del Renacimiento.           
El que visita el Panteón de Roma queda tal vez anonado ante una obra tan perfecta y no advierte que allí, a la izquierda y a ras del suelo está la sepultura de Rafael. Y aun los que la ven no leen dos breves inscripciones de un especial interés.
La inferior aclara que el papa Gregorio XVI concedió que Rafael, muerto a los 37 años, fuese depositado en el arca de una obra antigua. Sin duda se creyó que era el cofre mejor para quien había sabido hacer moderno el arte de la lejana capital del Imperio.  
La otra inscripción es el breve, conciso y bello epitafio que le dedicó Pedro Bembo:
ILLE HIC EST RAPHAEL TIMVIT QUO SOSPITE VINCI RERUM MAGNA PARENS… ET MORIENTE MORI.
Los conocedores del Latín darán una traducción mejor que la mía, pero yo la adelanto para los que sólo estudiaron griego: Aquí está aquel Rafael a quien la Naturaleza temió mientras vivía y morir cuando él moría.
Y la reflexión que cierra estas líneas puede ser la siguiente. A pesar de que Bembo luchó por una lengua a la que llamó vulgar para que fuese común en toda Italia, a pesar de que Rafael llenó su mundo de en apariencia fácil belleza, no podemos consentirnos (ni consentir si hay alguien que nos mira y nos escucha) que la vulgaridad sea su Norte o nuestro Norte. La vulgaridad es hija de la vagancia, de la indiferencia ante la auténtica belleza, la auténtica conducta, la auténtica grandeza, la personalidad auténtica. Llenar nuestra vida de sucedáneos y el mundo en el que respiramos de camelos lleva a la inevitable decadencia de valores. Y con esa decadencia se provoca la decadencia irremediable de la Verdad.

jueves, 9 de febrero de 2012

El final.


Escribo en el regusto de la fiesta de Don Bosco, que fue ayer (el pasado 31 de enero). Los que creemos, vemos muy bien que se celebre la muerte de los creyentes como el día de su nacimiento a la Vida que no acaba. Y en recuerdo de esos nacimientos hoy agrupamos a todos los salesianos que murieron. Como lo hacemos el 25 de Noviembre, día de la muerte de Mamá Margarita, la madre de Don Bosco, con todos los miembros de su inmensa Familia.
Es interesante preguntar a jóvenes sobre la muerte. Algunos se muestran en sus respuestas como sabios. Preguntadles. Para ellos no es un tema macabro o desechable. Coinciden bastantes en verlo como un hecho natural, necesario, aunque no muy presente en sus pensamientos. Y hacen bien. Con tal de que pongan en sus vidas la intensa satisfacción, el noble esfuerzo de construirse como ejemplares cabales, en su naturaleza de hombres y mujeres y en su condición de cristianos. 
A alguien que visitó el cementerio de Génova, Staglieno, el más bello del mundo, le llenaba de emoción el conjunto de un ángel que habla a dos niños allí clavados delante del sepulcro de su joven madre: “No lloréis. No está aquí. ¡El corazón de una madre no cabe en un sitio tan pequeño!”.
Que es lo mismo, de otro modo, que lo que escribían tres salesianos ejemplares:
Don Bosco en su Testamento espiritual: “Os dejo aquí en la tierra… Os ruego que no lloréis mi muerte. Es una deuda que todos debemos pagar. Pero después nos serán copiosamente recompensados los sufrimientos padecidos por amor de nuestro maestro Jesucristo”.
El Venerable José Quadrio, pocas semanas antes de morir, como respuesta a una señora que manifestaba terror ante la muerte: “Para un cristiano morir no es acabar, sino empezar; es el principio de la verdadera vida, la puerta que da a la eternidad.  Es como cuando, en la alambrada de un campo de concentración, se oye el suspirado anuncio: «!Se vuelve a casa!».Morir es entreabrir la puerta de casa y decir: «Padre, ya estoy aquí; he llegado». Es verdad que se trata de un salto en la oscuridad, pero se hace con la certeza de caer en los brazos de nuestro Padre del cielo”.
Y un gran salesiano, José Luis Carreño, señor de muchas esferas, escribía: “¡Piensa lo que será!: saltar a tierra, ¡y ver que es cielo ya! Pasar de la borrasca de la vida ¡a la paz sin medida…! De un brazo asirte y ver, al irle en pos, ¡que es el brazo de Dios! Beber a pulmón pleno un aire fino… ¡Y es el aire divino! Ebrios de dicha oír a un querubín: «¡Es la dicha sin fin…». Abrir los ojos, inquirir qué pasa, y oír decir a Dios: «¡Ya estás en casa! ¡Oh el inmenso placer de abismarse en tu mar! Cerrar los ojos y empezar a ver; pararse el corazón ¡y echar a amar!”.

lunes, 6 de febrero de 2012

Mareante.


Hay gente que piensa, proyecta, inventa y… trabaja en serio. Se lee (pero es seguro que la noticia queda, como se verá, más que atrasada) que la revista Popular Science mantiene viva una lista de los depósitos de información más interesantes y curiosos del mundo. Son archivos digitales, casi todos de libre acceso para estudiantes, estudiosos (que no es lo mismo), investigadores, científicos, curiosos, espías, publicistas… 
WordCat es el más grande hasta que se demuestra que hay otro mayor. Y el más viejo, porque este catálogo bibliográfico digital lo empezó a alimentar el Online Computer Library Center hace más de cuarenta años. ¿Qué ofrece? Los datos bibliográficos, es decir, el nombre del autor, el lugar y fecha de nacimiento y de impresión, las medidas, la fecha de la última edición de libros… Es decir, todo lo que se necesita para identificarlo sin duda ni confusión.
Y esto referido a los libros de 72.000 bibliotecas de muchos países del mundo. El resto irá llegando. WorldCat sabe dar con 1.700.000.000 de objetos (libros, CDs, DVDs) y decirte dónde está la biblioteca más cercana a tu residencia donde puedes encontrarlo.
El CODIS (Combined DNA Index System) del FBI (ya sabes: Federal Bureau of Investigation) con más de diez millones de perfiles, ha ayudado a resolver más de 150.000 casos criminales y, por ejemplo, permitido reconstruir al Genographic Project (IBM y National Geographic Society) la historia de las migraciones desde hace 200.000 años. Añadamos los archivos de la FAO (agricultura y población mundiales), OKCupid (relaciones sociales), International Panel on Climate Change (clima) y las impresionantes Encyclopedia of Life (con referencias de la mitad de las especies vivas del planeta y aseguran que en 2017 habrán completado el estudio) y la Sloan Digital Sky Survey (centenares de millones de cuerpos celestes). ¿Y qué decir del MD:Pro (virus informáticos) y del The Wayback Machine (páginas web de las  150.000.000.000 de las existentes desde 1996).
¿No es mareante? Y no me refiero a la sensación de pérdida de uno mismo cuando se siente en una corriente que lo zarandea? Digo mareante para referirme al que ejerce el oficio de la navegación en alta mar. Porque ese tesoro de información que guardan y ofrecen los archivos reseñados es un espléndido mar, aparentemente sin orillas que invita a navegar para enriquecer la propia despensa.
Pero sobre todo: ¿has pensado en el trabajo que ha supuesto formar esos acervos? ¿En el trabajo, tiempo, entrega, dedicación, tesón, esfuerzo, generosidad, ilusión, exactitud, seguramente sacrificio… que hay detrás de ellos? ¿Has pensado alguna vez en lo que dejas tú a tus hijos, a tu sociedad, a tu patria, al mundo… como fruto de tu trabajo, del ejercicio denodado y generoso de tu profesión, en la entrega de tu vida en tu condición de padre, en tu aportación como miembro de una comunidad humana…? ¿O eres de los que dices y repites, por ejemplo, en los mares de tu vida “¡Que cada palo aguante su vela!”, “Lo que sea de la mar, todo es azar”, “Quien no mira derrotero es majadero”, “Si el patrón supiera y el grumete pudiera, todo se hiciera”, “Socorro tardío, socorro baldío”, “Zuncho flojo peor que roto”...

viernes, 3 de febrero de 2012

Hohler Fels.

… significa, según los entendidos en alemán, Roca Hueca. ¡Ya, ya! Cuentan que de esa cueva y rocahueca de Schelklingen en la Región alemana de Tubinga (en el centro y hacia el sureste de esa gran nación), brotan cada día testimonios de la vida de nuestros lejanos antepasados. De los chispeantes nombres que se les ha dado (homo habilis, gautengensis, rudolfensis, ergaster, georgicus, erectus, antecessor, cepranensis, floresiensis, heidelbergensis, neanderthalensis, rhodesiensis, helmei, sapiens…) parece que sólo del último, con un nombre tan digno de respeto, podemos considerarnos orgullosos descendientes. Por muy nuestro que nos parezca el antecesor, no somos sus choznos. Venimos del sapiens que fue el que en Hohler Fels pintó cuatro piedras como la que aquí figura y con las que, tal vez, jugaban al parchís.
Fue Nicholas Conrad, un buscador de pasados, un arqueólogo empeñado en llegar a lo más hondo posible en los vestigios de nuestros antecesores, el que encontró, distinguió e interpretó esas piedras “tratadas” hace unos 15.000 años. Y el que algún tiempo antes había encontrado una estatuilla de mujer, de unos seis centímetros, a la que llaman venus, porque casi siempre se llama así a lo que representa belleza; y ¡pasmaos, admiradores de la seducción sonora!, flautas hechas con huesos de cisne. Todo ello hace 40.000 años. Así lo cuentan las crónicas y así lo afirman los arqueólogos. Y así alegran el corazón noticias como estas.
Porque unos hombres, de los que siempre tendemos a decir que eran un poco “bestias” todavía, cultivasen la belleza y necesitasen tener imágenes de ella e instrumentos para crearla, significa que estamos destinados desde siempre a embellecer este bello jardín en que nos instaló el Creador.
No importa el ADN mitocondrial ni el genoma de aquellos hombres si de ellos hemos heredado el anhelo de admirar, de buscar de crear encanto en el encantador mundo que nos rodea. Ni importa que los floresienses, diminutos tíos-abuelos nuestros, hobbits del pasado, desapareciesen totalmente de la haz de la bella isla de Flores en Indonesia hace 13.000 años.
Somos herederos de esa grata misión. Desde la sonrisa, el primer regalo que adorna la vida, hasta la creación artística en cualquiera de sus formas (con tal de que sea creación y sea arte), se nos abre un inmenso universo que nos está esperando. Sin dejarnos engañar por el gato del pseudo-arte, hagamos por alentar en nosotros y en los demás las ganas de tomar la flauta de la alegría que alivie la pesadumbre natural de nuestras vidas.