… es
decir, sucede, pero no se acaba. En la portada de un diario del lugar feliz en
el que vivo, leo en un mismo día: “En lo
que va de año… 337 incendios en la provincia… todos ellos intencionados”; “…
dispositivo contra los robos en explotaciones agrarias”; “Los lobos matan en…
cuatro sementales y veinticinco ovejas”; “Profanan una veintena de tumbas en el
cementerio de…”.
Lo de
las ovejas fue obra de los lobos. Los lobos, ya se sabe, conservan un instinto
(de cuyo funcionamiento no han querido hacernos conocedores y de ahí las
discusiones sobre ello) que los mueve a “pasarse”. Matan y se sacian, pero
dejan al resto sin posibilidad de desaparecer. Ya llegará el momento. Que no
llega, porque no hay hielo en el que pueda conservarse la carne.
A propósito
de esto ya conocen ustedes que en una explotación de vacunos en Galicia el
remedio, copiado de Namibia, ha sido llevar dos burras que protegen al rebaño
coceando a los asaltantes y alertan a los dueños rebuznando.
Pero ¿y los incendios provocados, los robos en las huertas, la agresión
al reposo de los muertos? Y podrían seguir las sinrazones, con poca o menos poca
violencia, que cubren los mapas de naciones cargadas de historia y de cultura.
Hay una doctrina muy extendida que se basa en principios tan lógicos e
incontestables como éstos: El único
modelo de sociedad es la democracia. Democracia es que yo pueda hacer lo que a
mí me viene en gana. La democracia se sustenta en protestar de todos los modos
posibles si el que está al mando, porque lo he elegido yo, se deslegitima
cuando manda como no me gusta a mí. Lo que está a mi alcance es mío. Cuando
robo recupero lo que me pertenece. Los muertos no tienen derecho a nada: son
instrumento y reliquia de nostalgias. Quemar el mundo es un ejercicio
purificador de la injusticia que mantiene repartida la riqueza. Respirar es un
derecho que debe supeditarse a que yo lo consienta: a mí nadie me chista. La
libertad de expresión está limitada por mi derecho a impedirla. El otro no
tendrá nunca razón a no ser que yo se la dé. La autoridad no tiene sentido: no
es sino el mecanismo de los que se inventan el orden y el derecho.
¿Os suena? Porque si no os suena, si os parece que
todo ello empiedra el camino hacia el futuro, tendremos a nuestra disposición
todos los ingredientes necesarios para lograr el mundo feliz gobernado por la
minoría de los que no admiten el gobierno de la mayoría.