Sin duda conoces esta foto y has leído algunos de los
comentarios que despierta en quien la contempla y conoce su historia. La tomó,
según consta, el fotógrafo inglés Phil Hatcher-Moore en 2012 (17 de julio) en
el Parque Nacional Virunga de la República del Congo.
Este parque tiene una larga historia cercana al siglo. Y
es Patrimonio de la Humanidad desde hace casi cuarenta años. Defiende una
amplia variedad animal de especies en peligro de extinción.
Porque la dañina y sinvergüenza raza humana de cazadores
furtivos hace que algunas de las especies allí presentes, especialmente
hipopótamos y gorilas de la montaña, puedan desaparecer.
Patrick Karabaranga, guardia del Virunga, alivia la
tristeza de un amigo suyo, un joven gorila, cuya madre ha sido víctima de los
furtivos. Su brazo sobre el hombro del joven gorila es mucho más que un
testimonio, un motivo de elogio y una espontánea condena. Me hace pensar y
preguntarme.
El
sentimiento de compasión ¿sigue existiendo? ¿O antes de esa pregunta hay que
preguntarse antes si existen todavía los sentimientos? ¿Si la suficiencia con
que crecemos y nos relacionamos es motivo para que crezcamos con la
ataraxia que nos hace superiores a cualquier flaqueza?
Enseñamos
a decir ante las desgracias de amigos y enemigos, cercanos y lejanos: “¿A mí
qué más me da?”. Y aconsejamos: “¡Tú no te metas en nada y verás que nadie se
mete contigo!”.
Y
no educamos o acompañamos en la senda de lo que creemos maduración, haciendo
desaparecer de nuestro diccionario existencial, de nuestro mundo espiritual
palabras y realidades como simpatía, cariño, afecto, cercanía, apoyo, interés,
identificación, altruismo, unión, acompañamiento, soporte, alivio, defensa,
ayuda…
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