Es fácil que hayamos oído y
tarareado alguna vez la melodía de cinco notas (fusión de otras dos de Benjamin
Shaw y Charles Spilman) que Wiliam Walker le dio en 1935 al himno Amazing grace de John Newton. Se asegura
que este himno se canta millones de veces cada año. Es un himno de libertad y
una breve autobiografía interior del autor de sus versos, John Newton, que la
había recitado probablemente en el sermón de Año Nuevo de 1773. Había
contribuido con otras 279 composiciones para el libro de himnos (Himnos de Olney) que con William Cooper
publicó en 1825.
Damos una traducción aproximada:
Gracia asombrosa (qué dulce es su sonido) que salvó a un
miserable como yo.
Estuve perdido, pero ahora me encontraron. Estaba ciego,
pero ahora puedo ver.
Fue la gracia la que le enseñó a mi corazón a temer; y la
gracia alivió mis miedos.
Qué preciosa fue la gracia cuando apareció: ¡El momento en
que creí por primera vez!
A través de muchos peligros, esfuerzos y engaños ya he
podido volver.
Esta gracia me ha dado paz y esta gracia me llevará a mi
casa.
El Señor me ha prometido el bien y sus palabras afianzan mi
esperanza.
Él será mi escudo y parte de
mi ser mientras la vida perdure.
Sí: cuando esta carne y el corazón se cansen y la vida
mortal se acabe,
a tener más allá del velo una vida de alegría y de paz.
a tener más allá del velo una vida de alegría y de paz.
Y cuando estemos allí diez mil años resplandecientes como el
sol
no nos sobrarán días para cantar alabanzas a Dios
como cuando acabábamos de empezar.
Releer esas palabras y saber algo de la vida de su
autor bastan para despertar un sano sentimiento de envidia e imitación.
John Newton nació en Londres en 1725. Su padre le empujó a la Marina
donde fue rebelde, desobediente y desertor. Por eso le destinaron a un barco
del mercado de esclavos. Llevó en ese trabajo una vida abyecta, blasfema,
cruel, despiadada. Él mismo confesaba: “Había escogido un camino de muerte y
lleno de malos hábitos”. Una terrible tormenta en marzo de 1748 le lleva a
atarse a la bomba de achique del barco mientras le decía al capitán: “Si esto
no funciona, ¡que el Señor tenga piedad de nosotros!”. No era una palabra
vacía. Había estado leyendo los días anteriores La imitación de Cristo. Y el terror de aquel momento y la seguridad
de que iba a morir le llevaron a clamar al cielo. Tenía 23 años.
Siguió su vida de esclavista. Pero sus actitudes cambiaron: seguía la
crueldad con los pobres prisioneros, pero se habían acabado las blasfemias. Una
enfermedad grave le obligó a quedarse en Liverpool y se entregó a la vida de
estudio. Ordenado sacerdote anglicano, le destinaron a la parroquia de Olney,
donde sus sermones se escuchaban con mucho agrado y eficacia porque estaban llenos
de la pobreza de su vida y de la riqueza de la Gracia.
John Newton murió el 21 de Diciembre de 1807. Pocos meses antes había
conseguido del Parlamento Británico, como ardoroso abolicionista de la
esclavitud, la firma de la Slave Trade
Act.
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