Un amable lector (todos los que me leen son amables:
¡Muchas gracias!) me escribe: “Puedo ser comunista? ¿Puedo ser bolchevique?
¿Puedo ser gay? ¿puedo ser ateo? ¿puedo ser catalanista? ¿puedo ser de
Romanones? ¿Puedo insultar a Prim? ¿puedo decir de Viriato que era bárbaro y
cruel? ¿Puedo afirmar que el Imperio Romano fue una apisonadora insensible?
¿Puedo quejarme de Proserpina porque se empeñó en dar nombre a un embalse que
se llama Albuera de Carija? ¿Puedo decir que Xi Jinping es el mejor Presidente
de la Historia?... ”.
No sigo poniendo todas las cosas que me dice el lector
que puede ser sin que nadie se meta con él. Puede ser todo y decir todo, porque
vivimos en un mundo en el que la ley nos permite ser nosotros mismos, pensar lo
que queramos pensar, decir lo que nos dé las ganas decir…
Hasta que la silenciosa (y, con frecuencia, inoperante)
Suprema Ley de la Convivencia (que está, como todos sabemos, por encima de
cualquier ley humana, caduca e interesada) me diga que eso que quiero ser o
decir atenta contra la libertad, la vida o la dignidad de los otros. De
cualquier otro.
Y sigue el buen lector: “Pero cuando digo que quiero ser
«facha» me dicen que no se me ocurra; o me amenazan con excluirme de su
aprecio”. ¡Ya estamos! Aquí se ha hecho “suprema” la necia Ley del Borreguismo.
En el fondo hay en nuestra conducta (y por desgracia
también en nuestro criterio) una especie de plantilla social que me sugiere
ser, pensar y actuar de modo que no ofenda a la mayoría. Porque me da miedo la
mayoría, temo que me acose, que me convenza
de que estoy loco, de que eso ya no se lleva, etc.
Dicho de otro modo, vivimos moviéndonos dentro de
corrientes, siguiendo a “Vicente porque va por donde va la gente”, dejando de
ser personas, renunciando a tener un Norte en nuestras opciones, nuestras
decisiones, nuestra conducta, ser yo mismo, aceptando las normas racionales y
convencionales de la convivencia, pero sin “pertenecer”.
Pertenecer significa que algo o alguien me tienen atado
sin salida fácil (¡o posible!) y eso va contra mi condición de hombre honrado y
responsable que quiero ser lo que sé que
debo ser y actuar colaborando con los demás, pero sin dejarme uncir al carro de
una mayoría por grande que sea o una minoría por enérgica que me parezca.
Educamos tratando de ayudar a modelar respetuosamente
desde fuera el tesoro que se nos ha confiado y que debe moldearse y tallarse
valientemente desde dentro.