jueves, 3 de mayo de 2012

Amazing grace.



Es fácil que hayamos oído y tarareado alguna vez la melodía de cinco notas (fusión de otras dos de Benjamin Shaw y Charles Spilman) que Wiliam Walker le dio en 1935 al himno Amazing grace de John Newton. Se asegura que este himno se canta millones de veces cada año. Es un himno de libertad y una breve autobiografía interior del autor de sus versos, John Newton, que la había recitado probablemente en el sermón de Año Nuevo de 1773. Había contribuido con otras 279 composiciones para el libro de himnos (Himnos de Olney) que con William Cooper publicó en 1825.
Damos una traducción aproximada: 

Gracia asombrosa (qué dulce es su sonido) que salvó a un miserable como yo.
Estuve perdido, pero ahora me encontraron. Estaba ciego, pero ahora puedo ver.
Fue la gracia la que le enseñó a mi corazón a temer; y la gracia alivió mis miedos.
Qué preciosa fue la gracia cuando apareció: ¡El momento en que creí por primera vez!
A través de muchos peligros, esfuerzos y engaños ya he podido volver.
Esta gracia me ha dado paz y esta gracia me llevará a mi casa.
El Señor me ha prometido el bien y sus palabras afianzan mi esperanza.
Él será mi escudo y parte de  mi ser mientras la vida perdure.
Sí: cuando esta carne y el corazón se cansen y la vida mortal se acabe,
a tener más allá del velo una vida de alegría y de paz.
Y cuando estemos allí diez mil años resplandecientes como el sol
no nos sobrarán días para cantar alabanzas a Dios
como cuando acabábamos de empezar.

Releer esas palabras y saber algo de la vida de su autor bastan para despertar un sano sentimiento de envidia e imitación. 
John Newton nació en Londres en 1725. Su padre le empujó a la Marina donde fue rebelde, desobediente y desertor. Por eso le destinaron a un barco del mercado de esclavos. Llevó en ese trabajo una vida abyecta, blasfema, cruel, despiadada. Él mismo confesaba: “Había escogido un camino de muerte y lleno de malos hábitos”. Una terrible tormenta en marzo de 1748 le lleva a atarse a la bomba de achique del barco mientras le decía al capitán: “Si esto no funciona, ¡que el Señor tenga piedad de nosotros!”. No era una palabra vacía. Había estado leyendo los días anteriores La imitación de Cristo. Y el terror de aquel momento y la seguridad de que iba a morir le llevaron a clamar al cielo. Tenía 23 años.
Siguió su vida de esclavista. Pero sus actitudes cambiaron: seguía la crueldad con los pobres prisioneros, pero se habían acabado las blasfemias. Una enfermedad grave le obligó a quedarse en Liverpool y se entregó a la vida de estudio. Ordenado sacerdote anglicano, le destinaron a la parroquia de Olney, donde sus sermones se escuchaban con mucho agrado y eficacia porque estaban llenos de la pobreza de su vida y de la riqueza de la Gracia.
John Newton murió el 21 de Diciembre de 1807. Pocos meses antes había conseguido del Parlamento Británico, como ardoroso abolicionista de la esclavitud, la firma de la Slave Trade Act.

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