Conoces, sin duda, la triste historia del mundo. Triste por la tristeza que
algunos de sus presuntos constructores sembraron en sus surcos. Y conoces el
terrible choque entre fuerzas terribles, también en el suelo de Europa, desde
1939 hasta 1945, y la que llamaron victoria de aliados y condena de culpables.
De los veintidós acusados de responsabilidad en el centro del llamado Eje,
el tribunal de Nüremberg encontró a doce merecedores de muerte, absolvió a tres
y condenó a prisión a siete.
Albert Speer, ministro de armamento
de Hitler, había demostrado en su servicio ser un buen organizador. Y organizó también
su vida en la prisión de Spandau: empleó a fondo, intensamente y en perfecta
sistematización los veinte años de condena: estudio, lectura, redacción,
proyectos... y caminar. Y, aunque parezca un poco frívolo, me voy a referir
precisamente a esto.
Había acabado
el borrador de sus memorias y buscó y encontró un nuevo proyecto. Copio de una
nota que encuentro sobre ello: “…mientras hacía su ejercicio diario, caminar en
círculos por el patio de la prisión. Midiendo cuidadosamente la distancia de su
recorrido, el arquitecto se dispuso a caminar la distancia de Berlín a
Heidelberg. Más tarde amplió esta idea a un recorrido alrededor del mundo,
visualizando los lugares a través de los que «viajaba» mientras caminaba por el
patio de Spandau. Pidió libros de viajes y otros materiales sobre los países
por los que él imaginaba que estaba pasando y mapas con las distancias reales
del mundo, comenzando por el norte de Alemania, atravesando Asia por el sur
antes de entrar en Siberia, cruzar el estrecho de Bering y poner
rumbo al sur para finalizar a 35 km al sur de Guadalajara, México”.
Todo esto parece una
sinrazón. Creo que no. Y en todo caso puede servirnos de útil modelo para nosotros mismos y para los que
reciben de algún modo de nosotros, vida y forma.
“¿Qué haces?”, preguntamos
o nos preguntamos cuando no hacemos nada. Y no puede ser. El tiempo en el que no hacemos nada, debemos llenarlo de
caminos, de ilusión, de deseo, de proyecto, de planes, de esperanza, sentimientos,
de referencias, de altruismo, de resolución… No hace falta que lo que pensamos
y soñamos se convierta siempre en realidad. Lo importante es que nuestro “yo” y
el de nuestros educandos sea siempre un horno de ideal, de ambición, de afán,
de convicción, de fe…