Quien se adentra en los terrenos del Valle de
los Caídos descubre, al llegar al llamado Soto de la Solana y a unos seis
kilómetros del Monumento, cuatro enormes columnas de granito de Orgaz, llevados
a este lugar en el otoño de 1953.
Proceden del proyecto de Juanelo Turriano para
elevar agua desde el río Tajo a Toledo según deseo de nuestro Carlos V.
Ya antes de Turriano, en 1528, el Emperador
había hecho venir a Toledo a un ingeniero flamenco, criado del conde de Nassau,
según narra el luminoso cronista Francisco de Pisa: “... subió el agua desde
los primeros molinos de junto a este puente de Alcántara hasta el Alcázar”.
Pero el Tajo, celoso, se llevó, en un enfado, todo el ingenio.
Fue Felipe II quien, según nos cuenta Luis
Hurtado de Toledo, párroco de San Vicente, en 1576 vio realizado el deseo de su
padre: “Debajo del Alcázar sube un miraculoso y estupendo edificio que el
subtilísimo Juanelo Turriano de Cremona, príncipe de la arquitectura y servicio
de su majestad, con ocho órdenes de caños de metal, cuatro en cada escalera,
los cuales semovientes y laborantes arrojan dentro de dicho Alcázar dos caños
del grueso de un real de a ocho cada caño, y estos andan y trabajan de día y de
noche porque su movedor es el mismo río,
con unas ruedas y artificio casi sobrenatural...”.
Estos hechos, lejanos e irrepetibles, nos
hablan del empeño, el tesón, el estudio, el esfuerzo, la colaboración, el
recurso... que ennoblecen a tantos grandes personajes de nuestra fecunda
historia. Y nos invitan a que, aun sin programar quedar en ella como personajes
ilustres, hayamos vertido la luz de nuestro entusiasmo como grandes, medianos o
humildes creadores de una honrosa historia de trabajo y entrega.