Aristóteles, al que llamamos el estagirita (porque nació en Estagira de Calcídica, asomada al
golfo Estrimónico del mar Egeo) hace ya 2.400 años escribió mucho. Dicen que
más de doscientos tratados. De todo lo habido. En su Física, uno de esos tratados, afirmaba que “la naturaleza aborrece
el vacío”. Como la afirmación es atrevida y hasta un tanto ambigua, han dicho
lo mismo o lo contrario otros pensadores de todo tiempo y espacio. Escribió
también De lineis insecabilibus, que
rozaba un poco el tema. E insistía en
que la belleza es unidad de partes si está dotada de táxis (correcta distribución), symmetría
(correcta proporción) y to horisménon
(contención: ni grande ni chica, que no se salga de los márgenes).
Hay quien dice que la expresión latina que encabeza este
escrito, muy aristotélica, es de Mario Praz, un pensador italiano, que la
empleó ante el ahogo que se sentía en las manifestaciones sociales de la era
victoriana inglesa.
Yo me aventuro a atribuírsela, si no en la expresión, sí en
sus preceptos, a Marco Vitruvio Polión, arquitecto, escritor, ingeniero y
tratadista romano del siglo I aC. Escribió, inspirado en los griegos, diez
libros De Architectura. De él se
conserva, en ruinas, excavadas en 1960, cerca de Pésaro, la basílica del Fanum Fortunae en honor de Augusto. Un
modelo de elegancia y sencillez.
Observa la vida actual de grandes y chicos. Bien pudiera pensarse que los criterios de Aristóteles y de Vitruvio, maestros en todos los siglos, pudiesen aplicarse en muchas manifestaciones de nuestra vida, aunque no tengan que ver con la arquitectura. En construcciones suntuarias, en casas normales, en casas modestas, en jardines, en armarios, estanterías, mesitas, cocinas, cajones, bolsillos… el buen gusto, la sobriedad, la parsimonia, el ahorro, el sentido común, hasta la comodidad y la táxis, la symmetría y el to horisménon fallan porque falla el criterio sólido y práctico de la existencia. Tantas cosas inútiles, adquiridas por contagio (“porque lo tiene el vecino”), o por capricho (“… es tan bonito”), por puro gusto (“qué ganas tenía de hacerme con ello”), por orgullo (“para que se enteren”), por envidia (“no voy a ser manos”)… en el fondo, por impersonalidad (“no voy a ser el único que no…”). Es decir, porque no soy capaz de ser yo mismo y, porque presumiendo de libertad, me atan “los otros”.
Observa la vida actual de grandes y chicos. Bien pudiera pensarse que los criterios de Aristóteles y de Vitruvio, maestros en todos los siglos, pudiesen aplicarse en muchas manifestaciones de nuestra vida, aunque no tengan que ver con la arquitectura. En construcciones suntuarias, en casas normales, en casas modestas, en jardines, en armarios, estanterías, mesitas, cocinas, cajones, bolsillos… el buen gusto, la sobriedad, la parsimonia, el ahorro, el sentido común, hasta la comodidad y la táxis, la symmetría y el to horisménon fallan porque falla el criterio sólido y práctico de la existencia. Tantas cosas inútiles, adquiridas por contagio (“porque lo tiene el vecino”), o por capricho (“… es tan bonito”), por puro gusto (“qué ganas tenía de hacerme con ello”), por orgullo (“para que se enteren”), por envidia (“no voy a ser manos”)… en el fondo, por impersonalidad (“no voy a ser el único que no…”). Es decir, porque no soy capaz de ser yo mismo y, porque presumiendo de libertad, me atan “los otros”.
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