Resumo de los diarios: Un perro Pastor de la Maremma, de dos años y
medio, ha muerto de pena.
Lucky era feliz con su joven
propietaria. Y se portaba siempre correctamente, aunque crecía y crecía, alguna
vez se escapaba (¡solo dos veces!) para dar una vuelta por el pueblo, pero sin
hacer mal a nadie. Y ladraba, ladraba mucho y bien, sobre todo de noche. Hasta
que la denuncia de la gente ante el tribunal correspondiente hizo que el
responsable del Ayuntamiento lo condenase a vivir en la perrera del pueblo.
Poco a poco se observó que Lucky
estaba mal, de modo que hubo que llevarlo a la clínica canina. Allí le visitaron durante algunos días
tanto la dueña como sus amigos. Pero nada valió para sacarlo de la mortal
tristeza de sentirse solo en la historia.
Cualquier ser vivo despierta
admiración. Y simpatía: “¡Vive su vida como yo la mía!”. Pero cuando el ser vivo es un ser humano, sobre todo si
vive alimentado por la seguridad de que sus padres le quieren, y un día descubre que no es verdad, que se
interesan más en otros objetivos, porque andan liados por dar cauce a otros
amores, empieza la irremediable enfermedad del desvío. Que desemboca en el
saboreo amargo de la decepción más honda, en la muerte del amor, en el deseo
del desquite, en la venganza, si es
posible y del modo posible, contra quien debiera alimentarle sin reservas con
el fecundo aliento del amor.
Don Bosco decía que la educación es
cosa del amor. La auténtica educación nace y crece en el amor. Un buen
ejercicio de análisis de la propia conducta de educador –en esas estamos- es
observar, juzgar y condenar la de los que construyen lo humano sin
humanidad movidos por dar respuesta al
propio yo tantas veces envenenado por el egoísmo.