Tú que
eres experto en sabores y refrigerios, conoces a fondo la delicia del dondurma, ese helado turco que tanto te
gusta. Y sabes distinguirlo del helado clásico al que has renunciado porque
donde te sirvan esa deliciosa, densa, casi dura mezcla de sabores a tu gusto,
con leche, azúcar y salep, saben que
volverás a buscarlo. Pero también sabes que el ingrediente específico de ese
buen helado se saca de la púrpura
temprana que escasea en Kahramanmaraş Maraş por el abuso de su consumo,
como helado o como bebida caliente en invierno, hasta prohibirse la exportación
de esa orquídea silvestre Ophrys
holosericea, como la llaman los más entendidos.
No es
un hecho único. Ni sólo se da en la Naturaleza, tantas veces agraviada por
nuestra insensibilidad, indolencia y egoísmo. ¿Se te ha ocurrido pensar alguna
vez en tu estilo en el uso del agua? Seguramente la ducha se ha hecho más
frecuente que el baño. Y a ello ha concurrido en algunos casos (a lo peor muy
pocos) el criterio del ahorro. Pero para demostrarte que no eres tan honrado
como dices en ello, fíjate en el grifo de tu lavabo cuando atiendes a la
limpieza de tus dientes.
Pero
aunque nos interese mucho el respeto a los bienes naturales, mucho más nos debe
doler la pérdida de las riquezas humanas de nuestros tesoros familiares. Nos
reímos de las cosas de los viejos,
sin sentido crítico ni de nuestra risa ni de esas cosas de las que nos reímos y a cuya hondura ni no somos
asomado. Las tachamos sin más de ridículas (y puede ser que las haya), de
trasnochadas (y puede que algunas lo estén), pero la gravedad está en que no
somos capaces de gustar el contenido afectivo de esos valores. Porque no nos
importan. Porque “han pasado de moda”.
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