O, más sencillo todavía, grafiti. El mundo y la historia están llenos de grafitis. En cada trozo de pared o
tapia, valla o superficie disponible aparecen cada mañana las firmas sin forma
de artistas (o destructores de la belleza y de las buenas formas) que gustan de expresarse “en público”.
Tal vez interesen más los que la arqueología saca al
aire en Pompeya porque nos traen bocanadas de vidas sacrificadas por el Vesubio
hace dos mil años. O las proezas de Banksy, originales, maestras, sugeridoras y
acusadoras a veces.
Pero es menos conocido que en Israel hayan ido
apareciendo hasta 13.000 grafitis en
más de 10 idiomas, como nos da a conocer
el profesor Jonathan J. Price,
Presidente del Departamento de Lenguas Clásicas de la Universidad de Tell Aviv.
Prepara la publicación de los mismos un equipo de expertos internacionales que
facilitarán dar a conocer se puedan
conocer estos breves testimonios de vida, casi un testamento, de once siglos (entre el siglo IV aC. y el VII dC).
El doctor Price nos ayuda a
comprender algo muy interesante: “Los grafiti
antiguos se escribían para que perdurasen. No eran bromas escatológicas en un
lavabo, sino que a menudo eran epitafios escritos a mano con pintura en una
pared, o grabado con un clavo, o mensajes para el futuro".
Nos cuesta entender que un leve gesto, una palabra que
se nos escapa, un grito de dolor o en petición de ayuda, perduran en el tiempo.
Sopesar una palabra que nos avergüenza haber dicho o recordar una sonrisa que
alivió un apuro de alguien cercano o borró la mala impresión o el dolor que
pudo producir en el que nos escuchaba son una buena lección que debemos ofrecer
a los que educamos.