Tito Livio, el eminente
escritor-historiador de Roma recordaba dos siglos más tarde (Historias XXI,7,1) acerca del año 219
aC: Mientras preparan y consultan sobre
ella, Sagunto ya estaba arrasada.
Recordaba que el
general Aníbal Barca había sitiado la ciudad, había luchado contra sus
defensores (¡y habitantes!) ocho meses y, por fin, la había conquistado y
arrasado totalmente.
Abreviando a Tito Livio
se solía decir “dum Romae consulitur” (mientras en Roma se discute) que nos
viene bien tener presente para nuestra vida de cada día veinte o veintitrés
siglos después.
Todos hemos sido
testigos pacientes o actores impacientes de discusiones que no conducen a nada.
De ellas sacamos algunas conclusiones como éstas. “Con fulano no se puede
discutir. Siempre quiere salir con la suya…” . “Fulanita es inaguantable…
Parece que habla solo para discutir”.
Discutir significa
originariamente, como se sabe, sacudir. Hoy se usa con el deseo de que se
convierta en discernir, separar lo cierto de lo incierto, reparar y obtener de
los aspectos del tema que se trata la verdad para concretar una salida
beneficiosa, práctica.
Pero hay personas que
lo que necesitan es tomar la acción del verbo en su origen y convierten una
conversación en una sacudida continua.
Ignoran tal vez que
conversar es verter en común lo que se piensa, se desea o se pide y en vez de diálogo, que significa algo así como el
ejercicio de ofrecer y regalar palabras que reflejen el calor del propio
espíritu y no el asedio saguntino que logre arrasar al que se tiene, no como
amigo, sino como contrincante.