Es tan rica y expresiva esta larga reflexión de Cervantes
que atribuye al sabio
caballero del verde gabán, que vale la pena escucharle en tres veces que volvemos a ella: Va aquí la PRIMERA PARTE:
En estas razones estaban cuando los alcanzó un
hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua
tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado,
con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de
la jineta, asimismo de morado y verde. Traía un alfanje morisco pendiente de un
ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las
espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas
que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro
puro. Cuando llegó a ellos, el caminante los saludó cortésmente, y, picando a
la yegua, se pasaba de largo; pero don Quijote le dijo:
- Señor galán, si es que vuestra merced
lleva el camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en
que nos fuésemos juntos.
- En verdad -respondió el de la yegua- que
no me pasara tan de largo, si no fuera por temor que con la compañía de mi
yegua no se alborotara ese caballo.
- Bien puede, señor -respondió a esta sazón
Sancho-, bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el
más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho
vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo
con las setenas. Digo otra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere;
que, aunque se la den entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la
arrostre.
Detuvo la rienda el caminante, admirándose de la
apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho
como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el
de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde,
pareciéndole hombre de chapa. La edad mostraba ser de cincuenta años; las
canas, pocas, y el rostro, aguileño; la vista, entre alegre y grave;
finalmente, en el traje y apostura daba a entender ser hombre de buenas
prendas.
Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha
el de lo verde fue que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto
jamás: admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza
y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura: figura y retrato
no visto por luengos tiempos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la
atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y,
como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase
nada, le salió al camino, diciéndole:
- Esta figura que vuesa merced en mí ha
visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me
maravillaría yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de
estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero destos que dicen las gentes que a sus aventuras van.
Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé mi
regalo, y entreguéme en los brazos de la Fortuna, que me llevasen donde más
fuese servida. Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos
días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome
acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando
doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio
de caballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas
he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo.
Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de
imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia.
Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo que yo
soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste
Figura; y, puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo
tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las
diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza, ni este escudo,
ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi
atenuada flaqueza, os podrá admirar de aquí adelante, habiendo ya sabido quién
soy y la profesión que hago.