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sábado, 9 de septiembre de 2017

Por encima de todo...

Leí hace poco esta afirmación de uno de los conductores de un grupo humano: “La libertad de expresión por encima de todo”. Me vino (y me sigue viniendo) esta duda: ¿Sé que es libertad, qué rostro, qué perfiles… tiene o debe tener? ¿Alcanzo a comprender qué puede ser expresión? ¿Creo que estar por encima de alguien, de algo, de los demás es un derecho del hombre? ¿Estoy seguro de la naturaleza del todo? Y sigo un poco aturdido (un poco es… un decir). Porque siempre creí que libertad es (o era) una situación condicionada. Que expresión es manifestación humana o humanizada de un pensamiento, sentimiento, deseo, propósito…; es decir, ajustada por las circunstancias. Que estar por encima es la meta de los tiranos. Y que todo es un misterio inimaginable, imposible de abarcar.
Un ejemplo diáfano, resultado de la afirmación que me permito expresar es la guerra. La guerra es la expresión libre de uno mismo que busca aniquilar al otro. Se acabó. La gané y me he expresado libremente por encima de la verdad, los derechos, la voz, la  vida, el todo de ese que me estorbaba. El todo lo soy yo. Pero además de serlo gozo del derecho de estar por encima del que no se doblega ante mi voluntad. La libertad que admito solo es la mía. La expresión que uso es el camino que tengo para morder al otro hasta desbaratarlo.
En la admirable y difícil tarea de ayudar a un hijo, a un muchacho a modelar su personalidad, nos encontramos con frecuencia con la dificultad de no saber, o no poder o no estar decididos a entrar con la estima, el afecto y la luz en su “yo” más hondo. No es imposible. Pero hay que aprender de los que lo son, a ser maestros de la educación. A convencernos de que solo amando adecuadamente llegaremos a ello. 

martes, 12 de noviembre de 2013

El "Tabarro"



Tuve el placer de pasar dos veranos en las Hurdes. Compartir la vida juntamente con mis compañeros en medio de la apacible, acogedora, generosa e inteligente población de la alquería de El Castillo nos sirvió para abrir en nuestra vida un precioso horizonte de grandeza.
Al final de la mañana íbamos a una de las pequeñas presas del río Esperabán para refrescar nuestra fatiga. Aquel rato en el agua era ideal. Menos los “tabarros”. Bueno, “tabarro” llaman allí a los tábanos. Se lanzan a 30 kilómetros por hora contra las espaldas húmedas de los bañistas en busca de sangre que necesitan, - ¡pobrecitas las tabarras! - (los machos se alimentan de néctar y polen al anochecer) para formar sus huevos.
¿Se han dado ustedes cuenta de que vivimos un momento excepcional de nuestra noble historia en la que proliferan los “tabarros”? El 90 por ciento o el 95 o más (o un poquito menos) de las noticias, de las conversaciones, de las tertulias, de los panfletos de los “medios”, de los comentarios, de las llamadas a abrir los ojos, a conocer “toda la verdad”, a hurgar en la vida de los otros… es un ejercicio incansable de remover basuras, reabrir heridas, infectar llagas, perniquebrar a cojos. Parece como si los responsables de los ventiladores de la sordidez humana hubiesen seleccionado a expertos tábanos de la noticia con la intención de poder vender más y al mismo tiempo envenenar más y más profundamente la vida y la convivencia. Y peor es que existan bebedores de ese jugo, comedores de esa deyección que estimulan la propagación del producto. 
Nos hartamos de proclamar la democracia, de presumir de demócratas, de insultar a los herederos de sistemas totalitarios y no nos damos cuenta de que con ello estamos ejerciendo la más ridícula forma de dictadura. ¿Será posible que los que vienen detrás de nosotros aprendan a vivir en plenitud y a dejar vivir a los demás del mismo modo?