lunes, 18 de marzo de 2019

Compadecer... y estar cerca.


Sin duda conoces esta foto y has leído algunos de los comentarios que despierta en quien la contempla y conoce su historia. La tomó, según consta, el fotógrafo inglés Phil Hatcher-Moore en 2012 (17 de julio) en el Parque Nacional Virunga de la República del Congo.
Este parque tiene una larga historia cercana al siglo. Y es Patrimonio de la Humanidad desde hace casi cuarenta años. Defiende una amplia variedad animal de especies en peligro de extinción.
Porque la dañina y sinvergüenza raza humana de cazadores furtivos hace que algunas de las especies allí presentes, especialmente hipopótamos y gorilas de la montaña, puedan desaparecer.
Patrick Karabaranga, guardia del Virunga, alivia la tristeza de un amigo suyo, un joven gorila, cuya madre ha sido víctima de los furtivos. Su brazo sobre el hombro del joven gorila es mucho más que un testimonio, un motivo de elogio y una espontánea condena. Me hace pensar y preguntarme. 
El sentimiento de compasión ¿sigue existiendo? ¿O antes de esa pregunta hay que preguntarse antes si existen todavía los sentimientos? ¿Si la suficiencia con que crecemos y nos relacionamos es motivo para que crezcamos con la ataraxia que nos hace superiores a cualquier flaqueza?
Enseñamos a decir ante las desgracias de amigos y enemigos, cercanos y lejanos: “¿A mí qué más me da?”. Y aconsejamos: “¡Tú no te metas en nada y verás que nadie se mete contigo!”.  
Y no educamos o acompañamos en la senda de lo que creemos maduración, haciendo desaparecer de nuestro diccionario existencial, de nuestro mundo espiritual palabras y realidades como simpatía, cariño, afecto, cercanía, apoyo, interés, identificación, altruismo, unión, acompañamiento, soporte, alivio, defensa, ayuda…    

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