En el
Museo de Bellas Artes de Sevilla respira un cuadro de José Villegas Cordero,
sevillano (1844-1921), director en 1893 de la Academia Española de Bellas Artes
en Roma y en 1901 del Museo del Prado. Su título es “La muerte del maestro”. En Baeza, el 21 de junio de 1889, se acabó la corrida (en beneficio del también
sevillano Antonio Sánchez “el Tato”, mutilado unos años antes
en otra corrida y en situación económica precaria) con la muerte del cordobés “Bocanegra”, es decir, Manuel Fuentes y Rodríguez, que yace ante todos,
ellos y nosotros.
Villegas dedicó al
recuerdo de aquella desgracia la triste y bellísima pintura en la que se empeñó
desde 1893 hasta 1910. Sin duda contaba para esa dedicación dolorosa y
prolongada el recuerdo de que la muerte del Bocanegra se dio al acudir él, que
no estaba muy dotado para el toreo y un poco cecuciente entonces, ya mayor y
entrado en peso, en ayuda del inexperto torero Hormigón. Una brutal cornada del cuarto de la tarde le alcanzó
provocando su muerte al día siguiente.
Hasta aquí la crónica.
Y ahora la reflexión. Ante un cuadro podemos pasar un rato largo. La belleza de
los representados, la grandeza del hecho concretado en la pintura, el acierto
del color, el aire, la proporción, la vida… nos retienen. Confieso que he
dedicado bastantes ratos a mirar este cuadro de Villegas. Se me ocurre pensar
que es una meditación colectiva ante la muerte. Todos callan. Todos sienten el
dolor por lo sucedido. Todos sucumben por la propia inutilidad ante un hecho
que no tiene vuelta atrás. Tal vez los más cercanos al muerto y a su muerte en
la arena se dicen: “¡Si yo me hubiese adelantado…!”. El que, agachado, a la
izquierda, recoge la ropa de Manuel Fuentes piensa acaso: “¡Ya, ¿para qué?”. El
que, en actitud de arrodillarse en la derecha del cuadro, se une a la acción
del sacerdote, reza, sin duda: “¡Qué entre por la única Puerta Grande que lleva
a la auténtica Gloria…!”.
Lo que imagino que pasa
en ese duelo debiera ser más común en nuestra vida: “Me interesa el otro. Sufro
con él o, al menos y mejor, por él”, “¡Ojalá hubiera hecho algo en su favor!”,
“¿Por qué no le eché una mano?”. “Un quite oportuno no es tan difícil y puede
convertirse en un triunfo del otro”.
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