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miércoles, 5 de marzo de 2014

Tántalo.



No se sabe por qué el lago Karagöl, “lago negro”, en el monte Yamanlar de Turquía, llegó a ser el lugar de la tumba de Tántalo. Tal vez porque sus aguas cubren la boca de un pavoroso volcán que se abre desde las entrañas del Tártaro. Sea como sea, Tántalo era un sinvergüenza, decían sus amigos. Veamos. Su padre, Zeus, le invitó a un banquete de dioses en el Olimpo. Y Tántalo volvió al mundo de los mortales no sólo con ganas de contarles (para presumir de importante o para comprarles su estima) los secretos de los dioses que habían cotilleado en la sobremesa, sino que se trajo en los bolsillos un poco de néctar y de ambrosía.
Ofreció a su hijo Pélope a los dioses en el banquete con que quiso corresponder a su anterior invitación (Zeus, después, por medio de las Moiras, le dio una nueva vida), robó el perro de oro que había guardado a Zeus recién nacido y negó el hecho. Zeus, harto de tanta codicia, lo aplastó con una roca del monte Sípilo y allí sufre para siempre.
Todos estos cuentos del pensamiento antiguo pueden servirnos para descubrir en ellos una crítica a la codicia que alimentan los que creen que, queriendo tener más y más…,  e intentando lograrlo, pueden llegar a ser felices.
La Cuaresma que los cristianos guardan es un ejercicio de limpieza del propio ánimo de la tendencia humana (y de la urraca) a la avaricia o codicia de tener y de guardar (los chinos llaman a esa inteligente ave - en chino, naturalmente - urraca feliz), y de ese modo olvidar que ser vale más que saber y mucho más que tener. 
No debemos atender sólo a las prácticas conocidas de este tiempo especial, sino que debemos responder, en este tiempo y en todos los tiempos, a la necesidad profunda de ayunos y abstinencias de todo lo que nos hace más esclavos, más animales, más egoístas.

martes, 6 de septiembre de 2011

Buena Educación (1)

Teseo acaba con Procustes

Procustes era un bandido griego en la lejana historia. Siempre y en todas partes ha habido bandidos y bandas. Basta mirar a nuestro derredor (y un poco más allá) en nuestra querida España. Con su banda actuaba Procustes en el Ática. Vigilaba el paso de los ingenuos que osaban pasar por un determinado puerto en la montaña. Los detenía y robaba. Y a los que no satisfacían su avidez, los sometía a esta corrección: tendido en un lecho que tenía la media del bandido, los descoyuntaba o cortaba los pies si no llegaban a su estatura o la excedían. Teseo acabó con él.

Procustes no era, evidentemente, un hombre educado. Ser educado lleva consigo aceptar que cada persona con quien convivimos sea ella misma, respire su aire, disfrute de sus derechos, conserve su propia medida.

Cuando oprimimos, deprimimos, exprimimos o comprimimos (que todo eso somos capaces de hacer en los vericuetos de nuestra vida)... cuando hacemos algo de eso con nuestro vecino y le sometemos con ello a nuestra medida, a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra real gana, empezamos, seguimos y acabamos siendo mal educados. Como Procustes.

En el fondo, un ‘maleducado’ es un egoísta. Y un egoísta es, en el fondo y la forma, un inmaduro, un enano, un raquítico de espíritu que conserva, aún después de muchos años de vida, la idea infantil de que todo el mundo gira alrededor de él, de que él es el bello ombligo del mundo. “¡Cuántos son los enanos!”, lloraba Plauto. Y Juvenal decía: “Los buenos son tan pocos, que apenas llegan al número de las puertas de Tebas o de las bocas del Nilo”· Que eran siete.

sábado, 20 de agosto de 2011

Pandora.


Hesíodo nos regala, desde hace más de dos mil setecientos años, las aguas corrientes de los mitos que él bebía en el pasado. Entre ellos narra la extraña historia de Pandora, la primera mujer. Prometeo (cuyo nombre significa “previsión”) había robado el fuego de los dioses sin prever lo que le pasaría después. Zeus, airado, encargó a Hefesto, maestro de la forja, que hiciese una mujer encantadora, ¡Pandora ("¿regalo de todos?”, “¿regalo para todos?”), de tierra, blanda, atractiva, fecunda!, y se la entregase a Epimeteo, hermano de Prometeo, el ladrón del fuego. A Epimeteo (nombre que significa “que se da cuenta después”) le había advertido su hermano que no aceptase regalos de los dioses. Pero quedó tan prendado de un regalo como aquel (Afrodita la había hecho luminosa, Atenas le había enseñado a tejer, Hermes  la había dotado de astucia y falsedad, que no se notaban, y el mismo Hefesto la había adornado con una diadema cuajada de pequeñas y delicadas figuritas de animales) que no pudo resistirse. Pero es que, además, venía con una graciosa caja que, procediendo de los dioses, no podía ser sino una prueba más de su amistad. ¡Ya, ya!
No andaban los cantores de acuerdo en decir si la caja guardaba todas las malandanzas, que se escaparon por toda la tierra cuando Pandora abrió la caja (¡menos la Esperanza que, por esperar, quedó dentro!) o si lo que traía la caja eran todas las bienandanzas que se disiparon en la nada dejando la caja vacía.
Nos vale como imagen (realmente los mitos son la reconstrucción de la realidad humana aupada al escenario de nuestras expectativas) si aceptamos que el mundo está lleno de egoísmo, del Egoísmo, el único mal y el conjunto de todos los males.   
No hace falta ser un experto y honrado analista para comprobar que, en efecto, no hay mal que no sea padre, abuelo, sobrino o hijo del egoísmo. Decimos “honrado” porque vivimos gritando (creyendo que por decirlo más fuerte lo hacemos más verdadero),  que tal cosa no es egoísmo (es decir, que es amor) cuando sabemos de sobra en cada caso que eso que llamamos, gritando, amor no es sino autoerotismo, es decir, autocomplacencia o complacencia que nos seduce a nosotros cuando se la ofrecemos al vecino.      
Sólo el Amor sacia el hambre y la sed de felicidad del ser humano. Sólo el Amor hace desaparecer la peste del egocentrismo que nos encanija y nos autodestruye. Sólo el Amor se convierte en el dique que contiene el mar de las desgracias. ¡Ay si sólo hubiese Amor: no habría desgracias que contener!.