Cristóbal de Mondragón
nació en 1514 o algunos años antes en Medina del Campo. Sus padres,
vascongados, no pudieron darle estudios, por lo que, a los 18 años sentó plaza
de soldado al servicio de su Majestad Carlos V. Y como las gloriosas milicias
del Emperador estuvieron en Italia, Alemania, Flandes y Francia, allí estuvo
también todo el resto de su vida este singular, valiente, ingenioso y osado
soldado que se fue ganando sus galones paso a paso y asalto tras asalto. De él
dijo Carlos: “El mejor soldado del mejor tercio de la infantería española”. Y
empezó su valioso ascenso con la humilde graduación de alférez.
Parecía como si se
hubiese especializado en asaltos atravesando aguas heladas. Pero el hecho de
tener que luchar en invierno en lugares húmedos y fríos en defensa de la vida y
la tranquilidad de los derechos de los católicos del Norte de la Europa en
continua discordia, hizo que su agudeza le sugiriese el modo de sorprender y
asaltar al enemigo donde y como este no hubiese pensando nunca que se pudiese
hacer. El dibujo con que se encuadran estas líneas le muestra arengando a sus
hombres victoriosos en la toma de Zijpe.
Preso en Calais, no
tuvo más remedio, para seguir siendo lo que quería ser, que saltar con sus
compañeros desde una alta torre para unirse con los suyos, que eran los de su Tercio.
Acabó su vida de
enfermedad y de vejez. Era ya Coronel, “el Viejo”, como le llamaban sus
hombres, admiradores de su entrega. El 4 de enero de 1596, en Amberes, con casi
ochenta años de vida y sesenta y cuatro de servicio, descansó finalmente. Y nos
dejó dicho (lo había dicho a sus hombres, pero sigue diciéndolo a quien quiera
crecer como responsable de su vida): “Entre los soldados no miramos la sangre,
sino al soldado que más adelanta”.
Engreírse viene de encreerse, dicen los entendidos. Y no
hay que descuidar el desvío en la conducta del que se cree a sí mismo olvidándose de crearse. El que se cree
ya está acabado. No necesita más que asomarse al escenario para declamar y que
le aplaudan. ¡Cuántos hay de estos que se
creen, a veces desde niños, que presumen porque han tomado ya para su
cabeza la corona del triunfo, mientras que en su cabeza no hay más que vacío!
Los que “más se adelantan”, no para parecer ni para aparentar sino para dar y
para darse son los que llevan a cabo la construcción de una familia, de una
sociedad, de una nación de mujeres y hombres consumados.