Una bocanada de aire
fresco, limpio, nuevo en el lejano y pesado Medioevo de principios del siglo
XIII fue la presentación en sociedad de un muchacho de poco más de veinte años
que necesitó quedarse desnudo de pasado, de ataduras sociales, de conveniencias
mundanas, de riquezas y herencias para ser libre de sí mismo y ante Dios que le
reclamaba para sí. Se llamaba Juan, pero su padre le disfrazó de francés por
ser francesa su madre Pica. Y con ese nombre, Francesito, Francisco, que entonces no era nombre, inauguró una
etapa y un estilo en la vida de la Iglesia de Jesús, que perdura dichosamente.
El 16 de marzo de 2013 el anteriormente
cardenal Mario Jorge Bergoglio y ya papa Francisco hablaba en el aula Pablo VI a
los periodistas que habían seguido el cónclave de su elección. Sin duda lo
recuerdas: «En la elección tenía junto a
mí al arzobispo emérito de San Paulo y también prefecto emérito de la
Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, ¡un gran
amigo! Cuando la cosa se iba poniendo un poco peligrosa, él me animaba. Y
cuando los votos subieron a dos tercios, llegó el aplauso acostumbrado, porque
se ha elegido al Papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: ¡No te olvides de los
pobres! Y esa palabra me entró aquí, aquí: los pobres, los pobres. Después,
enseguida, en relación con los pobres, pensé en Francisco de Asís. Después
pensé en las guerras, mientras el escrutinio seguía, hasta completar todos los
votos. Francisco es el hombre de la paz. Y así me vino el nombre, a mi corazón.
Francisco de Asís. Es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el
hombre que ama y cuida lo creado».
Miserando atque eligendo es su lema. Lo había
sido desde que tuvo que tener un “escudo”. Ser pobre, amar a los pobres,
acercarse a los pobres, besar a los pobres y al mismo tiempo a Cristo, decidir
llevar por los caminos de Pedro las sandalias pobres y cansadas del Maestro
para buscar a los pobres es su indeclinable elección.
Los pobres, toda
clase de pobres. Aunque llamen más la atención los que llaman menos la atención
porque buscan esconderse. Los pobres más pobres son los pobres de vida porque
mueren abrumados por el dinero, el placer, por el abandono de la adorable vida
del espíritu. Los que se asfixian de poder por usurpar la voluntad de los
otros. Los que se hunden en el abismo del vacío porque se han hinchado del
lastre de su insaciable yo.
Bergoglio necesitó
ser Francisco para ser fiel a la misión con que el Espíritu empapa su vida. Y
desea que se empape la nuestra.