sábado, 9 de septiembre de 2017

Por encima de todo...

Leí hace poco esta afirmación de uno de los conductores de un grupo humano: “La libertad de expresión por encima de todo”. Me vino (y me sigue viniendo) esta duda: ¿Sé que es libertad, qué rostro, qué perfiles… tiene o debe tener? ¿Alcanzo a comprender qué puede ser expresión? ¿Creo que estar por encima de alguien, de algo, de los demás es un derecho del hombre? ¿Estoy seguro de la naturaleza del todo? Y sigo un poco aturdido (un poco es… un decir). Porque siempre creí que libertad es (o era) una situación condicionada. Que expresión es manifestación humana o humanizada de un pensamiento, sentimiento, deseo, propósito…; es decir, ajustada por las circunstancias. Que estar por encima es la meta de los tiranos. Y que todo es un misterio inimaginable, imposible de abarcar.
Un ejemplo diáfano, resultado de la afirmación que me permito expresar es la guerra. La guerra es la expresión libre de uno mismo que busca aniquilar al otro. Se acabó. La gané y me he expresado libremente por encima de la verdad, los derechos, la voz, la  vida, el todo de ese que me estorbaba. El todo lo soy yo. Pero además de serlo gozo del derecho de estar por encima del que no se doblega ante mi voluntad. La libertad que admito solo es la mía. La expresión que uso es el camino que tengo para morder al otro hasta desbaratarlo.
En la admirable y difícil tarea de ayudar a un hijo, a un muchacho a modelar su personalidad, nos encontramos con frecuencia con la dificultad de no saber, o no poder o no estar decididos a entrar con la estima, el afecto y la luz en su “yo” más hondo. No es imposible. Pero hay que aprender de los que lo son, a ser maestros de la educación. A convencernos de que solo amando adecuadamente llegaremos a ello. 

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